CASOS PENTA Y CAVAL-KRADIARIO
¿UNA ESTRATEGIA PARA CAMBIAR LA MORAL?
Por Manuel Acuña Asenjo
Finalmente, ha renunciado a su cargo Sebastián Dávalos, ‘primer damo’,
titular de la Dirección Socio Cultural de la presidencia y único hijo varón de
la primera mandataria. No había accedido a esa jefatura por su militancia
socialista (partido al que también renunció el último fin de semana), sino por decisión de su madre, luego de ser elegida presidenta de la
nación. Por consiguiente, como muchos otros militantes de la ‘Nueva Mayoría’ no
escaló Dávalos ese peldaño por méritos propios. Lo hizo de la misma manera
que empleó para incorporarse al Ministerio de Relaciones Exteriores, poco antes
de iniciarse el primer período de Bachelet en 2006, con sólo segundo año de
Derecho.
La guinda de la torta |
Utilizando sus contactos familiares y el nombre de su madre. Su
renuncia ha sido provocada por el escándalo en una especulación inmobiliaria
realizada por su mujer, Natalia Compagnon, dentro de la cual desempeñó un
importante rol. Tanto en su postulación al Ministerio de Relaciones Exteriores
como en la realización del negocio inmobiliario, Dávalos actuó de idéntica
manera: realizó las gestiones cuando su madre era candidata y antes que fuese
consagrada como presidenta de la nación, pero teniendo la certeza que asumiría
dicho cargo.
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El ‘caso CAVAL’ como se ha llamado en algunos medios de
comunicación ha relegado a un segundo
término las diligencias judiciales del también llamado ‘caso PENTA’ que buscan
esclarecer el financiamiento de las campañas políticas de algunos congresales y
candidatos a la presidencia de la nación, vinculados a los partidos de la
coalición ‘Alianza Por Chile’.
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El siniestro "primer Damo" |
No constituye un preciosismo intelectual determinar si es más o menos
grave el denominado ‘caso Penta’ que el llamado ‘caso CAVAL’ o ‘Nueragate’ y si
tales acciones constituyen o no trasgresiones legales.
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Respecto a lo primero: que la representación política natural de las
clases y fracciones de clase dominantes incurra en ese tipo de prácticas no
debe sorprender; así ha ocurrido desde el principio de los tiempos y no tendría
porqué ser diferente ahora. La dominación es dominación en todo tiempo y
lugar. El dominador es un explotador y, en consecuencia, un predador; no se le
puede pedir que abandone su instinto natural o que contradiga su propia naturaleza
parasitaria. Así actúa siempre; así va a seguir haciéndolo en lo sucesivo.
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Lo que sí sorprende es que un sector de la llamada ‘izquierda’,
autodenominado ‘Nueva Mayoría’, que buscó desvincularse de la ‘izquierda
tradicional’ representada en la llamada ‘Concertación’, para levantar las
banderas de la igualdad y la probidad, termine haciendo lo mismo que criticó a
aquella. Porque este es un problema que involucra a toda la ‘izquierda’, desde
la presidenta a los jefes de partidos, a sus parlamentarios, a los jefes de
servicios, en fin. La presidenta no puede alegar haber estado ajena a los actos
que realizaba Sebastián Dávalos y su mujer, ni menos afirmar que ha sido
sorprendida por esos actos; una madre conoce los actos del hijo que nombra en
un cargo del Estado dirigido por ella. Más, aún, si los negocios de ese hijo se
refieren a cuantiosas sumas de dinero.
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No se explica sino con la finalidad de
encubrir tales actos que haya sido ella quien lo eximiese de presentar la
declaración de bienes que todo funcionario público debe hacer al asumir un
cargo de Gobierno, amparándose en un resquicio legal. Y esto es grave, pues cuando
la ‘izquierda’ aparece vinculada a esos escándalos, el enemigo de clase se
manifiesta en nuestra propia casa, se viste con nuestras ropas, utiliza nuestro
discurso, toma nuestras banderas de lucha y nos subroga para servir los
intereses del capital; en otras palabras, simula asumir nuestra identidad para
terminar realizando el interés de los dominadores. Por eso, lo ocurrido con el
escándalo del ‘caso Dávalos’ y lo que se empieza a descubrir en SQM reviste
mayor gravedad que los escándalos de la ‘Alianza Por Chile’.
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Los dueños de Penta |
Respecto de lo segundo: una conducta que concita el unánime repudio de
la ciudadanía no puede quedar circunscrita tan sólo al estrecho marco de la
configuración de un delito o, lo que es igual, a lo que disponga el
ordenamiento jurídico o los tribunales de justicia. Y es que existe un
basamento moral sobre el cual se eleva la estructura jurídico-política de la
sociedad que exige ser considerado. Lo que se conoce como ‘verdad’ no es
simplemente una ‘verdad jurídica’ sino un conjunto de circunstancias que, a
menudo, contradicen las sentencia o
resoluciones judiciales. Por lo demás, el solo establecimiento de la ‘verdad’
jurídica se encuentra en entredicho desde hace ya muchos años, especialmente en
este último tiempo, luego del fallo que absolviera de toda culpa a Martín
Larraín y, consecuentemente, atribuyera la responsabilidad de su propia
inmolación a la víctima y no al verdugo. Mal podría un tribunal que así falla
determinar lo que es o no verdadero o justo en los casos de Dávalos y Penta. Ambos
casos van más allá de lo que pueda establecer la ley o absolver la autoridad:
nos enfrenta al alma nacional, a la moral del chileno medio, a su capacidad de
discernir lo que es una conducta atentatoria en contra de los valores
nacionales.
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Y aquí parece radicar todo el
núcleo del problema. Para entenderlo mejor, permítasenos recordar, antes de nada, que la
sociedad capitalista funciona ordinariamente en democracia, lo cual significa
que consta de una escena política en donde se desplazan actores políticos
originados, cada cierto tiempo, en elecciones periódicas, libres y secretas. La
legitimidad de esos actores como representantes de las clases y fracciones de
clase que se mueven dentro de la sociedad es directamente proporcional a la
participación de los ciudadanos en las justas electorales. Es deber de los
actores políticos cuidar que la participación electoral aumente constantemente
pues ello robustece al sistema democrático. Todo acto que conduzca al
debilitamiento de las estructuras que facilitan dicha representatividad
constituye una amenaza a la permanencia misma del sistema porque quita
legitimidad a su representación política.
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Hugo Bravo ex de Penta |
Así, pues, el desprestigio de la política
y de lo político, que se sanciona normalmente con la abstención electoral,
constituye el más grave atentado en contra del sistema capitalista cuya forma
usual de funcionamiento es la democracia. Y aquí viene el primer contrasentido
de lo que sucede en Chile. ¿Cómo es posible que dichos actores cometan
desatinos de tal magnitud que no sólo busquen el propio desprestigio sino induzcan
a erosionar el sistema mismo que les ha permitido alcanzar esos cargos? ¿Existe
entre ellos un secreto culto que los impulsa a la autodestrucción, un fatalismo
que los lleve a la autoaniquilación y a persistir en el empeño de destruir las
vías que les han permitido escalar la pirámide jeráquica de la sociedad? ¿Cómo
es posible que el sólo deseo de tener más y más gobierne la vida de quienes
alegan una y otra vez tener la vocación de servicio público? ¿Qué diferencia a
un miembro de la llamada’Nueva Mayoría’ de uno que milita en las filas de la
‘Alianza Por Chile’ en cuanto a sus respectivos niveles de avaricia?
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Porque
pocas veces se había visto, en la historia republicana de esta nación, tanto
esfuerzo invertido por dichos actores en hacerse odiosos a la ciudadanía y
desprestigiar tanto a las instituciones del Estado como a su propia conducta.
Porque en el esfuerzo de intentar equiparar el caso en que se vio involucrado
el ‘primer damo’ y el escándalo protagonizado por los ejecutivos y dueños del
consorcio Penta hay una sola víctima que está gravemente herida y se llama
‘democracia’. Y que es difícil que se recupere en tanto no se recusen los
miembros de las propias instituciones encargadas de investigar los hechos que
mantienen lazos de parentesco o de amistad con los investigados.
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¿Puede concluirse, entonces, que existe en la representación política
del país una vocación suicida? No nos parece que ello sea posible. Pero en tal
caso, si tal vocación de suicidio como pudiera alguien suponer no existe o es
ilusoria, necesariamente ha de estimarse que las actuaciones de los actores
políticos involucrados en los últimos escándalos constituye un acto volitivo de
los mismos, un acto consciente, deliberado, culposo; entonces, la situación se
presenta más grave aún, porque nos lleva a analizar lo que sucede con el alma
del chileno, con los valores nacionales que han existido hasta el momento,
aunque sea en el papel.
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Preguntémonos, entonces, si el modelo económico, al
exacerbar la competencia entre los miembros de la sociedad, al conducirnos al
‘frio e impersonal mundo del dinero’, no ha impulsado un drástico cambio de los
‘viejos’ valores nacionales por otros que privilegian la competencia por sobre
la cooperación, la defensa del interés individual por sobre el colectivo, el
autoritarismo por sobre la participación.
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No es lo que vemos más que una nueva realidad que nos entrega la forma
de acumular impuesta por la dictadura pinochetista y que con tanto tesón ha
desarrollado y protegido la ‘izquierda’ chilena?
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En síntesis, lo que vemos hoy
¿es lo que, de ahora en adelante, hemos de considerar como normal, cotidiano,
usual o, en palabras más simples, el reflejo de lo que ha de constituir nuestra
nueva moral? ¿Pasarán tales actos a transformarse en medios a través de los
cuales los agentes del sistema buscarán institucionalizar la corrupción como
forma de vida y como parte de la cultura del chileno? ¿Se pretende así terminar
de transformarlo en el ser esencialmente competitivo que el sistema requiere
para funcionar, un desalmado, un sujeto insensible al dolor ajeno, carente de
empatía, un individuo solamente dedicado a pensar para sí y su núcleo familiar,
que es la imagen del ciudadano ideal que construye el modelo?
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