FESTEJAR ES AFIRMAR LA BONDAD DE LA VIDA
Por Leonardo Boff
El tema de la fiesta
es un fenómeno que ha desafiado a grandes nombres del pensamiento como R.
Caillois, J. Pieper, H. Cox, J. Motmann y al propio F. Nietzsche. Y es que la
fiesta revela lo que todavía hay de mítico en nosotros en medio de la fría
racionalidad. Cuando se realizó la Copa del Mundo en Brasil en junio y julio
del presente año, se hicieron grandes fiestas en todas las clases sociales,
verdaderas celebraciones. Incluso después de la humillante derrota de Brasil
frente a Alemania, las fiestas no decayeron.
.
En Costa Rica, que no fue campeona
del mundo, pero mostró excelente fútbol, hasta el presidente salió a la calle a
celebrar. No fue diferente en Colombia. La fiesta hace olvidar los fracasos,
suspende la terrible cotidianidad y el tiempo de los relojes. Es como si, por
un momento, participásemos de la eternidad, pues en la fiesta no percibimos el
tiempo que pasa.
La fiesta en sí está libre de intereses y finalidades,
aunque haya fiestas de negocios donde la fiesta se transforma en beber, comer y
negociar. Pero en la fiesta que es fiesta, todos están juntos no para aprender
o enseñar algo unos a otros, sino para alegrarse, para estar ahí, uno para el
otro comiendo y bebiendo en amistad y concordia. La fiesta reconcilia todas las
cosas y nos devuelve la saudade del paraíso de las delicias, que nunca se
perdió totalmente. Platón sentenciaba con razón: «los dioses hicieron las
fiestas para que pudiésemos respirar un poco». La fiesta no es solo un día de
los hombres sino también «un día que el Señor hizo» como dice el Salmo 117,24.
Efectivamente, si la vida es un caminar trabajoso, necesitamos a veces parar
para respirar y, renovados, seguir adelante.
La fiesta es como un regalo que no depende ya de nosotros y
que no podemos manipular. Se puede preparar la fiesta, pero la festividad, es
decir, el espíritu de la fiesta, surge gratuitamente. Nadie la puede prever ni
simplemente producir. Solamente podemos prepararnos interior y exteriormente y
acogerla.
A la fiesta más social (bodas, aniversario) pertenecen la
ropa festiva, el adorno, la música y el baile. ¿De dónde brota la alegría de la
fiesta? Tal vez Nietszche encontró la mejor manera de formularlo: «para
alegrarse de alguna cosa, hay que dar la bienvenida a todas las cosas». Por
tanto, para poder festejar de verdad necesitamos afirmar positivamente la
totalidad de las cosas: «Si podemos decir sí a un único momento entonces
habremos dicho sí no sólo a nosotros mismos sino a la totalidad de la
existencia (Der Wille zur Macht, libro IV: Zucht und Züchtigung, nº 102).
Ese sí subyace a nuestra decisiones cotidianas, en nuestro
trabajo, en la preocupación por la familia, en la convivencia con los colegas.
La fiesta es el tiempo fuerte en el cual el sentido secreto de la vida es
vivido incluso inconscientemente. De la fiesta salimos más fuertes para
enfrentarnos a las exigencias de la vida.
La grandeza de una religión, cristiana o no, reside en gran
parte en su capacidad de celebrar y de festejar a sus santos y maestros, los
tiempos sagrados, las fechas fundacionales. En las fiesta cesan los
interrogantes del corazón y el practicante celebra la alegría de su fe en
compañía de hermanos y hermanas que comparten sus mismas convicciones, oyen la
misma palabra sagrada y se sienten próximos a Dios.
Viviendo de esta forma la fiesta religiosa, percibimos cuan
equivocado es el discurso que sensacionalistamente anuncia la muerte de Dios.
Se trata de un trágico síntoma de una sociedad saturada de bienes materiales,
que asiste lentamente no a la muerte de Dios, sino a la muerte del hombre que
perdió la capacidad de llorar, de alegrarse por la bondad de la vida, por el
nacer do sol, por la caricia entre dos enamorados.
Nuevamente volvemos a Nietzsche que entendió mucho de la
verdad esencial del Dios vivo, sepultado bajo tantos elementos envejecidos de
nuestra cultura religiosa y de la rigidez de la ortodoxia de las iglesias: «la
pérdida de la jovialidad, es decir, de la gracia divina (jovialidad viene de
Jupter, Jovis) es la consecuencia fundamental de la muerte de Dios» (Fröhliche
Wissenschaft III, aforismo 343 y 125).
Por haber perdido la jovialidad, gran parte de nuestra
cultura no sabe festejar. Conoce la frivolidad, los excesos de comer y beber,
las palabrotas groseras, y las fiestas montadas como comercio, en las cuales
hay de todo menos alegría y jovialidad.
La fiesta tiene que ser preparada y solamente después
celebrada. Sin esta disposición interior corre el riesgo de perder su sentido
alimentador de la vida que llevamos. Hoy en día vivimos en fiestas. Pero por no
saber prepararnos ni prepararlas, salimos de ellas vacíos o saturados cuando el
valor de las mismas era llenarnos de un sentido mayor para llevar adelante la
vida, siempre desafiante y para la mayoría, trabajosa.
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