Belén en el Infierno
Belén es una niña que durante dos años fue abusada y
violada reiteradamente por la pareja de su mamá y nadie se dio cuenta. O nadie
quiso darse cuenta. La mamá de la niña sostiene que la relación fue consentida.
Belén tiene poco más de tres meses de embarazo. Su historia es feroz y no tiene
escapatoria.
La discusión se ha
centrado en el aborto terapéutico. Y cómo no, si ninguna niña de 11 años merece
ni está capacitada para ser mamá, menos aún con la historia de violencia y
abandono afectivo de Belén. Aunque nuestro Presidente diga lo contrario,
insisto, ninguna niña de 11 años merece ser mamá a la fuerza.
Pero el embarazo y
la discusión intensa y sesuda que podamos sostener sobre el aborto terapéutico
son la punta del iceberg. Hablamos sobre el hecho consumado porque ya nada
puede deshacer la historia, pero esto va mucho más allá de las leyes vigentes y
las peleas entre conservadores y progresistas poco pueden hacer para salvar a
la niña del infierno. Ni a esa madre que nos espanta al justificar la violación
de su pequeña hija, ya nadie salvó a esa mujer que es reflejo del desamor y de
la ignorancia más supina.
.
Belén es nuestro fracaso, el de todos nosotros. Vivimos en un mundo que permite que una niña de 11 años nazca y viva en la desprotección más absoluta. Y a estas alturas nada va a salvarla; ni el aborto, ni la maternidad, ni las terapias, ni toda nuestra compasión honda y definitiva, ni el cuidado personalizado del Ministro de Salud. Nada. La discusión tiene que ir más allá. Urge que dejemos de enfrentarnos a este mundo devorador con leyes como parche curitas para tranquilizar el escozor y el espanto un rato.
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Hablemos de estado laico y, desde ahí entonces, podremos hablar de educación sexual temprana y sin eufemismos. Hablemos de amor, hablemos de justicia real, hablemos de aborto a secas, hablemos de educación de calidad obligatoria, hablemos de oportunidades reales, hablemos de adopción. Hablemos en serio. Arruguemos todo, botémoslo a la basura y empecemos de nuevo. Hagámoslo por todas las Belén que tenemos, que sabemos que son muchas y serán más si no hacemos algo de una vez por todas.
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Yo tampoco sé cómo se puede hacer, pero por algún lado hay que empezar. Por lo pronto me parece que hay que discutirle a cualquier discurso oficial, alejarse de cualquier fanatismo, evitar la pelea estridente, ciega y sorda, guiarse por el sentido común que da el amor al niño y la niña que fuimos y a la fuerza irrefrenable que nos sale del centro cada vez que nos toca defender a los niños propios, porque al fin y al cabo Belén y la guagua que le va a tocar parir con su cuerpecito de niña, también son hijos nuestros.
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Belén es nuestro fracaso, el de todos nosotros. Vivimos en un mundo que permite que una niña de 11 años nazca y viva en la desprotección más absoluta. Y a estas alturas nada va a salvarla; ni el aborto, ni la maternidad, ni las terapias, ni toda nuestra compasión honda y definitiva, ni el cuidado personalizado del Ministro de Salud. Nada. La discusión tiene que ir más allá. Urge que dejemos de enfrentarnos a este mundo devorador con leyes como parche curitas para tranquilizar el escozor y el espanto un rato.
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Hablemos de estado laico y, desde ahí entonces, podremos hablar de educación sexual temprana y sin eufemismos. Hablemos de amor, hablemos de justicia real, hablemos de aborto a secas, hablemos de educación de calidad obligatoria, hablemos de oportunidades reales, hablemos de adopción. Hablemos en serio. Arruguemos todo, botémoslo a la basura y empecemos de nuevo. Hagámoslo por todas las Belén que tenemos, que sabemos que son muchas y serán más si no hacemos algo de una vez por todas.
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Yo tampoco sé cómo se puede hacer, pero por algún lado hay que empezar. Por lo pronto me parece que hay que discutirle a cualquier discurso oficial, alejarse de cualquier fanatismo, evitar la pelea estridente, ciega y sorda, guiarse por el sentido común que da el amor al niño y la niña que fuimos y a la fuerza irrefrenable que nos sale del centro cada vez que nos toca defender a los niños propios, porque al fin y al cabo Belén y la guagua que le va a tocar parir con su cuerpecito de niña, también son hijos nuestros.
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