COLUMNA-HUGO LATORRE-KRADIARIO
DE LA DEMOCRACIA POPULAR A LA SOCIEDAD CUPULAR
Por Hugo Latorre Fuenzalida
En el anterior período democrático, de democracia popular,
el país llamado Chile era conducido por grupos de poder que se aglomeraban en
los partidos políticos y desde ahí ejercían sus influencias acerca de la
conducción del Estado.
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En el actual período de democracia cupular o fáctica, los
partidos políticos ya no conducen al Estado; ya hemos visto que son simples
mandados de los poderes económicos nacionales e internacionales, simplemente por aquello de: quien paga pone
la música.
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En la anterior democracia popular, los políticos para ser
electos debían trabajar sus postulaciones en la base social y, desde ahí,
presentaban sus credenciales a cada partido.
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En el Chile actual, de democracia tutelada, la base social
no juega ningún rol, pues sólo votan los clientes interesados en obtener o
seguir disfrutando de las granjerías que otorga el poder a través de sus
mandamases.
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En la democracia popular, los candidatos presidenciales y
los partidos que lo apoyaban, exhibían sus programas de gobierno al pueblo y
mucha parte de su elaboración provenía de las demandas que ese mismo pueblo les
formulaba a través de sus diferentes
estructuras organizativas. Es lo que se llamó un programa participativo.
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En el Chile actual,
de democracia mediática, los programas
no se dan a conocer de manera clara; las propuestas son siempre referidas a lo periférico y el electorado
tiene poca claridad acerca de lo que se
hará una vez estén instalados en el poder. Son los listados de propuestas apenas enunciativas y emanadas
del buró de campaña, más nunca de las demandas socialmente organizadas.
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En el Chile de democracia popular, los programas de gobierno
se intentaban aplicar tal cual se habían dado a conocer a los electores. Se daba una coherencia y fidelidad
entre propuesta y ejecución programática.
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Hoy en día, al margen de que casi nadie puede dar cuenta de
lo que los respectivos programas contienen, de todas formas de poco serviría
conocerlos, pues, una vez instalados en el poder, se hace nada o todo lo
contrario de lo prometido. Esto deja evidenciada la distancia que separa al
elector de los elegidos en la pseudo democracia de las cúpulas.
En el Chile de la democracia popular, lo derechos ciudadanos
tenían prioridad absoluta. Era una sociedad de derechos, aunque los recursos
limitados del país no permitieran una inclusión universal. Pero todo el mundo
percibía que, paso a paso, la política iba siendo el camino de construcción
colectivo de una sociedad más justa e inclusiva.
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En el Chile cupular y plutocrático, los ciudadanos sienten
que los únicos derechos resguardados constitucionalmente son los de propiedad y
de la riqueza de los agentes económicos más importantes. Tan así, que los que
antes se consideraba derecho de pertenencia no enajenable, como el agua, el
suelo, la salud y la educación, en el sistema cupular se ha enajenado de manera
absoluta y ad eternum, en pro del negocio de empresarios que exhiben sin
tapujos sus derechos de propiedad económica, en preeminencia por sobre el
derecho social de recursos que pertenecen a todos los chilenos y que forman
parte de la esencialidad de la existencia humana.
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En los tiempos de la democracia popular se prohibía el lucro
ejercido sobre actividades categorizadas
como derechos sociales: educación, salud, justicia, seguridad social.
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En este sistema cupular, todos los servicios sociales
considerados como derechos fundamentales
de los ciudadanos han sido trasladados jurídicamente al ámbito del lucro y
negocio privado, ocasionando una inmensa pérdida de recursos particulares, sociales y públicos en
favor de la acumulación privada de excedentes de negocios. Los excedentes y
ganancias privadas en estos servicios corresponden exactamente a la pérdida de
recursos, por elevación de costos, de los agentes sociales y populares o
estatales. Esto corresponde a lo que se llama una transferencia estructural de
recursos de un segmento social a otro.
En los tiempos de la democracia popular, el Estado era un
agente activo del desarrollo; pero además fue por más de siglo y medio un actor
eficiente y eficaz en el desarrollo de políticas económicas de gran
repercusión: desarrollo minero, industrial, agrícola, energético, portuario,
comunicacional, financiero, urbanístico, rural, vial, servicios hospitalarios,
educacionales, vivienda, cultural.
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En tiempos de esta sociedad cupular se ha prohibido,
inhibido y denostado al Estado. De tal forma que ya ha dejado de ejercer
actividades económicas relevantes (con excepción de Codelco que pasó a ser
minoritaria en el área). En la
actualidad el Estado sólo se hace administrador
del 18% de la riqueza del país, lo que le inhabilita totalmente para ejercer un
rol destacado en el desarrollo nacional,
en ninguna de las áreas fundamentales para el futuro del país.
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En tiempos de la democracia popular, los altos funcionarios públicos
se consideraban servidores del Estado,
labor que se ejercía con dedicación y
honestidad. Se mantenía un nivel de vida decente y holgada pero su retiro era
poco diferente de los demás ciudadanos de entonces, pudiendo llevar una vejez
asistida y satisfactoria. El Estado los valoraba como agentes esenciales
otorgándole estabilidad laboral y ascensos por méritos y tiempo de servicio.
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Hoy, en esta sociedad
cupular, los altos funcionarios públicos se han enriquecido de manera
escandalosa en su pasar por la actividad gerencial de las empresas públicas.
Muchas de las grandes fortunas de hoy,
provienen de la apropiación de recursos
públicos por parte de quienes se desempeñaron como altos ejecutivos de
varias de las empresas del Estado o intervenidas: caso Banco de Talca (Piñera),
electricidad (Yurazsek-Mackenna), Lan Chile (Piñera grupo Cueto), servicios de
seguros del Estado (Délano y Lavín), Compañía Aceros del Pacífico (Roberto de
Andraca), Soquimich (Ponce Lerou), etc., etc.
La licencias de rebatiña, de tierra de nadie, de territorio de frontera
que se internalizó con la dictadura, se ha morigerado pero no eliminado en la
fase de la democracia tutelada y empresarial.
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Las diferencias de estas dos sociedades, que se dan en un
mismo país, en sucesión de poco tiempo, conforman en la actualidad una
deformidad estructural tan monstruosa que obliga a pensar en cambios profundos
en calidad de urgente.
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Las reformas cosméticas y parciales, conforman a estas alturas una terapia
periférica, subalterna e insuficiente. Las patologías sociales y la
descomposición institucional es tan enorme que exigen una propuesta de cambios
integral y acelerada.
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La actual generación de dirigentes es clara y definitivamente incapaz de llevar
adelante esa tarea, pues no creen en los cambios y, además, forman parte de
quienes han sido demasiado beneficiados por el actual relación de poder
cupular.
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