EL CAMINO HACIA LA FELICIDAD
La crónica política del editor
Por Walter Krohne
El Presidente
Sebastián Piñera, en recientes entrevistas periodísticas, ha defendido su gobierno entregando una lista de realizaciones, la mayoría ligadas al sector económico y centradas fundamentalmente en un mayor crecimiento del PIB y en la creación de
empleos.
Sin embargo, el camino tomado por el Presidente no ha
permitido que el chileno, especialmente el de la clase media, se sienta un
ciudadano feliz como debiera ser cuando una sociedad comienza a escalar el
cerro del desarrollo, como el Gobierno describe el actual “boom”, tras desafiar a la crisis económica
mundial.
El descontento se ve en cada esquina, es masivo y se aprecia en la agresividad de la gente o en
el desgano con que se cumplen las tareas
cotidianas. Todo esto como consecuencia de una frustración socio-económica que
está en plena evolución y que puede llegar a terminar en una rebelión social,
porque no es posible o, mejor dicho, parece increíble que la mayoría de los
trabajadores reciba un salario promedio de $195.000 mensuales (US$ 390), que es más o
menos similar a la pensión promedio de los jubilados. ¿Cómo se puede vivir con
una suma tan irrisoria que los pensionados la gastan sólo en medicamentos?
No se puede negar que el Gobierno de Piñera ha sido en
general un buen Gobierno, pero esta lejos de haber sido lo suficientemente bueno de acuerdo a las necesidades urgentes
que tiene la gente, las familias medias y los trabajadores. Quienes se han favorecido en estos cuatro
años han sido los que más tienen o la población que ha logrado ingresar a las
élites disfrutando así de muy buenos sueldos y varias otras regalías.
El gobierno de derecha se ha encerrado en ciertos nichos
al no querer moverse ningún ápice de sus planteamientos y principios, en los
cuales la influencia de los más conservadores –la UDI- ha sido fatal y a veces hasta peligrosa.
La población sale a las calles para exigir sus derechos
que fundamentalmente son por el momento cuatro: Educación gratuita; salud sin
diferencias sociales o económicas, que
sea igual para todos, lo que significa que si el rico puede ser sometido a
un trasplante de corazón porque lo puede
pagar, que el más pobre pueda lograr lo mismo con el dinero o apoyo del Estado;
un sistema de pensiones con jubilaciones dignas manejado por un organismo
estatal y no por los grupos económicos que han convertido este sistema en un
vulgar negocio; y cuatro, un salario mínimo de al menos $250.000 con
crecimiento anual de acuerdo al alza del costo de la vida o en un porcentaje
determinado que funcione en forma automática.
Frente a estos cuatro grandes problemas, en la práctica no se ha hecho nada o muy poco. Mucho se ha hablado, pero en el fondo todo sigue igual y seguirá
así. Tan igual como el tema de las farmacias que tras varios años en los
tribunales seguirían coludidas y poniendo problemas. Condenadas ya las tres
cadenas y un laboratorio a una multa de varios millones de pesos por haber
“pecado” de colusión, pagarán sin dolor porque saben que recuperarán la suma
del bolsillo de los mismos usuarios. Igualmente se comprometieron a tomar unas
clasecitas de ética que nadie sabe para que puedan servir, porque el tema no es
la ética sino el ADN de los conductores de estos negocios.
Las farmacias presionan hoy y juegan con los bioequivalentes que no reponen y ya escasean,
lo que seguirá así hasta que no se sepa que
va a ocurrir en el Congreso con el tema de los precios de las medicamentos o la
decisión de venta de productos farmacéuticos en comercios que no son farmacias.
Es que todo se ve en Chile bajo las mismas prismas, la
del negocio y de la ganancia personal o
de grupos económicos.
No queremos criticar el balance que hace el Gobierno de
su gestión. Sabemos que inauguró su período con uno de los terremotos más
devastadores de la historia mundial y que quiere terminar la reconstrucción
antes de entregar el poder el próximo 10 de marzo. Sin embargo, la eficiencia
que las autoridades han querido destacar en la zona de la tragedia por el
terremoto y tsunami, igual en el caso
del rescate de los 33 mineros, está
dentro de los trastornos ordinarios que los países deben afrontar a menudo, frente a los cuales hay que simplemente
asumir. Sin embargo, esta eficiencia no ha sido tal en las labores normales del
Gobierno como, por ejemplo, frente al censo a cargo del Instituto Nacional de
Estadísticas dependiente del Ministerio de Economía que encabezó Pablo
Longueira como ministro, ni tampoco en el Sename con la vida de 9.600 niños a
lo largo y ancho de Chile ni con el perdonazo del Servicio de Impuestos
Internos en favor de Johnson's-Cencosud, ni tampoco con la Encuesta Casen. Es decir hemos ido de uno a otro
escándalo durante todo el período piñerista.
La solución para Chile y su gente es un gran acuerdo
nacional que separe del pasado, marcado claramente por el autoritarismo, de los partidos de derecha e izquierda, de
los empresarios y de todas las fuerzas vivas, para iniciar un escalamiento al cerro en forma
de un “desarrollo integral” por otros caminos más flexibles y menos
economicistas, en los cuales se privilegie la felicidad de la gente, que es más
valioso que tener dinero.
Está el cobre para comenzar a financiar la construcción
de esta felicidad, pero un cobre bien administrado que sea verdaderamente
chileno y no como ocurre actualmente. Después
vendrán otras alternativas de fuentes masivas de ingresos para las cuales habrá
que impulsar reformas, también en el campo energético, frente a las cuales tampoco
se han dado pasos firmes y reales.
Sería un país maravilloso con una tierra hermosa y gente
feliz dispuesta a empujar el carro
siempre hacia arriba…Ciertamente tenemos las condiciones para hacerlo porque
somos pocos, sólo 16 millones de habitantes que queremos ser felices.
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