LOS
ENFERMOS QUE NOS GOBIERNAN
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Pierre Accoce y Pierre Rentchnick, periodista y médico, respectivamente, escribieron un libro con el título de “Los enfermos que nos gobiernan”, claro que referido a los protagonistas de la 2ª Guerra Mundial. En ella establecían la salud mental y física de los gobernantes de turno, los que, por cierto, en su mayoría eran bastante añosos. Churchill era compulsivo bebedor, comelon y fumador, lo que le acarreó una serie de consecuencias como hipertensión, anginas de pecho, trombosis, etc. Chamberlain, sufría de cáncer de colon, pero además era de personalidad indecisa, lo mismo que Deladier, el premier francés, que era de personalidad ambigua, diletante, insegura e indecisa. Gamelín, el comandante de las fuerzas francesas, era neurosifilítico, al igual que Mussolini. Para qué hablar del presidente Delano Roosevelt, quien sufrió parálisis desde niño por un ataque de poliomelitis, y llegó moribundo a la cumbre de Yalta. Stalin sufría de jaquecas, hipertensión severa y, obviamente sufría de una conducta fría e indiferente sobre las consecuencias del sufrimiento de su pueblo y amigos en las alternativas de administrar un poder absoluto.
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El Dr. Owen y la “Hybris”
Pierre Accoce y Pierre Rentchnick, periodista y médico, respectivamente, escribieron un libro con el título de “Los enfermos que nos gobiernan”, claro que referido a los protagonistas de la 2ª Guerra Mundial. En ella establecían la salud mental y física de los gobernantes de turno, los que, por cierto, en su mayoría eran bastante añosos. Churchill era compulsivo bebedor, comelon y fumador, lo que le acarreó una serie de consecuencias como hipertensión, anginas de pecho, trombosis, etc. Chamberlain, sufría de cáncer de colon, pero además era de personalidad indecisa, lo mismo que Deladier, el premier francés, que era de personalidad ambigua, diletante, insegura e indecisa. Gamelín, el comandante de las fuerzas francesas, era neurosifilítico, al igual que Mussolini. Para qué hablar del presidente Delano Roosevelt, quien sufrió parálisis desde niño por un ataque de poliomelitis, y llegó moribundo a la cumbre de Yalta. Stalin sufría de jaquecas, hipertensión severa y, obviamente sufría de una conducta fría e indiferente sobre las consecuencias del sufrimiento de su pueblo y amigos en las alternativas de administrar un poder absoluto.
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El Dr. Owen y la “Hybris”
También, el ex ministro de sanidad y de RR.EE.
del Reino Unido, Dr. David Owen, quien se ha dedicado, con posterioridad, a
investigaciones del cerebro, ha afirmado que el ejercicio del poder ocasiona
cambios en el estado mental (“In sickmess and in power”;2008). El “síndrome de Hybris” es el de la
arrogancia del poder y se caracterizaría por: falta de atención específica,
incapacidad de oír a cercanos o expertos.
También es característico de esta gente el
sentirse muy buenos gobernantes por el hecho de tomar decisiones firmes,
severas y que producen mucho dolor en los ciudadanos, sin que les tiemble el
pulso. Es decir, llegan a un grado de insensibilidad que les permite ocasionar
dolor sin que se les altere el sueño. En España se narra las declaraciones de
Zapatero, y ahora de Rajoy, quienes ante el repudio popular señalan que duermen
a piernas sueltas.
Lo que destaca Owen es que esta gente al
llegar al poder sufren cambios enormes de conducta, que son características de
los dictadores, pero que en democracia-al no poder actuar como los dictadores-
van obviando sus errores y pierden la capacidad de autocrítica; se sienten
infalibles, y los más disparatados, que normalmente sufren de euforias y
depresiones alternantes, creen ser signados
por las alturas. Al perder el sentido crítico, acumulan error tras error
y llegan a plantearse que son los únicos
que poseen la verdad y los demás sólo complotan. Su ego natural se transforma
en delirante y autodestructivo, pues limita sus capacidades de objetividad,
arrastrando su conducta al son de una preferencia masificada, la cual sabemos
que es manipulable por la propaganda de manera ciega y pasional. Pueden
terminar en ciclos obsesivos de enemistad racial o grupal y tensan las
conductas propias y del resto de la sociedad en una escalada irresponsable y
temeraria.
Es por considerar este mal, de las alturas,
sumamente peligroso para las democracias,
que el Dr. Owen viene solicitando que se incluya entre las enfermedades
del CIE (Código internacional de enfermedades) al “síndrome de Hybris” o de
soberbia.
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Hipertimia e incoherencias
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Lo que nos corresponde evaluar ahora es si entre nosotros, en este pequeño y atormentado territorio, nos han gobernado personas que sufren de patologías peligrosas, como esta del “hybris”. Recordemos que esta palabra proviene del griego y que la referían justamente a la “hipertimia” o excesiva confianza de ciertos gobernantes de la antigüedad en sus propias capacidades, sin considerar las preferencias del destino trazado por los dioses ni la objetividad de las circunstancias. Esta “soberbia” del poder, cuando más poder se concentra, peor son sus pronósticos.
Hipertimia e incoherencias
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Lo que nos corresponde evaluar ahora es si entre nosotros, en este pequeño y atormentado territorio, nos han gobernado personas que sufren de patologías peligrosas, como esta del “hybris”. Recordemos que esta palabra proviene del griego y que la referían justamente a la “hipertimia” o excesiva confianza de ciertos gobernantes de la antigüedad en sus propias capacidades, sin considerar las preferencias del destino trazado por los dioses ni la objetividad de las circunstancias. Esta “soberbia” del poder, cuando más poder se concentra, peor son sus pronósticos.
Durante la dictadura pudimos ver las
violaciones a los derechos humanos en sus grados más bochornosos, ejecutado por
gobernantes que se creyeron signado por Dios (así fue confesado) y por la
patria (otro dios menor y autoapropiado). El presidente Frei-Ruiz Tagle, acusó
a quienes protestaban de “gritones”, desoyendo el clamor de la calle con una
indiferencia y menosprecio total.
El presidente Lagos sufrió de una “duplicidad”
casi bipolar entre el discurso y la práctica, tanto por no responder ante una
trama ilegal de pagos de sobresueldos como por imponer políticas irresponsables
en costos e implementación (casos de los contratos de autopistas como en el
Transantiago). Lo mismo podemos decir de Bachelet, cuando su compromiso sobre
un desarrollo sustentable se vio ennegrecido por la alta cantidad de centrales
a carbón que autorizó construir, incluso en contra de las recomendaciones y de
las normativas medioambientales que ella misma aprobó. Para qué hablar del
presidente Piñera, que hubo de ser forzado a cumplir con la normativa que
obliga a deshacerse de los negocios incompatibles con su cargo y demoró meses
en sacar del camino a un director corrompido de un órgano tan delicado como es
el Servicio de Impuestos Internos.
Todas estas calamidades hablan de una
coherencia disminuida, o de un cinismo psicopático; de una indiferencia y
menosprecio por los gobernados y de una propensión a coludirse con los poderes
dominantes, desatendiendo la majestad imparcial, sincera y humanizadora, que
debe ser lo propio de las democracias.
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Cleptomanía y otros males
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Cleptomanía y otros males
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Cleptomanías, depresiones, histerias, paranoias, alcoholismo, desafueros sexuales, dipsomanías y drogas, pueden ser otras tantas patologías que están presentes entre algunos de nuestros políticos. De todas estas hemos tenido entre nuestros dirigentes. Los que se apropiaron de recursos del Estado en dictadura o usando subterfugios legales como las acciones preferenciales, normativa que ellos mismos se crearon para cleptar (echarle mano) de manera aparentemente legal, caen dentro de las patologías ligadas a la cleptomanía.
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Depresiones, son bastante frecuentes entre los dirigentes políticos. Normalmente asociados a males de bipolaridad mitigados por el poder y gatillados por las frustraciones o el colapso anímico (estrés). Las “histerias” ya las hemos reconocidos en ciertas actitudes incontenidas de ciertos personajes, ante la menor provocación. Las “neurosis”, emparentadas con la histeria, la vemos en ciertas actitudes repetitivas involuntarias, como tics, y ciertas acciones a las que podemos llamar discursos majaderos, con fijación en ciertos hechos reiterados hasta el fastidio. Las paranoias se disfrazan bastante mejor, pero son común entre los personajes políticos más conflictivos. Ellos sufren una especie de acoso permanente, los llaman “perseguidos” y todo es conspirativo, desde el adversario e, incluso, desde sus aliados.
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Los desafueros sexuales se mantienen más ocultos, pero las más de las veces su “normalidad” sexual puede ocultar una inhibición o una impotencia. Las salidas espectaculares, a lo Berlusconi, en esta parte del mundo se hacen en privacidad bien resguardada por la complicidad o el dinero; pero las veces que sale a la luz pública un escándalo de sábanas, entonces es la muerte política del fulano o fulana. El pecado sexual, acá, es capital; en cambio el pecado económico y el crimen en política, aún se juzga moralmente como venial.
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También hay los que beben y los que consumen drogas, entre nuestros gobernantes y dirigentes. Unos lo declaran abiertamente y otros han sido sorprendidos in fraganti.
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En fin, nuestros hombres del poder son “humanos, demasiado humanos” (Nietzsche), es decir, padecen enfermedades de todo tipo: claro que unas son inhabilitadoras y otras limitadoras. Con razón Platón, en su “República”, decía que los médicos eran esenciales al poder, tanto como la filosofía, pues el poder sufre de patologías diversas y requiere una salubridad cercana y vigilante, para no degenerar en el caos.
Cleptomanías, depresiones, histerias, paranoias, alcoholismo, desafueros sexuales, dipsomanías y drogas, pueden ser otras tantas patologías que están presentes entre algunos de nuestros políticos. De todas estas hemos tenido entre nuestros dirigentes. Los que se apropiaron de recursos del Estado en dictadura o usando subterfugios legales como las acciones preferenciales, normativa que ellos mismos se crearon para cleptar (echarle mano) de manera aparentemente legal, caen dentro de las patologías ligadas a la cleptomanía.
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Depresiones, son bastante frecuentes entre los dirigentes políticos. Normalmente asociados a males de bipolaridad mitigados por el poder y gatillados por las frustraciones o el colapso anímico (estrés). Las “histerias” ya las hemos reconocidos en ciertas actitudes incontenidas de ciertos personajes, ante la menor provocación. Las “neurosis”, emparentadas con la histeria, la vemos en ciertas actitudes repetitivas involuntarias, como tics, y ciertas acciones a las que podemos llamar discursos majaderos, con fijación en ciertos hechos reiterados hasta el fastidio. Las paranoias se disfrazan bastante mejor, pero son común entre los personajes políticos más conflictivos. Ellos sufren una especie de acoso permanente, los llaman “perseguidos” y todo es conspirativo, desde el adversario e, incluso, desde sus aliados.
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Los desafueros sexuales se mantienen más ocultos, pero las más de las veces su “normalidad” sexual puede ocultar una inhibición o una impotencia. Las salidas espectaculares, a lo Berlusconi, en esta parte del mundo se hacen en privacidad bien resguardada por la complicidad o el dinero; pero las veces que sale a la luz pública un escándalo de sábanas, entonces es la muerte política del fulano o fulana. El pecado sexual, acá, es capital; en cambio el pecado económico y el crimen en política, aún se juzga moralmente como venial.
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También hay los que beben y los que consumen drogas, entre nuestros gobernantes y dirigentes. Unos lo declaran abiertamente y otros han sido sorprendidos in fraganti.
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En fin, nuestros hombres del poder son “humanos, demasiado humanos” (Nietzsche), es decir, padecen enfermedades de todo tipo: claro que unas son inhabilitadoras y otras limitadoras. Con razón Platón, en su “República”, decía que los médicos eran esenciales al poder, tanto como la filosofía, pues el poder sufre de patologías diversas y requiere una salubridad cercana y vigilante, para no degenerar en el caos.
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