EL SOCIALISMO NO SE HA IDO AL LIMBO
En memoria de
Eduardo Campos
Por Leonardo Boff
Nuestra generación ha visto caer dos muros aparentemente
indestructibles: el muro de Berlín en 1989 y el muro de Wall Street en 2008. Con
el muro de Berlín se derrumbó el socialismo que existía realmente, marcado por
el estatismo, el autoritarismo y la violación de los derechos humanos. Con el
muro de Wall Street, se deslegitimó el neoliberalismo como ideología política y
el capitalismo como modo de producción, con su arrogancia, su acumulación
ilimitada (greed ist good = la avaricia es buena), al precio de la devastación
de la naturaleza y de la explotación de las personas.
Se presentaban como dos visiones de futuro y dos formas de
habitar el planeta, incapaces ahora de darnos esperanza y de reorganizar una
convivencia planetaria en la cual puedan caber todos y que asegure las bases
naturales que sustentan la vida en grado avanzado de erosión.
En este contexto resurgen, ya sean las propuestas vencidas
en el pasado pero que pueden tener ahora posibilidad de realización (Boaventura
de Souza Santos), tales como la democracia comunitaria y el “buen vivir” de los
andinos, ya sean las del socialismo originario, pensado como una forma avanzada
de democracia.
El capitalismo realmente existente (la sociedad de mercado)
lo descarto de antemano, porque es tan nefasto que de continuar con su lógica
devastadora puede liquidar la vida humana sobre el planeta. Hoy funciona solo
para una pequeña minoría: 737 grupos económico-financieros controlan el 80% de
las corporaciones transnacionales y, dentro de ellos, 147 grupos controlan el
40% de la economía mundial (según datos del famoso Instituto Tecnológico
Suizo), o los 85 más ricos que acumulan el equivalente de lo que ganan 3.057
millones de pobres del mundo (Informe de Oxfam Intermón de 2014). Tal
perversidad no puede prometer nada para la humanidad sino depauperación
creciente, hambre crónica, sufrimiento atroz, muerte prematura y, en el límite,
el armagedón de la especie humana.
El socialismo, asumido en Brasil por varios partidos,
particularmente el PSB del lamentado Eduardo Campos, tiene algunas
oportunidades. Sabemos que su nacimiento se encuentra entre activistas
cristianos, críticos de los excesos del capitalismo salvaje, como Saint-Simon,
Proudon y Fourier, que se inspiraron en los valores evangélicos y en lo que se
llamó «La Gran Experiencia» que fueron los 150 años de la república comunista
cristiana de los guaranís (1610-1768). La economía era colectivista, primero
para las necesidades presentes y futuras y el resto para la comercialización.
Un jesuita suizo Clovis Lugon (1907-1991) expuso
apasionadamente el intento en su famoso libro: “La república guaraní: los
jesuitas en el poder” (Paz e Terra 1968). Un procurador de la república, el
brasilero Luiz Francisco Fernandez de Souza (*1962) escribió un libro de mil
páginas: “El socialismo: una utopía cristiana”. Personalmente vive los ideales
que predica: hizo voto de pobreza, se viste sencillísimamente y va al trabajo
en un viejo Volkswagen escarabajo.
Los fundadores del socialismo (Marx pretendió darles un
carácter científico contra los otros a los que llamaba utópicos) nunca entendieron
el socialismo como simple contraposición al capitalismo, sino como la
realización de los ideales proclamados por la revolución burguesa: la libertad,
la dignidad del ciudadano, su derecho al libre desarrollo y la participación en
la construcción de la vida colectiva y democrática. Gramsci y Rosa de
Luxemburgo veían el socialismo como la realización plena de la democracia.
La pregunta básica de Marx (abstrayendo la construcción
teórico-ideológica discutible que creó alrededor de eso) era: ¿por qué la sociedad
burguesa no consigue realizar para todos los ideales que proclama? Produce lo
contrario de lo que quiere. La economía política debería satisfacer las
demandas humanas (comer, vestir, vivir, instruirse, comunicarse, etc.), pero en
realidad atiende a las necesidades del mercado, en gran parte inducidas
artificialmente y su objetivo es el lucro creciente.
Para Marx la no consecución de los ideales de la revolución
burguesa no se debe a la mala voluntad de los individuos o de los grupos
sociales. Es consecuencia inevitable del modo de producción capitalista. Este
se basa en la apropiación privada de los medios de producción (capital tierras,
tecnología, etc.) y en la subordinación del trabajo a los intereses del
capital. Tal lógica desgarra la sociedad en clases, con intereses antagónicos,
repercutiendo en todo: en la política, en el derecho, en la educación etc.
En el orden capitalista, las personas tienden fácilmente, lo
quieran o no, a volverse inhumanas y estructuralmente «egoístas», pues cada
cual se siente urgido a cuidar primero de sus intereses y solamente después de
los intereses colectivos.
¿Cual es la salida pensada por Marx y seguidores? Vamos a
cambiar de modo de producción. En lugar de la propiedad privada, vamos a
introducir la propiedad social. Pero cuidado, advierte Marx, el cambio del modo
de producción todavía no es la solución. No garantiza la nueva sociedad, solo
ofrece posibilidades de desarrollo de los individuos, que ya no serían medios y
objetos sino fines y sujetos solidarios en la construcción de un mundo con
verdadero rostro humano. Incluso con estas condiciones previas, las personas
tienen que querer vivir según las nuevas relaciones, de lo contrario, no
surgirá la nueva sociedad. Dice todavía más: «la historia no hace nada; es el
ser humano concreto y vivo el que hace todo...; la historia no es otra cosa que
la actividad de los seres humanos buscando sus propios objetivos».
Mi valoración es: iremos hacia una crisis ecológico-social
de tal magnitud que, o asumimos el socialismo con modo humanístico o no
tendremos cómo sobrevivir.
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