EL SILENCIO VERGONZOSO
Por Wilson Tapia Villalobos
Periodista y profesor
universitario
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¿Por qué los chilenos no somos capaces de decir las cosas
por su nombre? Nos gusta apegarnos a la norma. Y si ésta no existe, inventar
algo para salir por un camino que creemos políticamente correcto. Lo que no
significa otra cosa que tartufismo, la peor expresión pública de la falsedad y
la hipocresía.
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En estos días en que la Franja de Gaza es castigada de
manera inmisericorde por el Estado de Israel, Chile guarda silencio. Y se arma
un escándalo de proporciones porque una autoridad de segundo orden, la
Secretaria Regional Ministerial (Seremi) de Vivienda en la Araucanía, Romina
Tuma, participa en una manifestación contra el gobierno israelí.
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Ya van más de mil muertos palestinos, entre ellos un número
creciente de niños. Pero aquí seguimos escuchando el debate acerca del
"exabrupto" de Romina Tuma. Incluso, dicen sus detractores, estaba
presente cuando fue quemada una bandera de Israel. El gobierno de la señora
Bachelet dio explicaciones etéreas y la propia Seremi se vio obligada a tratar
de minimizar su presencia en la manifestación.
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Desde luego, dijo que no estaba presente en la quema,
cuestión que es desmentida por fotografías. Tal vez para la manera de pensar
nacional, es menos grave mentir que presenciar el atropello del símbolo patrio
de un país amigo, cuyo gobierno se ha transformado en genocida. Como si ser
autoridad le restara a Tuma el derecho a decir y hacer lo que estima correcto,
y sostenerlo cueste lo que cueste.
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Guardamos silencio por temor a salirnos de la línea que
marca el rebaño obsecuente al poder mundial. Y nuestro gobierno se limita a
confiar en la Organización de Naciones Unidas (ONU), como si no supiera que
allí se impone la ley del más fuerte. Y, en este caso específico, la fuerza
acompaña con ventaja al Estado israelí y no a los palestinos.
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El silencio y la ceguera no ayudan a hacer a un país más
sabio. Por cierto que hay que condenar también los ataques de los
fundamentalistas islámicos. Pero es necesario educar acerca del escenario que
se ha vivido en la zona desde hace más de cinco mil años. Y acerca de lo que ha
ocurrido a partir de que se creó el Estado de Israel, en 1948.
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El silencio no ayuda. Sobre todo cuando los temas que se
evitan tienen un contenido esencial de justicia. Y eso debiera ser
especialmente válido para nosotros. Una de las instituciones peor evaluadas por
los chilenos es, precisamente, la justicia que se imparte en su territorio.
Aquí los condenados por transgredir de derechos humanos esenciales siguen
siendo mantenidos por el Estado. Ni siquiera han perdido, por deshonra, los
grados que se impusieron en su carrera militar. Nadie dice, por cierto, que esa
es una demostración de que aquí la primacía del poder civil sobre el militar es
otra tartufada. Si no fuera así, tampoco se podría tolerar que uno de los
adalides del golpe militar que encabezó el general Pinochet, José Toribio
Merino, sea honrado con un monumento en el Museo de la Marina.
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Si la bestialidad es honrada de esa manera y nuestras
autoridades no reparan el error y nosotros guardamos silencio, estamos
vergonzosamente equivocados.
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Y tampoco se hace una cruzada para denunciar las diferencias
que hace la Justicia cuando debe juzgar a poderosos, como el hijo de Carlos
Larraín, ex senador y ex presidente de Renovación Nacional, o a un miserable
ladrón de supermercado. Este último paga con cárcel. El otro, no.
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En esta actitud todos tenemos responsabilidad. Ahora la
crítica va a recaer sobre las 76 autoridades que El Mercurio detectó como
morosos de sus deudas universitarias. Entre ellos, hay veinte alcaldes, Seremi,
parlamentarios. De esta lista, resulta interesante destacar el caso del
diputado socialista Manuel Monsalve, médico cirujano. Reconoció su deuda y la
explicó como "un inexcusable olvido". Otro socialista, el alcalde de
San Vicente de Tagua Tagua, Jaime González, que adeuda $45.5 millones de su
paso por tres universidades, llevó el tema al plano ideológico-valórico. Dijo
que su actitud es de rebeldía, porque la educación es un derecho y no un bien
de consumo. Y advirtió que no pagará.
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Ya han surgido las voces que advierten acerca del mal
ejemplo que, para la sociedad, representa que sus autoridades no cumplan con la
ley. Un argumento respetable. Pero también debiera serlo el que los derechos
básicos de las personas no pueden servir para enriquecer a unos pocos. Y otro
argumento a tomar en consideración: Los que recurren al crédito del Estado son
los que no cuenta con recursos suficientes. Y son éstos los que solidarizan
para pagar la educación de otros que, como ellos, tampoco cuentan con la
solidez económica necesaria.
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Una última pregunta: ¿Podemos aspirar al desarrollo humano
si guardamos silencio frente a las iniquidades que se viven en el mundo y entre
nosotros?
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