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martes, 16 de junio de 2015

ENSAYO-HUGO LATORRE-CAPÍTULO IV-KRADIARIO

LOS PROFETAS OLVIDADOS DEL PENSAMIENTO CRISTIANO 
Por  Hugo Latorre Fuenzalida

Nicolás Berdiaeff o Berdiayev, nació en Kiev en 1874 y muere en Paris en 1948. Conoció el destierro por el régimen zarista a los 25 años, y luego la expulsión de la Universidad de Moscú, en 1920, por el régimen comunista, del cual fue partidario en su juventud, pero luego lo rechaza por  preferir la libertad a la coacción del Estado. Se traslada a Paris donde desarrolla su  prolífica carrera de pensador y defensor de la libertad.
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Nicolás Berdiaeff, pensador ruso perteneciente a la corriente cristiana mística y existencialista. Militante comunista y luego adherente al cristianismo, conjuga un pensamiento que se apega a lo histórico objetivo pero que  se proyecta hacia una metafísica escatológica. Su postura es profética, inspirada en los eslavófilos rusos más brillantes como Tolstoi y Dostoievski.

Idea de Rusia
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Su maestro, Soloviev, escribió una obra que se titula exactamente igual a otra de Berdiaeff: “La idea rusa”. Claro que lo que copia el discípulo es el puro título, lo que hace de manera intencionada, justamente para derivar un pensamiento distinto sobre “La idea rusa”.
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Porque Soloviev plantea una Rusia integral y  sustentada en la religión ortodoxa, ante la que el Estado debe someterse; esta Rusia del maestro Soloviev es mística, única y luz del mundo.
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En cambio para Berdiaeff Rusia es diversa temporal y espacialmente; es discontinua como la Rusia de Kiev  y la Rusia del tiempo en que se impuso el yugo tártaro-mongol, la Rusia moscovita o la de  Pedro el Grande, la Rusia Soviética y “las muchas Rusias que vendrán”. Esta última frase es casi profética, si uno piensa en la Rusia de hoy, tan diferente a las dos Rrusias que él vivió y padeció.
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Berdiaeff plantea que la Rusia no fue unitaria sino dual: tempranamente la “intelligentsia” se dividió entre eslavófilos y occidentalistas; entre los de la nueva conciencia religiosa y los ateos marxistas, y al interior de los socialdemócratas surgieron dos corrientes: los mencheviques y los bolcheviques.
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También el carácter, como la cultura del pueblo ruso, está marcada por una división entre dos principios opuestos: el del paganismo y el del ascetismo místico; el despotismo y el anarquismo; la opresión del Estado y el amor a la libertad; la crueldad y la bondad; el individualismo y el colectivismo; el ateísmo y la búsqueda de Dios; la humillación y la fanfarronada; el mesianismo y la piedad; la servidumbre y la rebeldía.
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Sostiene, como conclusión, que estas divisiones del alma se puede encontrar en muchos pueblos, pero  sólo en el ruso y el pueblo hebreo esta división alcanza una dimensión trágica extrema.
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En su trabajo “El destino de Rusia" sostiene que el marxismo no es sólo una doctrina determinista, sino también de liberación. Intenta anticipar la realización de una comunidad justa y la proclamación de la victoria del hombre sobre las fuerzas irracionales de la naturaleza y las fuerzas alienantes de la sociedad.
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“El error mayor del marxismo y el más inhumano consiste en no ver al hombre más allá de la clase y en ver, en cambio, a la clase más allá del hombre; en reducir a éste a su célula más ínfima, hasta su más recóndita experiencia espiritual, a una función subordinada a la clase.” 
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Las utopías
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Referido a sus escritos para “Un mundo Feliz”, de Huxley, Berdiaeff defiende el derecho y la posibilidad de la Utopía.
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Escribe: “Las utopías aparecen como bastante más realizables ahora que antaño. Pero las utopías nos plantean otra interrogante angustiosa ¿Cómo evitar su realización definitiva?
Las utopías son realizables. La vida camina en pro de realizar utopías. Estamos en un siglo que apenas comienza, un siglo donde los intelectuales y la clase cultivada alientan a las medianas a evitar las utopías y volver a una sociedad no utópica, menos perfecta y menos libre.”
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Este concepto de una sociedad utópica no lleva el sentido del logro progresista de la tecnología, de la cual reniega y acusa como obstructora de la mística espiritual. Es por ello que en su obra “UNA NUEVA EDAD MEDIA” Berdiaeff intenta recuperar esa vocación mesiánica, trascendental y necesariamente escatológica que fue la Edad Media y su cultura religiosa.
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La sociedad moderna y el fin de la historia
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En la sociedad moderna, dice Berdiaeff, “La máquina ha destruido la estructura secular de la vida humana, orgánicamente vinculada a la naturaleza”. También dice que “La libertad del espíritu tropieza con la resistencia que opone la necesidad”. Esa necesidad se hace materialmente artificial e infinitamente invasiva en el industrialismo y la sociedad de consumo.
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Y en el mundo capitalista –industrial,  señala que “…..El concepto de derecho que no corresponde a un deber, es un derecho burgués, detrás del cual se esconde alguna alimaña de clase.”
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Y esa alimaña de clase llega a ser casi demoniaca, para el filósofo, pues la sociedad industrial burguesa reemplaza la libertad que encarna la lucha entre la libertad por el bien y la libertad para el mal, y le define un destino fatalista, insoslayable hacia el progreso y el fin superior en la inmanencia, en la historia concreta y terrenal.
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En ese plano se suprime la libertad, pues anula la personalidad del hombre para instalarse en la lucha de cada tiempo contradictorio y ambivalente, como amo y señor de su destino. Esa libertad la traspasa a la historia como destino y le quita al hombre la construcción  de ésta, según su “libre albedrío”. Aquí es donde se comprende la pregunta de cómo evitar la realización definitiva de la utopía…Es decir esa especie de “fin de la historia”, de la que tantos pensadores se han hecho adictos y que representa una contradicción esencial para con la libertad y la infinitud de destino del hombre.
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Su propuesta final para el destino del hombre es la libertad infinita que sólo se puede alcanzar en la dimensión escatológica y trascendental. Desde esta perspectiva es su reivindicación de la religión vista desde un existencialismo cristiano mistificado; alejado de la fenomenología puramente inmanentista o histórica, que será lo que le hermana al filósofo  cristiano y existencialista Gabriel Marcel y lo diferenciará de otros  existencialistas pesimistas como Heidegger, Camus o Sartre.
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Sobre la promesa del progreso moderno, señaló que la tecnología que prometió liberar al hombre de la servidumbre del trabajo, lo que ha traído es un nuevo dominio del maquinismo; que la fraternidad prometida se ha traducido finalmente en guerras aniquilantes de toda posibilidad de dignidad compartida; que la libertad prometida se ha convertido en nuevas formas de esclavitud ante el aparato económico burgués, ante la burocracia política y tecnocrática, ante las ideologías represivas y coaccionantes.


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