UN CÁNCER EN
EL RÉGIMEN DEMOCRÁTICO
Por Camilo
Escalona
Los avances logrados por la ciencia y la tecnología
empleados por la medicina en bien del ser humano constituyen una maravilla
creada por la civilización. Las invenciones creadas en las últimas décadas son
sencillamente asombrosas. No obstante, la palabra cáncer nos conmueve de manera
inevitable.
Este término que denomina un tumor que puede destruir una
vida humana y llevar profundo dolor a las familias, revela que los
conocimientos y las técnicas humanas, son limitados y muchísimas veces
impotentes de alcanzar los objetivos que la sociedad humana quisiera,
simplemente, no logran plasmar los objetivos o sueños propuestos desde la cotidianeidad
de la vida de los hogares.
El tumor maligno también existe en el sistema político
democrático. Es la tentación del enriquecimiento fácil, haciendo uso indebido
de los cargos, recursos y responsabilidades de servicio público.
Pareciera que el ejercicio en altas destinaciones empuja
hacia las malas prácticas que luego se extienden en conductas corruptas hasta
la base del aparato estatal, cuando se expresan en las coimas, la “mordida”, la
prebenda con la que se consiguen privilegios o ingresos mal habidos. Es el
cáncer en el sistema democrático que puede llegar a su médula y dañarlo de
manera irreparable.
Comprobé en el diccionario que existía una definición de
cáncer que no sólo fuera referida al ámbito médico. La encontré y es
francamente muy pesimista, dice la edición que consulté, cáncer: mal moral que
arraiga en la sociedad, sin que se le pueda poner remedio.
Como se desprende de tal síntesis, la perspectiva resulta
sombría, cuando en una nación se instalan tales malas prácticas y llegan a
echar raíces, el propósito de desarraigarlas pasa a constituirse en una tarea
muy difícil o casi inalcanzable.
La corrupción conlleva consecuencias nefastas. Sus
efectos sociales golpean los pilares mismos del régimen democrático. Evitar su
entronización se convierte en un objetivo esencial para la estabilidad
democrática y su siempre necesaria e indispensable renovación y transformación
de acuerdo a las exigencias de cada etapa histórica.
Hoy, en la sociedad global la demanda de probidad,
transparencia, recta conducta y cuenta de su ejercicio por las autoridades está
en el centro de la preocupación de las multitudes, así ocurre en tantos países
hermanos que han heredado el pasado lastre de la discrecionalidad, la
arbitrariedad y los abusos de regímenes autoritarios, que luego se encarnan y
reproducen por décadas en Estados democráticos débiles que adoptan decisiones
de favoritismo hacia intereses corporativos que practican el soborno y el
cohecho.
Chile no es ajeno a este círculo nocivo; las colusiones
monopólicas están a la vista, la penetración del conflicto de interés en
esferas decisivas del aparato público, como lo señala, por ejemplo, el caso de
condonación de la deuda de Johnson’s.
Mientras más se va concentrando la riqueza, acumulando
poder a su paso en las más diversas áreas, más se eleva el riesgo de la captura
del Estado por el interés privado, pues alcanza una envergadura que le hace
situarse en una escala de influencia y gravitación mayor que la propia
institucionalidad que debe resguardar.
Por ello, no que corresponde que sea el mismo Presidente
de la República el que reconozca que un funcionario de su confianza, como el ex
director del Servicio de Impuestos Internos tendría que haber renunciado antes,
porque es el mismo Jefe de Estado quien debía tomar tal decisión.
En un régimen presidencial tan centralizado como el
chileno una posición de dejar hacer, de esperar que el propio problema “se
solucione sólo”, sea porque los tribunales actúen, o porque el impacto
mediático empuja la salida del aludido ex director no es lo que exige el
esquema institucional en Chile. No se puede actuar haciendo dejación del
ejercicio del principio de autoridad. Ante la corrupción no cabe la pasividad, la mano
blanda o una actitud contemplativa.
El dinero en abundancia y sin control socava y deteriora
el régimen democrático, comprando poder político e injerencia mediática.
Ya lo anticipó Orwell en su novela El Gran Hermano, las
redes de control por el poder, pueden llegar a extinguir el propio ejercicio de
la democracia, a través de la manipulación de las conciencias y la supresión de
la memoria histórica de las naciones.
Una democracia robusta, requiere un elevadísimo estándar
ético. Se deben derrotar las malas prácticas, el clientelismo y los abusos de
poder, para sostener y proyectar el edificio de la democracia chilena, que aún
es mucho lo que necesita para alcanzar su definitiva consolidación.
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