LAS PARÁBOLAS DE UN ESTUDIOSO
Por Hugo Latorre Fuenzalida
LA PÓCIMA DE MURTI-BING: O EL IMPERIO DE LA IDEOLOGÍA
El escritor polaco lituano Czeslaw Milosz,
en su libro “El pensamiento cautivo” (1953), hace un relato que es casi una
parábola. En este relato plantea la existencia de una especie de mago llamado
“Murti Bing”, quien procede desde oriente y tiene la virtud de poseer una
pócima capaz de borrar las sospechas y hacer mirar el mundo de una manera
ingenuamente positiva, casi celestial. Este mago manda hacia occidente unos
adelantados o propagandistas que convencen a los militares y dirigentes de
estar región para que beban la pócima encantada.
Pasa el tiempo y después este taumaturgo,
hechicero y nigromante, aparece con sus ejércitos, los que no deben presentar
batalla, pues la pócima hace que sea recibido por los militares del occidente
como un sabio benefactor. Obviamente las huestes de Murti Bing someterán a
occidente de manera blanda y sumisa, pero con el convencimiento de que eran
abrazados por un poder amistoso y complaciente.
Con este relato, Milosz quiso decir que
occidente estaba siendo conquistada ideológicamente por un movimiento
tremendamente peligroso, que insinuaba una acogida gratificante, pero que no
era más que un engaño para luego lanzar el zarpazo represivo.
La conquista ideológica, que se exhibe
llena de promesas de bienestar y progreso, puede encerrar una trampa de
opresión y dependencia tremendamente peligrosa.
Los partidos comunistas y los movimientos
populares, representaban para Milosz esa pócima portada por los adelantados del
hechicero para reblandecer a los regímenes de occidente y luego dejarse caer
con las fuerzas militarizadas sobre un enemigo sin capacidad de respuesta.
Bien sabemos la historia de Polonia, que
desde el levantamiento fue abandonada al régimen soviético, que la engulló en
sus fauces hasta la caída del régimen comunista en manos del movimiento
Solidaridad.
Milosz consideró al régimen soviético una
distorsión del predicado marxista, sin negar el potencial de justicia y
liberación que esa ideología traía en sus postulados reivindicacionistas. No
olvidemos que este pensador fue progresista, pero fue, por sobre todo, un
libertario.
Nos interesa esta narración, pues el
peligro desechado de Oriente, pasó a encarnarse, ahora, en el mismo Occidente.
La ideología liberal en su versión descastada, o neoliberalismo, vino a echar
por tierra todas las promesas engendradas por el pensamiento liberal: progreso,
crecimiento, libertad, justicia y trabajo.
En la medida que sus promesas van siendo
defraudadas en la realidad, la pócima ideológica de Murti-Bing, se expande de
manera más abundante, portada por los adelantados de una prensa bien pagada,
unos intelectuales venales, una tecnocracia sesgada y militante y unos
militares unidimensionales.
Los políticos que bebieron la pócima encantada, creen vivir el “mejor de los mundos
posibles”, como decía y soñaba el filósofo Leibniz. Entonces aportan con su
flexibilidad moral y su elástica ética para cantar odas legislativas que
permitan el imperio totalista imponer los postulados del sabio Murti-Bing, pero
ahora transferido como servidor de los intereses ideológicos de las grandes
naciones y empresas del Occidente imperial y globalizado.
REFORMA TRIBUTARIA O EL LECHO DE PROCUSTO
Procusto o Prokrustés (el estirador), es un
personaje de la mitología griega, representado por un bandido hostelero de la
región montañosa del Atica, al que se le adjudicaba, por unos, una contextura
de enano y de gigante, por otros. Este bandido acogía a los caminantes en su
hospedería y los alojaba en un lecho de metal, lecho que se ajustaba a su
tamaño. Cuando el hospedado dormía, Procusto lo ataba y amordazaba procediendo
a amputar sus extremidades si su tamaño excedía al del lecho o a estirarlo,
hasta descoyuntarle las extremidades, si el viajero era más pequeño que el
camastro.
Podría decirse que Chile está viviendo, con la reforma tributaria- y
también comienza a hacerlo con la reforma de la educación- una amputación
similar a las aplicadas por Procusto a sus víctimas.
Los cercenamientos aplicados a la mentada
reforma tributaria tienen el objetivo de enanizarla hasta dejarla del tamaño de
su torturador. El hospedero criminal no puede tolerar que algo a alguien crezca
más allá de la medida de su camastro. Entonces saca las tijeras y procede a
recortar las partes que le sobrepasan.
Así, la reforma tributaria intentada en Chile queda jibarizada y vuelve a
armonizar con lo que mide el hospedero.
Chile es un país atado y amordazado; su Estado no puede
crecer, por tanto tampoco lo podrá hacer su democracia. Chile está condenado a
ser secuestrado y amordazado por este enanismo hospitalario, y será amputado
cada vez que intente superar las medidas de la cama de hierro que lo ata y fija
a la loca y disparatada manía de este hospedero ulttramontano.
En las democracias más desarrolladas, el
Estado debe crecer en armonía con la complejidad de las estructuras sociales
que la conforman. En las sociedades primarias, no se permite el desarrollo de
los hombres bajo la protección y el fomento del Estado. Por el contrario, cada
vez que una parte de la sociedad supera el marco institucional, que representa
el camastro de Procusto, entonces emergen las herramientas de la amputación que
operan con precisión, concisión y destreza.
Para eso están los discípulos del
mitológico personaje griego, disponible
en forma y figura de operadores, parlamentarios y consejeros, todos muy
hospitalarios, pero con sus aviesas intenciones ocultas detrás de su acogedora
disposición.
No es
de caballeros dar nombres, pues la comparación es siempre odiosa, pero
son fácilmente identificables dentro de la abundante fauna de tránsfugas
camuflados y otros exhibicionistas, que se agolpan a las puertas de los poderes
fácticos, todos mostrando caras de expertos en estos tráficos innobles.
Pero también Procusto es un estirador. De
hecho han pretendido llevar a los pobres de Chile a experimentar un
“crecimiento contra natura”, aplicándole la tortura del endeudamiento inviable,
hasta llevarlos al descoyuntamiento de sus resistencias físicas. Ahí vemos a
esa muchedumbre de personas que fueron amablemente acogidas en los sistemas
crediticios y que, luego de estar
dormidos en el mullido sistema de consumo, son torturados hasta descalabrarlos.
Así enseñaban los griegos antiguos a sus
habitantes, con mitos y leyendas; así lo hizo también la añosa Biblia Hebrea y
lo hizo el Nazareno para con los discípulos de su tiempo. Es que estos relatos
en formas de parábolas o leyendas, enseñan más que cien tratados, porque simplifican el fondo de lo que se debe entender y
desechan todo adorno y refinamiento, todo lo subalterno y lo que confunde.
¿No le parece de bastante claridad,
simetría y semejanza esta apropiación del mito antiguo para trasladarlo a
nuestra realidad presenta como parábola de nuestros propios mitos?
EL AUTÓMATA AJEDRECISTA DE VON KEMPELEN Y
LA TECNOLOGÍA ENGAÑOSA.
Estamos bajo el imperio de la sociedad de
masas, que Lipovetsky enjuicia como sociedad del “homo consumator”, es decir
ese ser que dejo de ser el “homo laborens”,
que producía con el sudor de su frente los bienes destinados al consumo
de otros, es decir la burguesía rica y dilapidadora, para dedicarse a demandar,
ahora, como simple consumidor.
Este hombre cuyo instinto “oral” no logra
escalar hacia una fase superior de voluntad, es un ser pasotista , áspero,
rudimentario (o muy refinado, pues hay masas de clase alta), que opera con una
ilimitada apetencia,, y sus músculos se activan ante el primer estímulo
generado desde los sistemas de seducción, que como los altoparlantes del “Mundo
feliz” van definiendo una subliminal
conciencia predispuesta a engullir, en esas fauces descomunal e inagotable,
todo lo que se exhiba.
La técnica se ha transformado en el nuevo
dios de esta sociedad de consumidores. De servirnos para mejor satisfacer
nuestras necesidades, nos hemos
transformados en sus servidores. De crearla con nuestra imaginación, nos está
forjando ella ahora y somos pensados por los instrumentos; de manipularla,
estamos, ahora, siendo manipulados por ella.
Así como este es el tiempo de la
digitalización y el pensamiento sistémico nos trae para consumo los autómatas robotizados; el
siglo XVIII fue el siglo de la mecánica, del reloj y sus derivados. El hombre
de entonces creaba mecanismos impresionantes, como el “Papamoscas” de la
catedral de Burgos o Pierre Jacquet Droz (tenía que ser hijo de la Suiza de los relojes) con su
“Pianista”, el “Dibujante” y el “Escritor”, todos ellos autómatas de ingeniosa
actividad.
Son, quizá, de los más célebres autómatas
de su tiempo.
Wolfang von Kempelen, no se quedó en chicas
y diseñó un muñeco autómata conocido como “El Turco”, por el atuendo oriental
que lo caracterizaba. La particularidad de este autómata es que jugaba
estupendamente ajedrez, tanto así que –se dice- derrotó al mismo Napoleón en
una partida jugada antes de la batalla de Wagram.
Von Kempelen vendió este muñeco en un
precio muy elevado a Johan Maezel, quien trató de recuperar su inversión
paseando al muñeco genial por Europa, Cuba y Estados Unidos.
.
Pero lo sorprendente está en que una vez muerto
el propietario, se descubrió que quien jugaba las partidas de ajedrez era un
personaje pequeñito, que se ajustaba a la cajuela desde donde manipulaba los
engranajes con precisión categórica. Se
llamaba William Schlumberger y desapareció con el muñeco en el magno incendio
de Filadelfia. Quien preservó el recuerdo de este personaje fue Edgar Allan
Poe, al escribir una narración conocida como “El jugador de Ajedrez de Maezel”.
Lo que nos enseña esta capacidad inventora
del hombre, es que detrás de una tecnología
tan ingeniosa, puede existir una trampa imperceptible; y eso que nos
parece sorprendente hasta dejarnos embelesados, puede contener una seducción
fraudulenta y exhibicionista.
En la historia antigua se crearon mitos con
estos personajes: como la estatua de Osiris, que lanzaba fuego por los ojos;
Pigmalión que esculpió la estatua de Galatea y se enamoró de ella; Hefesto que
creaba mujeres animadas y revestidas en oro
para que le ayudaran en sus labores de herrería, o los Argonautas que
crearon un perro autómata para que les sirviera de custodio.
En fin, se puede pasear por la Edad
Antigua, Media, Renacimiento y Moderna, dando con personajes de gran renombre
como Roger Bacon o Alberto Magno y el mismo René Descartes, que es, ni más ni
menos, el mentor intelectual de todo este montaje, pues él concibió la idea que
los animales y los cuerpos eran como simples autómatas. De Descartes se
cuenta que cuando murió su hija política Francine, la recreó como muñeco con
capacidad de ciertos movimientos y era tan fidedigna imagen de esa hija amada
que siempre la llevaba en sus viajes.
Toda tecnología encierra un enano que opera los engranajes de manera oculta y
secreta, pero de forma eficiente. Hay
una especie de fetiche tecnológico desde siempre, pero tremendamente extendido
en el hombre contemporáneo. La mascarada engañosa, sin embargo, doblega las
resistencias, y los artefactos de todo
tipo invaden la vida de las personas y cautivan su ánimo y su mente. Todo se
hace por el objeto deseado, por la máquina, por la acción automatizada, por el
divertido emular acciones propias de los hombres. Los autos modernos nos
hablan, nos alertan, nos guían y hasta se conducen solos. Las máquinas
procesadoras ya hasta piensan por nosotros.
Como dice Heidegger: “La técnica moderna no
es sólo un medio, es un desocultar”.
Entonces el hombre moderno debe descubrir
las interpelaciones y las provocaciones que impone la técnica, pero para ello
debe sostener una mirada cuestionadora y una mente ágil; de lo contrario será
atrapado por “la cosa”, y de sujeto, que
busca iluminarse por la tecnología, será absorbido y velado (ocultado en su
esencia) y enceguecido (alienado) en medio de sus mecanismos.
El hombre masa latinoamericano, ese hombre
que no crea conocimiento y que es un simple usuario, corre mayor peligro de ser
velado (ocultado) del fidedigno saber en el campo del uso tecnológico. En
cambio el hombre que crea y domina la tecnología, desvela el saber en su uso,
pues se sostiene como sujeto soberano del objeto, mientras que el simple
usuario tecnológicamente infecundo, corre el riesgo de terminar siendo objeto
de un uso tecnológico que se convierte en sujeto dominador. Ya somos en parte
unos Píndaros, enamorados de esa creatura, aferrados a sus demandas, como un
fetiche. Basta ver los celulares en manos de cada transeunte, aferrados como un
Corán en manos de cada islamista.
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