OPINIÓN ESCALONA-KRADIARIO
LAS REFORMAS NO SON SIMULTÁNEAS
Por Camilo Escalona
En los últimos días cobró primacía, en el discurso público
de los voceros de gobierno y de las autoridades partidarias que lo respaldan,
una idea que he sostenido hace largo rato, que las reformas estructurales
necesarias para derrotar la desigualdad,
no se logran ni alcanzarán a implementarse y madurar si se intenta aplicarlas
todas al mismo tiempo, es decir, que estas transformaciones no son simultáneas,
hay que saber priorizar.
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Obviamente, quienes por ello me denostaron y trataron de
conservador no me darán excusa alguna, tampoco las espero. Lo que importa es el
valor de las ideas, en este caso, de una visión estratégica que es clave, si se
tiene un compromiso auténtico con el sentido y la orientación a largo plazo del
proceso que se impulsa: alcanzar una sociedad más igualitaria, con menos
abusos, que supera odiosos privilegios, capaz de articular la estabilidad
democrática con la justicia social.
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Derrotar la desigualdad en Chile es una tarea gigantesca,
sumamente difícil y ardua, no es un juego ni una aventura, es lo que
genuinamente se puede definir como una revolución pacífica; ese es el auténtico
desafío del país; eso es lo que fortalece a la nación y robustece la
democracia.Por ello, no se puede improvisar ni generar hechos o realidades
políticas por darse un gustito mediático, de mero protagonismo comunicacional.
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Me refiero derechamente al concepto de la retroexcavadora,
que definía en términos tan sumamente estrechos, sectarios y rudimentarios, desde
un liderazgo partidario significativo, el horizonte estratégico que se pensaba
llevar a cabo.
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Tampoco, fue correcta la definición de una lucha entre ricos
y pobres, que se propuso desde un video gubernativo para respaldar la reforma
tributaria, dejando de lado lo principal: que eran indispensables más recursos
para financiar el mayor gasto fiscal,
que vendría a generar la puesta en marcha de las reformas.
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La lucha contra la desigualdad es un desafío nacional, del
conjunto de las fuerzas y actores unidos al futuro de Chile. Por ello, no se
puede excluir a nadie, ni resultó válido, fomentar una artificial escisión en
las filas de la Nueva Mayoría, atizando un supuesto conflicto entre “vieja” y
“nueva” guardia, o una arbitraria e interesada separación entre leales y
desleales.
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Derrotar la desigualdad sólo es posible, desde una profunda
convicción de todo el país; no hay éxito posible si la tarea se reduce al
impulso de un grupo de “iluminados”, esa pretensión no hace más que minimizar
el arco de fuerzas que se debe agrupar, comprometer y articular tras ese
desafío.
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Cuando se polariza artificialmente el contexto nacional no
se avanza prácticamente en nada, una confrontación en la retórica es estéril,
aunque no lo reconozcan quienes practican ese estilo, sólo se amplía el espacio
de aquellos que se oponen de forma más recalcitrante a las reformas.
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La reforma tributaria estuvo en el inicio del camino
resuelto en el Programa presidencial, por la simple y sencilla razón que la
disponibilidad de recursos condiciona la concreción de las reformas sociales
que se aspiran en este periodo. En especial, la reforma educacional depende de
ellos. O sea, que ese maximalismo que pensaba hacer todo de una vez carecía de
base real de sustentación. Existe una gradualidad que para el éxito del propio
gobierno es esencial.
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En otras palabras, había prioridades que eran evidentes; así
como, la propia modificación de la realidad nacional que iban a provocar las
reformas, vendría a influir sobre el desarrollo del proceso en su conjunto.
Aunque sea obvio, pero parece que se soslaya lo que es evidente: un escenario
con más de dos tercios del apoyo social es radicalmente diferente a hacerse
cargo de un respaldo en torno a la cuarta parte de la sociedad chilena.
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Parece que se olvida el tema de la correlación de fuerzas
como parte de los elementos de cualquier análisis objetivo del escenario
político del país. De modo especial, si se trata de avanzar hacia una nueva
Constitución Política del Estado.
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Tal como Nelson Mandela eliminó el apartheid uniendo a la
mayoría negra y la minoría blanca, en una sola nación “arco iris”, una
Sudáfrica capaz de contar con una democracia no racial, evitando el riesgo de
una cruenta y desgarradora guerra civil, el gobierno de la Presidenta Bachelet
debiese aspirar, a unir sólidamente
nuestra comunidad nacional, en torno al gran objetivo de derrotar la
desigualdad que tan severamente puede afectar el futuro del país; la
confrontación en sí misma, por darse el gusto, no sirve.
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No cabe duda entonces que la viabilidad de las reformas
exige ampliar su base de sustentación y agrupar, “arropar”, las mismas con
todos los apoyos que surjan en torno a ellas. Creo que es una torpeza exacerbar
el discurso, con vistas a la galería, pretendiendo reunir más intensamente los
apoyos más radicales, enajenando el respaldo de las mayorías indispensables
para acometer con probabilidades la viabilidad del proceso reformador.
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Un cambio social perdurable requiere de una mayoría nacional
que lo haga posible; por eso no es un capricho sino que un dato de la causa que
las reformas no son simultáneas, sino que un proceso difícil, arduo y extenso
en el tiempo. Eso exige la voluntad política necesaria, esa no se compra en la
farmacia y algunos que carecen de ella la reemplazan con frases rimbombantes
que no resuelven las dificultades sino que las agravan. Por eso, hay que
avanzar firme y con resolución, lo que no significa ni aventura ni
precipitación.
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