1-5-2014-KRADIARIO-N°895
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EL DIOS DE LOS CHILENOS
Por Alvaro Ramis (*)
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EL DIOS DE LOS CHILENOS
Por Alvaro Ramis (*)
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¿En que creemos? Es una pregunta importante porque todos
creemos en algo, aunque no nos demos cuenta. Existen creencias religiosas, pero
también políticas, científicas, filosóficas o ligadas a la vida cotidiana. Si
caminamos por la calle debemos “creer” que el suelo no se va a hundir bajo
nuestros pies, o al circular por la casa “creemos” que las paredes son
impenetrables y por ello las rodeamos y entramos por la puerta.
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Por eso Ortega y Gasset decía que “creencias son todas
aquellas cosas con las que absolutamente contamos aunque no pensemos en ellas.
De puro estar seguro de que existen y de que son según creemos, no nos hacemos
cuestión de ellas sino que automáticamente nos comportamos teniéndolas en
cuenta”(1). En otras palabras, las ideas se tienen, pero en las creencias “se
está”, se “vive” en ellas, las llevamos puestas, como la ropa o los zapatos,
que ya no sentimos a menos que nos molesten.
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Las creencias se instalan por sobre la propia voluntad.
Responden a ciertos usos, a herencias culturales, tradiciones y circunstancias.
Son las percepciones que están en el ambiente, propias de la época o de la
generación en la que nos ha tocado vivir. Por eso las creencias cambian de
generación en generación. Las personas mismas no suelen cambiar sus creencias,
porque tienden a buscar cierta coherencia biográfica, pero sus hijos o sus nietos
pueden creer de otra manera.
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¿País católico?
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Alberto Hurtado, además de su obra asistencial, social y
política, produjo uno de los primeros estudios importantes de sociología
religiosa en nuestro país. En su famoso ¿Es Chile un país católico?, de 1941, Hurtado
revisa las creencias de los chilenos y se asombra, cifras en mano, del enorme
contraste entre la religión declarada y la religión practicada. Mientras la
enorme mayoría se declaraba católica, sólo se reconocía como evangélico menos
del dos por ciento.
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Los ateos y agnósticos eran una minoría muchísimo menor
aún, y los estudios no se preocupaban de las otras creencias. Pero Alberto
Hurtado ya advierte que esta aparente homogeneidad es sólo una fachada. Chile
ya no era un país católico por la fuerza de las convicciones, sino por el peso
de las tradiciones y las costumbres. Sólo faltaba esperar a que pasara el
tiempo para que las siguientes generaciones asumieran nuevas creencias, tal
como ha ocurrido en el presente.
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Hoy Chile es un país cada vez más plural en cuanto a
creencias. Según el Censo de 2012, el 67,4% se declara católico, casi 2,5
puntos menos que en 2002. Una caída importante, pero mucho menor a la ocurrida
entre 1992 y 2002, cuando los católicos disminuyeron del 76,7% a 69,9%. Por su
parte los evangélicos aumentaron levemente, pasando del 15,14% al 16,62%.
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En
2012 se incluyó por primera vez la opción de declararse budista, baha’i o
ligado a la espiritualidad indígena, las que sumaron en conjunto sólo un 0,21%.
Las cifras de musulmanes es estable y todas las demás religiones, judía,
mormona, ortodoxa y testigos de Jehová, disminuyeron. Si se toman en cuenta
todas las creencias religiosas incluidas en el Censo 2012, se concluye que la
religión evangélica es la única que aumenta, muy ligeramente, por sobre el
crecimiento de la población. Pero analizando estos datos el teólogo evangélico
Juan Sepúlveda concluye que “aunque la población evangélica es la única que
continúa creciendo, las cifras del Censo 2012 tampoco justifican actitudes
triunfalistas por parte del liderazgo evangélico. Su crecimiento entre 2002 y
2012 es 0,64 puntos porcentuales menor que el crecimiento que tuvo entre 1992 y
2002. Además, ese aumento puede reflejar en parte la disminución de las
personas de ‘otra religión o creencia’, por un mejor desempeño de los
censistas”(2).
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Por eso, el dato verdaderamente novedoso en 2012 fue el
aumento de las personas que se declararon sin religión, llegando a un total del
11,58%, un 3,16% más que en 2002. Para analizar la evolución de esta tendencia
habría que contar con los datos precisos por regiones, comunas y edades, a los
que no se puede acceder por la desastrosa gestión anterior del INE.
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Pero se
puede intuir que entre los jóvenes se ha producido un crecimiento importante de
los sin religión. Cuando se pueda acceder a esos datos se podrá analizar con
más detalle la magnitud y el alcance del giro laico producido en la última
década. Lo que está claro es que todas las religiones institucionalizadas
tienden a disminuir, a distinto ritmo, siendo el catolicismo la religión que
más decrece. Pero la categoría “sin religión” no nos basta para afirmar cuánto
suben los agnósticos y ateos. La categoría “sin religión” puede incluir un
amplio campo de personas que, sin adscribir a una religión particular, construyen
su sistema individual de creencias religiosas. Se mete en un mismo saco la
individualización de la religiosidad y la negación de la creencia religiosa, lo
que debería consultarse en un próximo censo.
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Censo de forma clara y distinta
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Estas estadísticas globales ocultan la diversidad interna de
cada religión. No se puede pensar que el 67,4% que se declara católico cree lo
mismo o que el 16,62% de evangélicos sea homogéneo. Además, las fronteras
confesionales no son nunca absolutas. Es común que católicos y evangélicos en
el mundo popular compartan muchas más creencias entre ellos que con personas de
su misma religión, pero que pertenecen a las clases privilegiadas. Para
penetrar esa diversidad no sirven las cifras y es necesario proponer un método
interpretativo que permita comprender lo que Sallie McFague llamó los “modelos
de Dios”(3) al interior de las distintas religiones. Propongo identificar tres
modelos del Dios de los chilenos:
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1.- Dios como orden perfecto: Para ilustrar esta religiosidad
vale la opinión de la investigadora del Instituto Libertad y Desarrollo, ligado
a la UDI, María Cecilia Cifuentes, que el 27 de junio de 2013 declaraba en
Twitter: “No comparto con J. Sachs que causa de la infelicidad sea la
desigualdad, ha existido siempre. Pienso que tiene que ver con la falta de
Dios”. En esos pocos caracteres cabe todo un tratado de teología. El mundo ha
sido creado por Dios como un orden perfecto, que el ser humano, desobediente e
insumiso, se obstina en torcer. Por sobre las leyes humanas existiría una ley
natural, inmutable y eterna, que dicta cómo se deben hacer las cosas. Por lo
tanto, la felicidad radica en acatar lo que Dios manda: aceptar la eterna
desigualdad económica, el poder de los poderosos, la riqueza de los ricos y la
pobreza de los pobres. Dios ha dispuesto un orden estamental dentro del cual
cada uno debe buscar su propia felicidad. Por supuesto este Dios es sumamente
conveniente a quienes viven entre privilegios, pero sumamente ingrato para
quienes viven en la miseria o contextos de injusticia.
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El Dios del orden perfecto abarca todas las dimensiones
humanas, dictaminando relaciones de jerarquía vertical entre hombres y mujeres,
razas, clases y países, que no se pueden alterar sin desobedecer a la voluntad
divina. Incluso Dios mismo ha diseñado un orden económico basado en leyes
eternas, a las que se violenta si se las quiere regular o modificar. Por algo
la misma María Cecilia Cifuentes salió a justificar el acaparamiento y la
especulación de precios con productos básicos que se ha detectado en Iquique y
Alto Hospicio tras el terremoto en el Norte Grande diciendo: “Si tienes diez
naranjas y cien posibles compradores, ¿las sorteas, las pones en una piñata o
las vendes al mejor postor?”(4). Cobrar por el agua embotellada 7.000 pesos o
3.000 por el kilo de pan, no es de acuerdo a la teología del Dios del orden
perfecto un problema moral. Simplemente es el efecto de la ley natural
económica que, por medio del libre flujo de la oferta y la demanda, determina
siempre el precio que deben tener los productos. No es extraño que la
religiosidad de las oligarquías se funde en estos principios. Pero lo que nunca
deja de sorprender es que personas que sufren directamente los efectos de esta
racionalidad religiosa, adhieran fervorosamente a ella.
2.- Dios como consuelo perfecto: Este segundo modelo, a
diferencia del anterior, no sacraliza el orden establecido ni lo considera
inmodificable. Frente al sufrimiento humano, Dios aparece como fuente de
consuelo y alivio. En las sociedades tradicionales se esperaba que el Dios del
consuelo fuera un Dios sanador, que hiciera milagros y eventos maravillosos.
Pero en la alta modernidad esta lógica ha cambiado por una tendencia a entender
la práctica religiosa como experiencia terapéutica, especialmente en el ámbito
sicológico y emocional. El Dios consolador no hace milagros, pero logra
armonizar la vida, dar sentido, integrar a una comunidad de pertenencia, elevar
la autoestima, relajar, motivar, etc.
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El Dios del consuelo explica el crecimiento exponencial que
experimentó el pentecostalismo en América Latina entre los años cuarenta y
ochenta del siglo pasado. Christian Lalive D’Épinay estudió este fenómeno en El
Refugio de las masas ( 5 ) , donde mostró cómo el traumático tránsito de
millones de personas desde el campo a la ciudad encontró en la calidez
asociativa de las iglesias pentecostales un refugio adecuado que aminoró los
efectos despersonalizadores y masificantes de la transformación capitalista del
continente.
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Hoy, el Dios del consuelo forma parte
del mercado de la autoayuda, donde se ofrece espiritualidad por medio del yoga,
reiki, chi kung, análisis de los chakras, meditación trascendental, tai chi, y
muchas otras experiencias similares, inspiradas sobre todo en Oriente. Todas
estas búsquedas son saludables y provechosas. Sin embargo, hay un aspecto que
esta religiosidad no logra abarcar. Este Dios ofrece su consuelo sin
distinción, no importa lo que se haga o se deje de hacer. El más cruel gerente
de una multinacional puede acudir al auxilio del Dios del consuelo, por medio
de la terapia espiritual que más le satisfaga, aliviar su estrés, y así volver
al día siguiente a su oficina a seguir exprimiendo a los que le toca machacar.
Se trata por eso de una religiosidad que tiende a ser acrítica y
despolitizadora.
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3.- Dios como justicia perfecta: Esta religiosidad percibe
que el atributo divino más importante es “lo justo”. Pero ese Dios de la
justicia perfecta contrasta con un mundo lleno de injusticia, que aparece como
una contradicción absoluta, que lleva a la situación totalmente opuesta a la
del Dios del orden perfecto. El orden vigente no es deseado por Dios, sino es
un espacio de injusticia radical que es necesario transformar para que se
acerque de forma progresiva al criterio absoluto de lo justo, personificado en
Dios mismo. Por eso, este es el Dios de los defensores y defensoras de los
derechos humanos, como Gandhi, Martin Luther King, Rosa Parks, Malcom X, Desmond
Tutu, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga, Helmut Frenz, Alfonso Baeza, Carolina
Mayer y tantos otros y otras.
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El Instituto Nacional de Derechos Humanos inauguró en
diciembre de 2013 un hermoso sitio web dedicado a honrar y divulgar la memoria
de los defensores y defensoras de los derechos humanos en Chile (6). Abarca a
personas que lucharon a favor del derecho a voto, del derecho a la educación,
la libertad de expresión, los derechos de los pueblos indígenas, por el
reconocimiento de la diversidad sexual, por los migrantes y refugiados y las
víctimas de la dictadura. Un nutrido grupo era creyente en Dios, y otro campo
no lo era. Pero todos, invariablemente, creían en la justicia, en la dignidad
humana, en la igualdad entre hombres y mujeres, ricos y pobres, mapuches y
huincas, homosexuales y heterosexuales, chilenos, peruanos o bolivianos. Todos
eran, en ese amplio sentido, “creyentes”, porque todos asumían estos derechos
como evidentes e irrenunciables. No precisaban mayor fundamentación que su
profunda conciencia de que cada ser humano es un fin en sí mismo, y nunca un
medio, una cifra, o un precio.
(1) José Ortega y Gasset, Ideas y creencia (y otros ensayos
de filosofía), Alianza, Madrid, 2005.
(2) Juan Sepúlveda, “ Religión evangélica es la única que
crece en Chile, pero crece menos que la no creencia”, en
http://www.sepade.cl/noticias/display.php?id=734
(3) Sallie
McFague , Models of God , Fortress Press, Filadelfia, 1987.
(4) @ccifuenteslyd, 3 de abril de 2014.
(5) Christian Lalive D’Épinay, El Refugio de las masas.
Estudio sociológico del protestantismo chileno , Ed. del Pacífico, Santiago,
1966.
(6) http://defensoresydefensoras.indh.cl/
(*) Publicado por surysur.
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