POLÍTICA INTERNACIONAL
EN ARENAS MOVEDIZAS
Por Wilson Tapia Villalobos
Periodista y profesor universitario
EN ARENAS MOVEDIZAS
Por Wilson Tapia Villalobos
Periodista y profesor universitario
Hay quienes sostienen que la política es una amplia
extensión de arenas movedizas. Quieren significar la dificultad, el peligro,
que significa transitar en ella.
La verdad es que su atractivo radica en que es un camino
directo al poder y, por lo general, no fagocita a los aventureros. A lo más les
magullan el ego con derrotas que pueden ser enmendadas. Sin embargo, hay veces
en que el peligro es real. Y ello depende de diversos factores.
Hoy es uno de esos momentos difíciles. Las instituciones
están cuestionadas. Empezando por la democracia y todos los cimientos que la
soportan y siguiendo con instituciones valóricas como las religiosas. Eso
genera inseguridad, tensión, violencia y deja al descubierto la incapacidad de
quienes manejan el poder. Tal vez por estar demasiado seguros en sus lugares de
tierra firme dentro de la ciénaga, mientras el resto es tragado por la succión
de un sistema que sólo a ellos prohija.
Este es un escenario global que se repite con prolijidad
localmente. Lo que ocurre a nivel planetario hoy no nos es ajeno. Las tensiones
en Oriente Medio son inocultables. Como lo son las que se desarrollan en Europa
Oriental y en el Lejano Oriente. No es casual que Japón haya echado al olvido
el drama de la Segunda Guerra Mundial para iniciar el rearme y transformarse en
tapón ante una China cuya pujanza económica puede desencadenar aspiraciones
territoriales. Visiones que no le son ajenas a una potencia con pasado imperial
milenario. En esta inquietud Tokio es una herramienta más de quien ayer fue el
responsable de que su territorio y población fueran los primeros en conocer la
hecatombe de la bomba atómica: los Estados Unidos.
En el Medio Oriente, el Estados Islámico -en realidad
mejor llamarlo Ejército Islámico- (EI) obliga a barajar las cartas del naipe
occidental. Este engendro es un hijo no deseado de Occidente. Nace en Siria,
luchando contra Bashar Al Assad, el enemigo al que Washington e Israel desean
aventar. Y ese es un primer paso, el siguiente es Irán.
El EI muestra hoy ventaja sobre las otras fuerzas que
participan en la lucha contra el presidente sirio. Y esa posición la han
logrado gracias a la ayuda económica y militar de los EE UU y sus aliados,
especialmente de los multimillonarios regímenes conservadores árabes. El EI no
nació de la nada. Tampoco ocultó su extremismo islámico. En un primer momento
lo esencial era terminar con el régimen de Al Assad y en tal tarea cualquiera
que estuviera dispuesto a enfrentar a ese enemigo era amigo. Algo similar a lo
que ocurrió en Afganistán con los talibanes y el nacimiento de Al Qaeda. Ossama
bin Laden, árabe saudí, fue entrenado por la CIA norteamericana y era uno de
los valores de los guerrilleros afganos contra la fuerzas de ocupación
soviéticas.
Y así se llega a otro escenario que aporta inseguridad.
Rusia, desde la anexión de Crimen, se reafirmó como el enemigo a enfrentar en
Europa Oriental. El mismo que representó antes la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS). Hoy algo más esmirriado, pero con las
aspiraciones intactas. Difiere, es cierto, el motor ideológico que impulsaba a
la URSS, el comunismo, oponente decidido del sistema capitalista. Pero pese a
que el bagaje ideológico ha cambiado, el reto sigue siendo el mismo. Vladimir
Putin, el hombre fuerte de Moscú, sabe que para Occidente siempre será una
piedra en el zapato, a no ser que acepte ser un carro de cola del tren cuya
locomotora es EE.UU. Y en eso no parece dispuesto a transformarse.
Es interesante conocer algo de este personaje. Agente
destacado de la policía política (KGB) soviética, Putín vivió la caída del
imperio como el cataclismo más grande del siglo XX. Hasta hoy no oculta ese
pensamiento, aunque lo ha edulcorado de manera conveniente. Esta es una frase
suya: "El que quiera restaurar el comunismo, no tiene cabeza. El que no lo
eche de menos, no tiene corazón". Rechazó abiertamente la Perestroika, que
fue el inicio de los pasos que luego llevarían, bajo el mandato de Boris
Yeltsin, al colapso de la URSS. Un colapso que empobreció dramáticamente al
pueblo ruso, que lo perdió todo. Incluso los bonos recibidos como parte de las
empresas que pertenecían al Estado. Con una inflación galopante, al poco
tiempo, ese patrimonio se había transformado en algo tan poco relevante como
una botella de vodka. Los actuales zares del petróleo y otras grandes fortunas
rusas se hicieron en este período comprando bonos a precio de baratillo. Algo
parecido a lo que antes había ocurrido en Chile con las empresas estatales,
bajo la dictadura del general Pinochet.
Al comienzo del nuevo sistema, Putin trabajó de taxista.
Luego, sus contactos le dieron una nueva oportunidad. Y hoy se encuentra
encumbrado en el poder. Otra frase suya: "No hay que intentar comprender a
Rusia, hay que creer en ella". Para él, el destino manifiesto de su país
es el Imperio. Es lo que lo tiene como sólido referente en la estimación
popular. Es un ultra conservador, homofóbico, contrario a las manifestaciones
públicas de religiones ajenas a la tradición rusa, pero parece interpretar
cabalmente el sentir de un pueblo que había perdido toda esperanza de verse
nuevamente como una nación importante.
Sólo hay que agregar las presiones de grupos sociales que
luchan por el respeto al planeta, por frenar el cambio climático, por devolver
la dignidad a los pueblos originarios, por la igualdad por sobre diferencias en
lo sexual, económico y de capacidades físicas e intelectuales, y tendrá una
referencia muy cercana a las arenas movedizas en que hoy están pisando los
políticos. Y, desgraciadamente, con ellos todos los seres humanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario