ANÁLISIS
LA FELICIDAD, BIEN DE CONSUMO
Por Wilson Tapia Villalobos
La felicidad está de moda. Desde hace algunos años se la
viene mencionando majaderamente y hasta el marketing la ha enarbolado para
vender Coca Cola, viajes, ropa deportiva, comidas varias y alcoholes de
distintas procedencias.
Hoy es también casi un grito de combate. Una sola palabra que
se ha transformado en un lema que contiene aspiraciones, expectativas y refleja
el malestar creciente de ciudadanos de todo el mundo. Pocos, sin embargo, se
refieren a la felicidad aludiendo al concepto etéreo, al disfrute momentáneo, a
la dicha que contiene la mirada fugaz del enamorado, la tibia fragancia de un
prado o la satisfacción del deber cumplido.
Todo lo cual sólo se puede alcanzar en una vida tranquila,
en un medio equilibrado, que claramente no es el mundo actual. Lo que pretende
vender el marketing es el hedonismo materialista de un sabor cargado de cafeína
o la satisfacción de adquirir un bien que aporte estatus, en una competencia
sin fin.
Los días 25 y 26 de septiembre se llevó a cabo, en Quillota,
un seminario sobre este tema. Se espera sea el inicio de una Red de Municipios
por la Felicidad. Sin duda, una iniciativa loable, que se suma a muchas otras
en todo el mundo, incluso a nivel de Naciones Unidas. Es como una especie de
soplo de los tiempos. Aunque resulta algo contradictorio. Se parte de la base
de que la gente no es feliz, pero cuando se le consulta a ésta, asume que es
feliz en un porcentaje bastante mayor que el que se reconoce como infeliz.
Tal vez la felicidad se ha gastado, como tantos otros
conceptos esenciales, con el manoseo político y comunicacional. Es posible,
también, que la felicidad haya sido alejada de nuestra condición gregaria. Que
la competencia desenfrenada en que vivimos nos llevara a perder el sentido de
encontrar momentos felices con los seres humanos con quienes compartimos a
diario en el trabajo, en el transporte o en las calles. Y sólo reconocemos
instantes de felicidad en el núcleo familiar, en los afectos más profundos.
Algo de esto nos están diciendo las protestas que a diario
vemos en el mundo. Los ciudadanos no sólo se han empoderado para protestar por
los abusos, para pedir mejores condiciones de vida, también lo hacen porque la
base social que sustenta nuestro sistema se está cayendo a pedazos. Sobre todo
en lo concerniente a que cada ser humano sea considerado como insustituible,
irrepetible y digno de respeto en su condición única.
Contra todo esto conspira el sistema actual. La educación
orientada a la eficiencia y, a través de ella, al éxito, lleva a confundir
felicidad con logros materiales. Y con esto, limita el horizonte feliz.
Las pruebas permanentes de que los seres humanos somos
considerados como meros componentes del mercado, es otro elemento que crea
mayores tensiones. El caso de Chile es paradigmático. Derechos que se
identifican con la condición humana nos han sido arrebatados. Entre ellos, la
salud, la educación, la justicia igualitaria. Además, la sensación de que somos
un rebaño sujeto a manejos que no respetan valores.
De eso nos hablan la colusión en las farmacias y en la
comercialización de los pollos -40% de la carne que consumen los chilenos
proviene de estas aves-; los cobros abusivos de Metrogas; las estafas a través
de esquemas especulativos como el encabezado por el ex yerno del general
Pinochet, Julio Ponce Lerou, o del Grupo Penta -conglomerado controlado por
Carlos Eugenio Lavín y Carlos Délano, propietario de Penta Seguros, Isapre
Banmédica, AFP Provida y otras decenas de empresas-, holding estrechamente
vinculado con la Unión Demócrata Independiente (UDI). Además, con un ejercicio
político en que el poder económico juega un papel omnímodo y casi siempre fuera
de la ley o en los márgenes de ésta. Y en que el ciudadano común no sólo es
sobrepasado, sino que desconoce por completa las implicancias de estos
contubernios. Como es lo que ocurre con el financiamiento de la política.
Pareciera que se intenta que olvidemos que la felicidad
forma parte del todo que somos los seres humanos. La competencia entre
compañeros de trabajo, el perjuicio del cliente en beneficio del dependiente,
la utilización del poder para establecer diferencias y cercenar valores, hacen
que hoy la felicidad sea un bien que no se puede compartir. Una especie de
máxima aspiración individualista: un bien de consumo.
(*) Periodista y profesor universitario
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