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domingo, 21 de junio de 2015

COLUMNA DE OPINIÓN-CARLOS PEÑA-KRADIARIO

LA IMPORTANCIA DE LA LESERA

Por Carlos Peña (*)

La reacción de la Presidenta cuando se le consultó por los nombramientos que tiene pendientes (el ministro de la Segpres, el contralor, el director del SII) tuvo esa rara sinceridad que solo se alcanza cuando la razón deja de estar al mando:

"Saben qué más -respondió-, si yo nombro rápido hablan de improvisación, si me demoro dicen que me demoro. Terminemos con la lesera. Lo que voy a hacer -concluyó- es que voy a nombrar cuando tenga a la persona más adecuada".

Esa reacción de la Presidenta no es de autoridad, sino de enojo; no proviene del rol presidencial, sino de la subjetividad de quien lo ejerce; no es una exhibición de poder, sino de su falta. Es una muestra más de la característica fundamental del gobierno de Bachelet, el secreto de su éxito y de todos sus tropiezos: el imperio de la subjetividad, de las características personales en la configuración del poder.

Y ese predominio de la subjetividad es la causa del principal problema que hoy experimenta la esfera pública: la falta de confianza.

La Presidenta Bachelet ascendió al poder del Estado sobre la nube de un carisma notable y apoyada en la capacidad de establecer eso que los teóricos de la comunicación llaman "intimidad a distancia". Pero eso que fue el secreto de su éxito es también la causa de sus tropiezos. Porque cuando el poder se sostiene solo en características personales, la adhesión de la gente también. Y cuando esas características personales muestran sus fracturas, las inevitables rendijas familiares por las que se cuela la inconsistencia -como ha sido el caso-, entonces también el poder vacila y se estropea.

Es lo que enseñaba un jesuita barroco del Siglo de Oro, Baltazar Gracián.

En Oráculo manual y arte de prudencia, Gracián decía que "toda humanidad facilita el desprecio", motivo por el cual aconsejaba a quien ejercía el poder mantener la distancia y "excusar llanezas en el trato". Las cosas humanas -enseñaba Gracián-, la simpatía, la sencillez, la espontaneidad, "cuando se tienen más, se tienen en menos". Y ello, porque al mostrarlas en demasía se comunican también las imperfecciones que encubría el recato.

Parece literatura, pero no lo es. Con esas observaciones, Gracián anticipa la más moderna sociología.

Una de las conquistas evolutivas de las sociedades modernas es, en efecto, que la confianza se ha trasladado desde las personas a las instituciones. Si así no fuera, no existiría, por ejemplo, el dinero; nadie se sometería a una intervención quirúrgica o se subiría a un avión. Todas esas cosas existen gracias a una confianza abstracta, impersonal. Esas cosas existen porque los seres humanos hemos aprendido a confiar no en el banquero, en el médico o en el piloto, sino en lo que Giddens llama los sistemas expertos: el mercado, la clínica, los sistemas de control.

Eso, que vale para todos los aspectos de la vida moderna, vale también, y especialmente, para la política.

Y ese es justamente el problema de la Presidenta Bachelet. Al hacer coincidir su subjetividad con el poder, al hacerlo depender enteramente de la llaneza de que hace gala (uno de cuyos reversos es la exasperación que mostró al preguntársele por la demora en los nombramientos), se impide la confianza, porque en las sociedades complejas la confianza solo puede ser abstracta y construirse respecto de las instituciones.

En las relaciones afectivas íntimas, familiares, la confianza es personal; pero en la esfera pública debe ser abstracta. Por eso Weber (uno de los primeros que describieron el carisma en política) siempre llamó la atención acerca del hecho de que cuando el carisma era exitoso, se rutinizaba en reglas, en instituciones, en partidos.

Justo lo que la Presidenta Bachelet se resiste a favorecer.

Así, la reacción de la Presidenta, su involuntario abandono de las formas al llamar lesera lo que cualquier observador imparcial considera una inquietud razonable, revela uno de los aspectos más problemáticos de su mandato: su extraña resistencia a construir la única lealtad y confianza que en una democracia moderna es posible, la lealtad y la confianza en las instituciones y las reglas.

(*) El autor es columnista estable de El Mercurio

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