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martes, 16 de junio de 2015

AGRESIÓN CONTRA MUJERES-KRADIARIO

NI UNA MENOS

Cada 15 segundos, en alguna parte del mundo, una mujer es agredida. Pienso en eso mientras leo los titulares de la prensa argentina, donde las cifras llegaron a niveles intolerables.

Por Carolina Pulido (*)

Hace años que sentía importante hablar de violencia de género en estas páginas, pero voy a ser honesta: lo encontraba fome. Poco sexi. Pensaba que a lo mejor a usted, le iba a dar lata leer sobre femicidios. Pero en vista de lo que está pasando (en 5 meses van más de 28 asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas u otros familiares, solo en Chile) comprendí que además de inevitable era urgente darle una vuelta a este asunto. Porque a nivel mundial ya se habla de pandemia. Sí, la violencia de género mata en el planeta a más mujeres que el cáncer, la malaria, los accidentes de tráfico y las guerras juntas. Y todo comienza con una subida de voz, que probablemente da paso a los golpes y torturas que muchas dicen recibir antes de ser brutalmente castigadas, torturadas y en ocasiones asesinadas por sus parejas iracundas.

Las cifras son escalofriantes y engordan año a año, azotando por igual a los países más pobres y a los del primer mundo. De hecho, hace tiempo que se viene demostrando que el nivel de desarrollo de un país, así como el nivel educacional y económico de las mujeres, no están para nada relacionados con la ausencia o presencia de agresión. Es más, los países del norte de Europa, que podrían darnos una cátedra acerca de cómo vencer la discriminación, el sexismo y la delincuencia, están a la cabeza en la lista europea de femicidios, lo que tal vez nos lleve a lanzar ciertas hipótesis.

Cada 15 segundos, en alguna parte del mundo, una mujer es agredida. Pienso en eso mientras leo los titulares de la prensa argentina, donde las cifras llegaron a niveles intolerables. Las redes sociales encendieron la alarma luego del asesinato de Chiara Páez, una adolescente de 14 años que estaba embarazada y fue asesinada por su novio, de 16. Así surgió #NiUnaMenos, una campaña que trascendió fronteras y que logró convocar a miles de personas a marchar también en Chile, Uruguay, México y Brasil, para exigir a los gobiernos acciones concretas en contra del flagelo, pero también para combatir la desinformación mediática y la apatía social ante la violencia contra las mujeres. Sí, porque los medios suelen hacer oídos sordos. Probablemente, como yo alguna vez, piensan que el tema no es sexi, y se conforman con escoger los casos más sórdidos que rotulan de crímenes pasionales. Como si la pasión tuviera algo que ver con esto.

“En vez de andar en la calle marchando deberían aprender a parar los carros. Si ustedes las mujeres se hicieran respetar no pasarían estas cosas”, me dice un compañero de trabajo cuando leo en voz alta el llamado a la manifestación en Twitter. Decido callar y recuerdo la disculpa que tantas veces hemos oído para justificar los peores abusos sexuales: “Al salir vestida así, ella se lo buscó”. Y observo con estos ojos de dónde viene la bestialidad que desemboca en esas muertes absurdas. Cada 15 segundos.

Entiendo la violencia en el contexto de países machistas como los nuestros. ¿Pero cómo se explica que siga pasando, y vaya en aumento, en el mundo desarrollado? Me pregunto si estos sacrificios son parte inevitable de nuestro camino a la igualdad plena. Me pregunto también de dónde viene la rabia de los hombres. Y puede que todo nos lleve a nuestra emancipación: al empoderamiento femenino y la resignación masculina. Ellos han aceptado modificar los roles tradicionales a regañadientes, porque no les quedó otra, pero viven con una ira silenciosa y atragantada. Por supuesto, no todos los hombres son violentos ni golpeadores ni abusadores, pero hasta los más evolucionados parecen convivir con esa pequeña rabia cotidiana, ese malestar asociado a que no hay una olla humeante en la cocina cuando llegan a casa por la noche, cansados, hambrientos y solos.

(*) Columna publicada el domingo en la revista Mujer de La Tercera

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