SOCIOLOGÍA Y COMUNICACIÓN
CARISMA Y CARISMÁTICOS: ¿QUÉ ENERGÍA ES ESA?
Por Leonardo Boff
Carisma, carma,
Crishna, Cristo, crisma y caritas poseen la misma raíz sánscrita kri o kir.
Significa la energía cósmica que acrisola y vitaliza, penetra y rejuvenece
todo, fuerza que atrae y fascina los espíritus. La persona no posee un carisma,
es poseída por él. La persona, sin ningún mérito personal, se ve tomada por una
fuerza que irradia sobre otras, haciendo que queden estupefactas: si están
hablando, se callan; si están entretenidas en alguna cosa, pasan a prestar
atención a la persona carismática.
.
El carisma es algo sorprendente. Está en los
seres humanos, pero no viene de ellos. Viene de algo más alto y superior.
Nietzsche cuenta que cuando paseaba por los Alpes se sentía poseído por una
fuerza que le hacía escribir. Era otro que se servía de él. Tomaba su cuaderno
y en él escribía lo mejor de sus intuiciones.
Los antropólogos introdujeron una palabra sacada de la
cultura de Melanesia: mana. La personalidad-mana irradia un poder
extraordinario e irresistible que, sin violencia, se impone a los demás. Atrae,
entusiasma, fascina, arrastra. Es el equivalente de carisma en nuestra
tradición occidental.
¿Quiénes son los carismáticos? En el fondo, todos. A nadie
le es negada esa fuerza cósmica de presencia y de atracción. Todos cargamos con
algo de las estrellas de donde venimos. La vida de cada persona está llamada a
brillar, según dice un cantor, a ser carismática de una u otra forma. Bien
decía José Martí, pensador cubano de los más agudos de América Latina: hay seres
humanos que son como las estrellas, generan su propia luz, mientras otros
reflejan el brillo que reciben de ellas. Algunos son sol, otros, luna. Nadie
está fuera de la luz, propia o reflejada. En fin, estamos todos en la luz para
brillar.
Pero hay carismáticos y carismáticos. Hay algunos en los
cuales esta fuerza de irradiación implosiona y explosiona. Son como una luz que
se enciende en la noche. Atraen todas las miradas me valen las dos. Se podía
hacer desfilar a todos los obispos y cardenales delante de los fieles reunidos,
podía haber figuras impresionantes en inteligencia, capacidad de administración
y celo apostólico, pero todas las miradas se fijaban en Dom Hélder Câmara
cuando todavía estaba entre nosotros, portador eminente de carisma. Su figura
era insignificante. Parecía el siervo sufriente sin belleza ni adorno. Pero de
él salía una fuerza de ternura que unida al vigor de su palabra se imponía
suavemente a todos.
Muchos pueden hablar, y hay buenos oradores que atraen la
atención. Pero dejen hablar al obispo emérito de São Félix do Araguaia. Su voz
es ronca y a veces casi desaparece. Pero en ella hay tanta fuerza y tanto
convencimiento que la gente queda boquiabierta. Es la irrupción del carisma que
hace que un obispo frágil y débil parezca un gigante. Hoy sin casi poder hablar
a causa de un fuerte Parkinson, sus escritos y poemas tienen la fuerza del
fuego. Es un eximio poeta.
Hay políticos hábiles y grandes administradores. La mayoría
maneja el verbo con maestría. Pero hagan subir a Lula en la tribuna delante de
las multitudes. Empieza hablando bajo, asume un tono narrativo, va buscando el
mejor camino para comunicarse. Y lentamente adquiere fuerza, irrumpen
conexiones sorprendentes, la argumentación adquiere su armazón adecuada, el
volumen de voz alcanza altura, los ojos se incendian, los gestos modulan el
habla, en un momento dado todo el cuerpo es comunicación, argumentación y
comunión con la multitud que de bulliciosa pasa a silenciosa y de silenciosa a
petrificada, para, en el punto culminante, irrumpir en gritos de aplauso y
entusiasmo. Es el carisma haciendo irrupción. Poco importa la opinión que
podamos tener de sus ocho años de gobierno. En él no se puede negar la
presencia del carisma.
No sin razón Max Weber, estudioso del poder carismático, lo
llama «estado naciente». El carisma parece que hace nacer, cada vez que
irrumpe, la creación del mundo en la persona carismática o personalidad-mana.
La función de los carismáticos es la de ser parteros del carisma latente dentro
de las personas. Su misión no es la de dominarlas con su brillo, ni seducirlas
para que los sigan ciegamente, sino despertarlas del letargo de lo cotidiano.
Y, despiertos, descubrir que lo cotidiano guarda en su interior secretos,
novedades, energías ocultas que siempre pueden despertar y dar un nuevo sentido
de brillo a la vida, a nuestro corto paso por este universo.
Que cada cual descubra la estrella que dejó su luz y su
rastro dentro de él. Y si fuera fiel a la luz, brillará y otros lo percibirán
con entusiasmo.
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