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viernes, 25 de julio de 2014

LA VIOLENCIA ESTRUCTURAL EN EL HOMBRE

Por Hugo Latorre Fuenzalida

No ha habido un solo día en la historia de la humanidad en que la guerra no esté presente. Esto habla entonces de que la violencia es constitutiva del ser humano.
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Por desgracia, nuestra composición cerebral está conformada por tres cerebros distintos y que, además, no funcionan de manera armónica, lo que nos hace ser animalitos enfermos. Es decir, somos el único animal que padece trastornos mentales y alteraciones conductuales de manera endémica, a través de las especies del Reino.
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Como dice un famoso compositor popular  brasileño: “de cerca nadie luce normal”, y el dictador venezolano Gómez, que acostumbraba a pasear por una avenida que daba a la casa de orates, exclamaba, cada vez que pasaba por enfrente de ésta: “No están todos los que son ni son todos los que están”.
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Esta especie de anormalidad transversal y a veces no bien diagnosticada en el ser humano, impone un desafío enorme para el futuro y nos deja como observantes atónitos de una tragedia histórica irremediable e irredenta.
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Hasta el Evangelio relata el mandato perentorio: “Pedro, envaina la espada, que quien con la espada mata con la espada muere”. Es decir, lo que busca enseñar esta  sentencia es que la violencia engendra de vuelta más violencia; pero el hombre, ser insensato por antonomasia, nunca aprendió la sentencia ética.
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La ética, dice Freud, enseña a los hombres a establecer normas de conducta social, es decir formas morales de relacionarse unos con otros. La moral es definida por un “super-yo” que obliga a  actuar a un yo cargado de contradictorios impulsos, que este pensador llama Eros y Tanatus, es decir un Ego rebelde y autorreferido, que lo separa y aisla,  y un sentido altruista que busca integrarse en armonía amorosa.
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En su libro “El malestar de la cultura”, Freud se queja amargamente de la incapacidad del hombre de refrenar el impulso de muerte (Tanatus). Expresa que toda la habilidad humana creada por la ciencia para dominar el mundo, sólo ha servido para destruir de manera más eficiente y de entregar poderes enormes al ánimo de destrucción. Dice Freud que la violencia tiene explicaciones mundanas: las diferencias enormes de riqueza, de poder y cultura entre los hombres, deben degenerar en conflictos. Pero lo que no se puede explicar es que entre blancos, cultos, desarrollados, se den conflictos tan tremendos como los que pudo presenciar durante las guerras europeas.
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Esta decepción final le lleva a manifestar en las “Cartas en torna a la guerra”, intercambiadas con ese otro gran humanista que fue Einstein, que no guarda ninguna esperanza respecto a la especie humana para el futuro. Apunta que este ser es violento y usará su habilidad técnica y científica para destruirse con mayor eficacia y universalidad.   Cuando Einstein lo apura y le pregunta si no hay un método por el cual el hombre pueda escapar a la trampa de la violencia hacia un mundo de paz y solidaridad, el médico psiquiatra responde que probablemente una educación altruista e integral logre morigerar un tanto sus ímpetus, pero que no logrará superarlos totalmente.
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A este diagnóstico se deben sumar los estudios de especialistas en neurociencia, como Mc Lean, quien advierte que nuestro cerebro primitivo (Bulbo raquídeo), correspondiente al cerebro de los lagartos, permanece muy activo y es el responsable de nuestra supervivencia orgánica instintiva; es el cerebro que nos permite la defensa, el ataque, la respuesta rápida, el instinto reproductivo y toda la química fisiológica.
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Con la evolución se sobremontó un cerebro llamado “mamífero” o “cortex”, el cual es responsable de nuestros afectos, de nuestro espíritu gregario, de manada, de familia y de comunidad. Por eso hay diferencias tan grandes entre los estilos de vida de los reptiles, que son individualistas y solitarios y los mamíferos, que son grupalistas y establecen sus sistemas de reglas respetadas al interior de las manadas.
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Finalmente, se nos viene sobreponiendo un cerebro racional, calculador y especulador, el “neocortex”. Este cerebro está en desarrollo y va adquiriendo cada vez más relevancia en la cultura humana moderna.
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Lo dramático, dice McLean, es que estos tres cerebros están conectados de manera azarosa e imperfecta;  no es que un cerebro haya envuelto al otro y lo haya  acogido de manera armoniosa y perfecta, sino, todo lo contrario, las conexiones obedecen a la teoría de las probabilidades.
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Esto explica que tengamos un promedio normalizado, bastante amplio de conexiones relativamente armónicas, pero inestables; otro 20% de conexiones con fuerte influencia del cerebro reptil, con fuerte inestabilidad tendiente a la violencia; otro porcentaje con mayor influencia del cerebro mamífero y una mayor tendencia a la vida gregaria o de masas.
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Finalmente la combinación de influencia racional (neocortex) y mamífera, tenderá a dar hombres con inclinación a las grandes propuestas altruistas, mientras que las personas que combinan  los cerebros dominantes reptil con el racional, serán seres propensos a las grandes obras de destrucción, organizadas y planificadas de manera luciferina.
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Eric Fromm, en “El corazón del hombre” plantea algo similar, llamando a estos impulsos insertos en el cerebro humano (alma) como “biófilo” y “necrófilo”. Es decir, los amantes de la vida y los amantes de la muerte, diseñando una distribución similar de tendencias y promedios normalizados.
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Señala, Fromm, que las personas con carga mayor de necrofilia elegirán profesiones afines a esa necesaria carga de violencia de la que son portadores; lo opuestos harán los que llevan mayor carga biófila.
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Pero lo dramático de toda esta ciencia psiquiátrica, reside en que son problemas estructurales a la humanidad; es decir que no se pueden eliminar. De ahí le sentencia de Freud en el sentido que solo se puede refrenar un poco, pero no superar totalmente el mal de la violencia entre los humanos.
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Freud, además señala que la vida humana requiere de cierto sufrimiento y dolor, como base de su desarrollo, pero lo que es evitable y debe ser combatido es el sufrimiento ocasionado por una violencia suplementaria. La naturaleza, la enfermedad, la muerte, la accidentabilidad, ya nos proporcionan las bases de sufrimiento que al hombre son inevitables; pero la guerra, la represión, la coerción, la tiranía, el crimen, etc., conforman sufrimiento suplementario o excedentario, como lo llamó ese otro gran psiquiatra Herbert Marcuse, en “Eros y civilización”.
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¿Podemos admirarnos entonces de lo que acontece entre israelíes y Palestinos?
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La terrible verdad impuesta por uno de los más pesimistas humanistas conocidos, Thomas Hobbes en su “Homo homini lupus”, sigue nublando el cielo de expectativas que ha creado el llamado “progreso” durante la modernidad.
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¿No tendría razón el filósofo Heidegger, de que nuestro Ser es un “ser para la muerte”? O Kierkegaard, que profetiza sólo un “temer y temblar”, como esencia existencial.

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