LA VIOLENCIA ESTRUCTURAL EN EL HOMBRE
No ha habido un solo día en la historia de la humanidad en
que la guerra no esté presente. Esto habla entonces de que la violencia es
constitutiva del ser humano.
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Por desgracia, nuestra composición cerebral está conformada
por tres cerebros distintos y que, además, no funcionan de manera armónica, lo
que nos hace ser animalitos enfermos. Es decir, somos el único animal que
padece trastornos mentales y alteraciones conductuales de manera endémica, a
través de las especies del Reino.
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Como dice un famoso compositor popular brasileño: “de cerca nadie luce normal”, y el
dictador venezolano Gómez, que acostumbraba a pasear por una avenida que daba a
la casa de orates, exclamaba, cada vez que pasaba por enfrente de ésta: “No
están todos los que son ni son todos los que están”.
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Esta especie de anormalidad transversal y a veces no bien
diagnosticada en el ser humano, impone un desafío enorme para el futuro y nos
deja como observantes atónitos de una tragedia histórica irremediable e
irredenta.
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Hasta el Evangelio relata el mandato perentorio: “Pedro,
envaina la espada, que quien con la espada mata con la espada muere”. Es decir,
lo que busca enseñar esta sentencia es
que la violencia engendra de vuelta más violencia; pero el hombre, ser
insensato por antonomasia, nunca aprendió la sentencia ética.
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La ética, dice Freud, enseña a los hombres a establecer
normas de conducta social, es decir formas morales de relacionarse unos con
otros. La moral es definida por un “super-yo” que obliga a actuar a un yo cargado de contradictorios
impulsos, que este pensador llama Eros y Tanatus, es decir un Ego rebelde y
autorreferido, que lo separa y aisla, y
un sentido altruista que busca integrarse en armonía amorosa.
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En su libro “El malestar de la cultura”, Freud se queja
amargamente de la incapacidad del hombre de refrenar el impulso de muerte
(Tanatus). Expresa que toda la habilidad humana creada por la ciencia para
dominar el mundo, sólo ha servido para destruir de manera más eficiente y de
entregar poderes enormes al ánimo de destrucción. Dice Freud que la violencia
tiene explicaciones mundanas: las diferencias enormes de riqueza, de poder y
cultura entre los hombres, deben degenerar en conflictos. Pero lo que no se
puede explicar es que entre blancos, cultos, desarrollados, se den conflictos
tan tremendos como los que pudo presenciar durante las guerras europeas.
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Esta decepción final le lleva a manifestar en las “Cartas en
torna a la guerra”, intercambiadas con ese otro gran humanista que fue
Einstein, que no guarda ninguna esperanza respecto a la especie humana para el
futuro. Apunta que este ser es violento y usará su habilidad técnica y
científica para destruirse con mayor eficacia y universalidad. Cuando Einstein lo apura y le pregunta si no
hay un método por el cual el hombre pueda escapar a la trampa de la violencia
hacia un mundo de paz y solidaridad, el médico psiquiatra responde que
probablemente una educación altruista e integral logre morigerar un tanto sus
ímpetus, pero que no logrará superarlos totalmente.
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A este diagnóstico se deben sumar los estudios de
especialistas en neurociencia, como Mc Lean, quien advierte que nuestro cerebro
primitivo (Bulbo raquídeo), correspondiente al cerebro de los lagartos,
permanece muy activo y es el responsable de nuestra supervivencia orgánica
instintiva; es el cerebro que nos permite la defensa, el ataque, la respuesta
rápida, el instinto reproductivo y toda la química fisiológica.
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Con la evolución se sobremontó un cerebro llamado “mamífero”
o “cortex”, el cual es responsable de nuestros afectos, de nuestro espíritu
gregario, de manada, de familia y de comunidad. Por eso hay diferencias tan
grandes entre los estilos de vida de los reptiles, que son individualistas y solitarios
y los mamíferos, que son grupalistas y establecen sus sistemas de reglas
respetadas al interior de las manadas.
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Finalmente, se nos viene sobreponiendo un cerebro racional,
calculador y especulador, el “neocortex”. Este cerebro está en desarrollo y va
adquiriendo cada vez más relevancia en la cultura humana moderna.
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Lo dramático, dice McLean, es que estos tres cerebros están
conectados de manera azarosa e imperfecta;
no es que un cerebro haya envuelto al otro y lo haya acogido de manera armoniosa y perfecta, sino,
todo lo contrario, las conexiones obedecen a la teoría de las probabilidades.
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Esto explica que tengamos un promedio normalizado, bastante
amplio de conexiones relativamente armónicas, pero inestables; otro 20% de
conexiones con fuerte influencia del cerebro reptil, con fuerte inestabilidad
tendiente a la violencia; otro porcentaje con mayor influencia del cerebro
mamífero y una mayor tendencia a la vida gregaria o de masas.
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Finalmente la
combinación de influencia racional (neocortex) y mamífera, tenderá a dar
hombres con inclinación a las grandes propuestas altruistas, mientras que las
personas que combinan los cerebros
dominantes reptil con el racional, serán seres propensos a las grandes obras de
destrucción, organizadas y planificadas de manera luciferina.
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Eric Fromm, en “El corazón del hombre” plantea algo similar,
llamando a estos impulsos insertos en el cerebro humano (alma) como “biófilo” y
“necrófilo”. Es decir, los amantes de la vida y los amantes de la muerte,
diseñando una distribución similar de tendencias y promedios normalizados.
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Señala, Fromm, que las personas con carga mayor de
necrofilia elegirán profesiones afines a esa necesaria carga de violencia de la
que son portadores; lo opuestos harán los que llevan mayor carga biófila.
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Pero lo dramático de toda esta ciencia psiquiátrica, reside
en que son problemas estructurales a la humanidad; es decir que no se pueden
eliminar. De ahí le sentencia de Freud en el sentido que solo se puede refrenar
un poco, pero no superar totalmente el mal de la violencia entre los humanos.
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Freud, además señala que la vida humana requiere de cierto
sufrimiento y dolor, como base de su desarrollo, pero lo que es evitable y debe
ser combatido es el sufrimiento ocasionado por una violencia suplementaria. La
naturaleza, la enfermedad, la muerte, la accidentabilidad, ya nos proporcionan
las bases de sufrimiento que al hombre son inevitables; pero la guerra, la
represión, la coerción, la tiranía, el crimen, etc., conforman sufrimiento
suplementario o excedentario, como lo llamó ese otro gran psiquiatra Herbert
Marcuse, en “Eros y civilización”.
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¿Podemos admirarnos entonces de lo que acontece entre
israelíes y Palestinos?
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La terrible verdad impuesta por uno de los más pesimistas
humanistas conocidos, Thomas Hobbes en su “Homo homini lupus”, sigue nublando
el cielo de expectativas que ha creado el llamado “progreso” durante la
modernidad.
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¿No tendría razón el filósofo Heidegger, de que
nuestro Ser es un “ser para la muerte”? O Kierkegaard, que profetiza sólo un
“temer y temblar”, como esencia existencial.
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