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lunes, 21 de julio de 2014

EL PRINCIPIO DE CONTRADICCIÓN
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Por Hugo Latorre Fuenzalida


El tiempo abstracto de los filósofos antiguos desapareció y queda sólo el tiempo como cambio en la modernidad, y eso conforma desde hace unos siglos, la única realidad.
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Para Espinoza el tiempo era una apariencia confusa, sólo se podía medir en función de la eternidad; igual para Kierkegaard, con la diferencia que se mide el tiempo en base a la totalidad que impone la fe religiosa. Para Kant, el tiempo no corre para el hombre, desde la perspectiva de su “Estética moral”; para él, frente al tiempo no somos causados, pues somos “cosas en sí”, lo que nos deja libres frente al tiempo. Para Descarte, lo que cuenta del tiempo es “el instante”, pues es en el instante donde la esencia  deriva y produce la existencia. Desde la instantánea intuición  del “pienso” surge la existencia (luego existo).
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Es decir que desde la intuición acerca del conocer hasta la  autonomía estética y moral de Kant, se introduce el manejo del hombre sobre el tiempo y el espacio, definiendo lo moderno como la voluntad para el cambio, para la construcción del espacio en el tiempo, para establecer nuevas formas en menos tiempo, para buscarle los atajos a la naturaleza hasta dominarla y esclavizarla (Fausto de Goethe), lo que define Hegel como “la astucia técnica”, una de las tres cualidades del hombre que forman el espíritu (discursos de Jena).
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Pero desde Platón en adelante, se afirma la necesidad del tiempo para poder establecer el principio de contradicción, que en una de sus formas parece afirmar que dos proposiciones contradictorias no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo.
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Pero, acá, en el Chile de “los acuerdos”, sucede que sí se pueden conciliar las contradicciones en un armonioso coser y bordar. Lo curioso es que uno y otro de los que realizan estos mentados  acuerdos, señalan que no ha cedido ni un ápice del cuerpo programático que defiende cada cual, siempre de manera irrestricta y categórica. Para lograr estos prodigios deberían oficiar de Houdini de la política, hábiles al escapismo por rendijas invisibles al ojo común y corriente. Porque no es posible confrontar los dos programas de gobierno y acordar la unión del aceite con el vinagre, a menos que sea en un emulsionado turbio, pero exhibible como cristalino elixir de amor y fraternidad universal.
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“Cuando se gana con la derecha……”, decía don Radomiro….. Y nosotros ya sabemos, por propia experiencia, quién gana.  Bueno, ya sabemos que la derecha inventó unas encuestas basadas en información precaria, parcial y alevosa, lo que terminó por espantar al medroso ánimo (hipotimia) de la vieja y trajinada Concertación y les llevó a claudicar una vez más, cosa que anunciábamos antes de comenzar el actual gobierno, pues sabíamos del color de las plumas de estos gallinazos.
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Para hacer cambios de la magnitud propuesta, se debe tener convicción ¡Y no la tienen!
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Eso quedó demostrado con la compensación tributaria a las rentas más altas, que se les rebaja el impuesto en 5 puntos, lo que neutraliza de una vez el alza a los impuestos de Primera Categoría; y eso es así, simplemente porque están ligados en un solo paquete. También se corrige la eliminación del FUT con la lógica de hacerlo sólo parcial y discriminado en ciertas áreas de inversión, como si existiera en el sistema la capacidad de regular o controlar las mil argucias con que cuentan nuestros magos tributarios para evadir los tributos de antes y del futuro.
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Cuando la derecha empresarial sonríe y se ufana de ser padre de la criatura, es porque ya metieron el gol; es porque saben que ya cuentan con los recursos para evadir, eludir y estafar al fisco de manera gozosa y fluida.
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¿O usted es de los que cree que la derecha ha cedido alguna vez un peso sin rescatar cuatro?
La reforma tributaria de Foxley no la pagaron los empresarios: la pagó el trabajador, pues lo que subieron en impuestos de primera categoría, fue habilitado para ser eludido en los diversos instrumentos de excepción y de incentivo. Al empresariado no le costó un centavo….eso explica que no haya habido distribución del ingreso en esos 20 años, sino, por el contrario,  más sólidos mecanismos de engorda para las arcas plutocráticas.
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Ahora que la derecha sonríe nuevamente y retorna la vieja política de los consensos, podemos descansar en paz, pues ha triunfado la escuela Eleata de Parménides, Zenón y compañía, donde todo permanece inconmovible hasta la eternidad. Los  seguidores de Heráclito, del cambio, los precursores de la modernidad, pueden llorar su fracaso, pues los contrarios se reunirán en una síntesis exaltada de los triunfadores, que necesariamente es la de los mismos, aunque vestidos de ropaje distinto, como ropero de teatro, tal cual lo pronosticaba Nietzsche, acerca de los cultores de la historia, la que puede ser revisitado, pero a la que no se le puede pedir cambios, pues no hay verdades, sólo representaciones; ya no hay grandes tragedias, sino puro simulacro.

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