ENSAYO-HUGO LATORRE-CAPÍTULO IV-KRADIARIO
LOS PROFETAS OLVIDADOS DEL PENSAMIENTO CRISTIANO
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Nicolás Berdiaeff o Berdiayev, nació en Kiev en 1874 y muere
en Paris en 1948. Conoció el destierro por el régimen zarista a los 25 años, y
luego la expulsión de la Universidad de Moscú, en 1920, por el régimen
comunista, del cual fue partidario en su juventud, pero luego lo rechaza
por preferir la libertad a la coacción
del Estado. Se traslada a Paris donde desarrolla su prolífica carrera de pensador y defensor de
la libertad.
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Nicolás Berdiaeff, pensador ruso perteneciente a la
corriente cristiana mística y existencialista. Militante comunista y luego
adherente al cristianismo, conjuga un pensamiento que se apega a lo histórico
objetivo pero que se proyecta hacia una
metafísica escatológica. Su postura es profética, inspirada en los eslavófilos
rusos más brillantes como Tolstoi y Dostoievski.
Idea de Rusia
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Su maestro, Soloviev, escribió una obra que se titula
exactamente igual a otra de Berdiaeff: “La idea rusa”. Claro que lo que copia
el discípulo es el puro título, lo que hace de manera intencionada, justamente
para derivar un pensamiento distinto sobre “La idea rusa”.
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Porque Soloviev plantea una Rusia integral y sustentada en la religión ortodoxa, ante la
que el Estado debe someterse; esta Rusia del maestro Soloviev es mística, única
y luz del mundo.
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En cambio para Berdiaeff Rusia es diversa temporal y
espacialmente; es discontinua como la Rusia de Kiev y la Rusia del tiempo en que se impuso el
yugo tártaro-mongol, la Rusia moscovita o la de Pedro el Grande, la Rusia Soviética y “las
muchas Rusias que vendrán”. Esta última frase es casi profética, si uno piensa
en la Rusia de hoy, tan diferente a las dos Rrusias que él vivió y padeció.
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Berdiaeff plantea que la Rusia no fue unitaria sino dual:
tempranamente la “intelligentsia” se dividió entre eslavófilos y
occidentalistas; entre los de la nueva conciencia religiosa y los ateos
marxistas, y al interior de los socialdemócratas surgieron dos corrientes: los
mencheviques y los bolcheviques.
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También el carácter, como la cultura del pueblo ruso, está
marcada por una división entre dos principios opuestos: el del paganismo y el
del ascetismo místico; el despotismo y el anarquismo; la opresión del Estado y
el amor a la libertad; la crueldad y la bondad; el individualismo y el
colectivismo; el ateísmo y la búsqueda de Dios; la humillación y la
fanfarronada; el mesianismo y la piedad; la servidumbre y la rebeldía.
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Sostiene, como conclusión, que estas divisiones del alma se
puede encontrar en muchos pueblos, pero
sólo en el ruso y el pueblo hebreo esta división alcanza una dimensión
trágica extrema.
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En su trabajo “El destino de Rusia" sostiene que el
marxismo no es sólo una doctrina determinista, sino también de liberación.
Intenta anticipar la realización de una comunidad justa y la proclamación de la
victoria del hombre sobre las fuerzas irracionales de la naturaleza y las
fuerzas alienantes de la sociedad.
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“El error mayor del marxismo y el más inhumano consiste en
no ver al hombre más allá de la clase y en ver, en cambio, a la clase más allá
del hombre; en reducir a éste a su célula más ínfima, hasta su más recóndita
experiencia espiritual, a una función subordinada a la clase.”
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Las utopías
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Referido a sus escritos para “Un mundo Feliz”, de Huxley,
Berdiaeff defiende el derecho y la posibilidad de la Utopía.
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Escribe: “Las utopías aparecen como bastante más realizables
ahora que antaño. Pero las utopías nos plantean otra interrogante angustiosa
¿Cómo evitar su realización definitiva?
Las utopías son realizables. La vida camina en pro de
realizar utopías. Estamos en un siglo que apenas comienza, un siglo donde los
intelectuales y la clase cultivada alientan a las medianas a evitar las utopías
y volver a una sociedad no utópica, menos perfecta y menos libre.”
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Este concepto de una sociedad utópica no lleva el sentido
del logro progresista de la tecnología, de la cual reniega y acusa como obstructora
de la mística espiritual. Es por ello que en su obra “UNA NUEVA EDAD MEDIA”
Berdiaeff intenta recuperar esa vocación mesiánica, trascendental y
necesariamente escatológica que fue la Edad Media y su cultura religiosa.
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La sociedad moderna y el fin de la historia
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En la sociedad moderna, dice Berdiaeff, “La máquina ha
destruido la estructura secular de la vida humana, orgánicamente vinculada a la
naturaleza”. También dice que “La libertad del espíritu tropieza con la
resistencia que opone la necesidad”. Esa necesidad se hace materialmente
artificial e infinitamente invasiva en el industrialismo y la sociedad de
consumo.
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Y en el mundo capitalista –industrial, señala que “…..El concepto de derecho que no
corresponde a un deber, es un derecho burgués, detrás del cual se esconde
alguna alimaña de clase.”
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Y esa alimaña de clase llega a ser casi demoniaca, para el
filósofo, pues la sociedad industrial burguesa reemplaza la libertad que
encarna la lucha entre la libertad por el bien y la libertad para el mal, y le
define un destino fatalista, insoslayable hacia el progreso y el fin superior
en la inmanencia, en la historia concreta y terrenal.
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En ese plano se suprime la libertad, pues anula la
personalidad del hombre para instalarse en la lucha de cada tiempo
contradictorio y ambivalente, como amo y señor de su destino. Esa libertad la
traspasa a la historia como destino y le quita al hombre la construcción de ésta, según su “libre albedrío”. Aquí es
donde se comprende la pregunta de cómo evitar la realización definitiva de la
utopía…Es decir esa especie de “fin de la historia”, de la que tantos pensadores
se han hecho adictos y que representa una contradicción esencial para con la
libertad y la infinitud de destino del hombre.
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Su propuesta final para el destino del hombre es la libertad
infinita que sólo se puede alcanzar en la dimensión escatológica y trascendental.
Desde esta perspectiva es su reivindicación de la religión vista desde un
existencialismo cristiano mistificado; alejado de la fenomenología puramente
inmanentista o histórica, que será lo que le hermana al filósofo cristiano y existencialista Gabriel Marcel y
lo diferenciará de otros
existencialistas pesimistas como Heidegger, Camus o Sartre.
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Sobre la promesa del progreso moderno, señaló que la
tecnología que prometió liberar al hombre de la servidumbre del trabajo, lo que
ha traído es un nuevo dominio del maquinismo; que la fraternidad prometida se
ha traducido finalmente en guerras aniquilantes de toda posibilidad de dignidad
compartida; que la libertad prometida se ha convertido en nuevas formas de
esclavitud ante el aparato económico burgués, ante la burocracia política y
tecnocrática, ante las ideologías represivas y coaccionantes.
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