ESPAÑA
MADRID NO QUIERE A CATALUÑA
MADRID NO QUIERE A CATALUÑA
Por Felipe Portales
En toda relación social
voluntaria que busca establecer un destino común es fundamental que exista, al
menos, algún grado de afecto entre las partes. De otra forma, esa relación no
tiene futuro. Esto lo hemos visto muy bien reflejado en el caso de Inglaterra
respecto de Escocia.
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Así, la creciente sensación que
ha habido desde hace décadas entre los escoceses de preferir seguir un rumbo
independiente de Gran Bretaña, fue enfrentada con preocupación por los
ingleses, porque estos sentían que había un vínculo común digno de mantenerse.
Por tanto, el gobierno central concordó con aquellos en reconocerle mayor
autonomía creándose un Parlamento escocés; y posteriormente ampliándole sus
atribuciones. Al no bastar esto, y al pretender los nacionalistas escoceses
obtener su independencia, los ingleses –sin querer que estos se separaran-
respetaron el ejercicio del derecho del pueblo escocés a definir libremente su
futuro. Es decir, la elección de si preferían separarse de Gran Bretaña, o
seguir viviendo juntos.
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Pero junto con el respeto, los
ingleses le demostraron a los escoceses un real afecto asociativo. De este
modo, los políticos ingleses participaron activamente en la campaña tratando de
convencer a los primeros que, desde todo punto de vista, les convenía a ambos
seguir juntos en la Gran Bretaña. Incluso, los principales partidos políticos
británicos se comprometieron a ampliar aun más sus grados de autonomía si es
que los escoceses decidían seguir integrados al Reino Unido. Lo que sí
especificaron fue que en caso de separarse Escocia, ella no podría seguir con
la libre esterlina como moneda nacional, como era la pretensión del Partido
Nacionalista Escocés. Especificación muy razonable, ya que hubiesen conformado
Estados completamente independientes entre sí.
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Ciertamente que todo ello tiene
que haber influido en que el resultado a favor de continuar la unión superó con
creces lo que se estimaba.
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En el caso de Madrid se ha
seguido una conducta totalmente contrapuesta respecto de Cataluña. Primero, hay
que tener en cuenta que los agravios históricos sufridos por Cataluña han sido
muchísimo mayores que los de Escocia. Pese a ello, cuando los catalanes
comenzaron a mostrar mayores deseos de autonomía, la respuesta del
establishment español fue claramente negativa. Incluso, cuando ellos aprobaron
democráticamente una ampliación de aquella (a través del Estatut), el gobierno
español recurrió al Tribunal Constitucional, de conformación PP-PSOE, para
intentar anularlo; lo que logró parcialmente luego de una exasperante dilación
de varios años.
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Por otro lado, el gobierno
nacional se negó también a una renegociación de los términos económicos de su
relación con Cataluña; pese a que esta se sentía muy injustamente tratada. Como
reacción e este menosprecio sistemático, se generó en el pueblo catalán una
expresión de deseos y manifestaciones independentistas como nunca antes en la
historia contemporánea. Así, el principal partido catalán Convergencia y Unio,
que no era independentista, se convirtió en tal. Y más aún, en las últimas
elecciones regionales celebradas en 2012, los partidos independentistas
obtuvieron el 64,4% de los escaños del Parlement.
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Y cuando –producto de esa
mayoría- el gobierno catalán planteó la idea de hacer un referéndum sobre la
independencia, la reacción de Madrid ha sido “de miedo”. Se la ha atacado sin
misericordia; usando para ello todas las descalificaciones imaginables. Hasta
se la ha calificado de locura. Y se ha amedrentado de forma abierta y sostenida
al pueblo catalán por su “atrevimiento”. Que quedaría fuera de la Unión
Europea; que se usarán todos los recursos legales para evitarla; y por último,
que se empleará la fuerza si se insiste en efectuar el referéndum.
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Ni los políticos, ni los medios
de comunicación y ni siquiera los intelectuales madridistas han hecho algún
esfuerzo para tratar de convencerlos –como hicieron los ingleses con los
escoceses- de que un destino común sería mucho más favorable para ambos. ¡Para
qué hablar de demostrarles algún cariño o simplemente respeto! Incluso, en los
debates de la Televisión Española, que son vistos en toda América, se hace gala
de quien descalifica más a los catalanes.
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Así, el establishment madrileño
ha demostrado, además de una carencia de afecto asociativo a los catalanes, una
total ausencia de lógica democrática para afrontar el tema. La insistencia en
argüir que se violaría la Constitución española con un referéndum constituye
una penosa falacia.
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Primero, porque es del ABC del
derecho contemporáneo que el derecho internacional –particularmente en el caso
de los derechos humanos- prima sobre el interno. Segundo, porque obviamente la
Constitución puede modificarse si hay voluntad política para ello. Y, tercero,
porque constituye un absurdo en un sistema democrático utilizar un pretexto
legal para mantener a un pueblo sin derecho a decidir su futuro.
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¿Por qué los españoles no pueden
seguir el ejemplo que ya dos veces ha dado Canadá respecto de Quebec; o el que
dio la República Checa y Eslovaca; o el que dio Serbia respecto de Montenegro;
o el flamante dado por Gran Bretaña?
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Lo más triste es que pareciera
que la elite madridista es tan, pero tan autoritaria, que no pareciera darse
cuenta que con sus actitudes actuales está asegurando una ruptura futura con
Cataluña. Si es que aprecian en algo a los catalanes, ¡cómo no se dan cuenta
que los están virtualmente empujando a la separación! Claro, con la violencia o
la amenaza de su uso podrán quizá mantener la “unidad” por un tiempo; pero
estarán perdiendo los afectos asociativos catalanes quizás para siempre.
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Así, lo que está claro, al menos hasta el día
de hoy, es que Madrid quiere imponerse a los Catalanes, pero no quiere a
Cataluña.
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