SOCIEDAD: RADIOGRAFÍA DEL CHILENO
LA INDECENCIA MORAL DE CHILE
LA INDECENCIA MORAL DE CHILE
Por Hugo Latorre Fuenzalida
El poeta Rojas decía-cuando se lo preguntaban: “Chile es un país mierdoso”;
los argentinos y peruanos-también ahora los bolivianos-, nos califican de país
de hipócritas; los extranjeros de más lejos nos encuentran “reverenciales” y
poco sinceros….Y los de más lejos todavía ni siquiera se atreven a
calificarnos, de lo puro insignificantes y desconocidos que somos.
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Pero cualquiera que haga un mínimo chequeo de nuestro
acontecer diario, podrá rápidamente darse una idea de lo que nos acontece como
sociedad.
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El individualismo se ha transformado en nuestro yo interior más destacado. Pero el
individualismo es la negación del ser persona, pues el individuo se mantiene en
sus propios límites, mientras que la persona se abre a su entorno. Nuestro
individualismo nos mantiene existiendo hasta el límite de nuestros zapatos,
condición a la que los griegos daban el calificativo de “idiota”.
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El hedonismo, acompaña al individualismo como la mano
siniestra a la diestra. Queremos parecer antes que ser. Las máscaras nos cubren
un rostro que nos pena; los objetos que nos rodean, suplen nuestras cojeras con
pretenciosa ridiculez.
El exitismo es otra de nuestras características
distintivas; pero como los recursos se reparten de manera extremosamente
desigual, el éxito que se mide sólo por el rasero económico, frustra a la gran
mayoría, lo que nos hace ser una sociedad
de……
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Envidiosos, cosa que caracteriza a las clases
llamadas “aspiracionales”, porque las clases pobres ni siquiera tienen ya
aspiraciones económicas y tampoco sociales; lo que les hace vivir es un………….
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Odio enguerrillado, que se viene imponiendo en una
juventud que en un 38% vive sin estudiar ni trabajar en la periferia de las
grandes ciudades del país, esperando que los enrole el narcotráfico o
Ladrones, que existen de alto y bajo pelaje, porque
aquí roba el que tiene mucho, que además roba en grande, y el que roba de a
poquito; los últimos cuando los pillan van a parar al “chucho”, siempre que no
alcancen la puerta giratoria, mientras que a los primeros, cuando los
sorprenden (cosa que acontece rara vez), los mandan a hacer cursos de ética.
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Por eso es que somos un país “mierdoso”, porque hemos
perdido lo poco que habíamos acumulado de decencia en nuestros 170 años de vida
republicana. La dictadura nos hizo venerar al corrupto, al ladrón y al opresor;
el retorno a la democracia nos hizo elegir reiterativamente al inepto, al
traidor y al cobarde, avalando con nuestro voto su arribismo y su rastrera
mediocridad.
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Somos “mierdosos” porque hace mucho que no surge nada que se
parezca a la grandeza. La avaricia de los ricos y su militante violencia se
hermanan para pisotear todo intento de reivindicación. Su condición
exclusiva y excluyente de plutócratas
hace miserable su visión de las cosas, emponzoñando todo cuanto tocan.
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Las masas se hacen informes, manipulables, decadentes,
pasotistas y consumistas. Son irresponsables e indolentes, no tienen referentes
y se hacen proclives a la corrupción, como lo delata el flujo creciente de
drogas, alcohol, violencia y muerte, que va ganando terreno en las poblaciones
marginales de Chile. No son las mismas masas que inspiraron “Pobres gentes” de
Dostoievski; tampoco alcanzan la rebelión organizada de “Los endemoniados”, del
mismo gran escritor y profeta ruso. Tampoco las alcanzó a adivinar Ortega y
Gasset en su “Rebelión de las Masas”. No llegan a ser ni rebeldes ni
levantiscos, pues son simplemente alienados y enajenados; son gentes manipuladas,
como esa “chusma inconsciente” de la que alardeaba el Alessandri primero y
discursiador.
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Eso da razón a los “mierdosos” plutócratas para pretender
vivir en ghettos, separados en clubes, urbanizaciones cerradas y playas
exclusivas. Apartando la vista de ese infierno que ellos mismos han creado,
pero del que en nada quieren participar, como realistas posmodernos, sujetos a
la ética insolidaria de los afortunados pero miedosos; de los que se defienden
con mano ajena, de los que no dan la cara, de esos que una vez inspiraron “La Náusea” de Sartre, de esos que
lavan los crímenes de sus mimados hijos
estirando un billete de corrupción y desvergüenza, como ya lo graficaba
espléndidamente el policía y escritor venezolano Fermín Marmol León, en su
libro- denuncia ”Cuatro crímenes, cuatro poderes”.
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Lo cierto es que en esta menesterosidad ética o en esta
“mierdosa” realidad, no nos queda más alternativa que perecer o redescubrirnos
titánicamente, como bien apuntaba Félix Schwartzmann en su obra “El libro de
las revoluciones”.
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Porque, “perecer” significa desaparecer por incompetencia
moral, es decir disolverse en una “anomia” (disolución de todo ánimo, capacidad
y voluntad), y corromperse como cadáver digerido por una fauna depredadora pero
competente en su función de vitalidad destructiva.
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“Redescubrirse”, en cambio, es ser capaz de entender y comprender los resortes de la
dominación incompetente y dar, a tiempo, el salto
cualitativo que permite abrir para ventilar y luego derribar las trampas del
sistema, montado, como ha quedado en evidencia, sobre una perseverante
fabulación teórica inexistente, y contradicha por la realidad y sus evidencias.
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