31-5-2013-N°855
SIGNOS DEL ESPÍRITU EN EL MUNDO
Por Leonardo Boff
Desde hace bastante
tiempo se ha venido desarrollando toda una teología de los "signos de los
tiempos", como una forma de percepción de un plan divino para la historia
humana. Este procedimiento es arriesgado porque para conocer los signos hay que
conocer primero los tiempos. Y hoy en día estos son complejos cuando no
contradictorios. Lo que es signo del Espíritu para algunos, puede ser un
anti-signo para otros.
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Pero hay algunos hechos que se imponen a la consideración de
todos porque son evidentes en sí mismos. Vamos a referiremos a algunos de ellos
por la densidad de significado que contienen.
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El primero es, sin duda, el proceso de planetización. Este,
más que un hecho económico y político innegable, representa un fenómeno
histórico-antropológico: la humanidad se descubre como especie que habita en la
misma y única casa, el planeta Tierra, con un destino común. Él anticipa lo que
ya decía Pierre Teilhard de Chardin en 1933 desde su exilio eclesiástico en
China: estamos en la antesala de una nueva fase de la humanidad: la fase de la
noosfera, es decir, la convergencia de mentes y corazones constituyendo una
única historia junto con la historia de la Tierra. Espíritu, que es siempre de
unidad, de reconciliación y de convergencia en la diversidad.
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Otra señal relevante está constituida por los Foros Sociales
Mundiales que empezaron realizarse a partir del año 2000 en Porto Alegre (RS). Por primera vez en la historia moderna, los
pobres del mundo, como contrapartida a las reuniones de los ricos en la ciudad
suiza de Davos, lograron acumular tanta fuerza y capacidad de articulación que
acabaron reuniéndose, miles y miles, para presentar sus experiencias de
resistencia y de liberación, y alimentar un sueño colectivo de que otro mundo
es posible y necesario. Ahí se notaron los brotes de un nuevo paradigma de la
humanidad, capaz de organizar de manera diferente la producción, el consumo, la
conservación de la naturaleza y la inclusión de todos en un proyecto colectivo
que garantice un futuro de vida.
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La Primavera árabe surge también como un signo del Espíritu
en el mundo. Incendió todo el norte de África y se llevó a cabo bajo el signo
de búsqueda de la libertad, de respeto de los derechos humanos y de integración
de las mujeres, consideradas como iguales, en los procesos sociales. Las
dictaduras fueron derribadas, se están probando las democracias, el factor
religioso es cada vez más valorado en el montaje de la sociedad, pero dejando
de lado aspectos fundamentalistas. Estos hechos históricos deben interpretarse,
más allá de su lectura secular y sociopolítica, como manifestación del Espíritu
de libertad y de creatividad.
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¿Quién podría negar que, en una lectura bíblico-teológica,
la crisis de 2008 que afectó principalmente al centro del poder económico y
financiero del mundo, allí donde están los grandes consorcios económicos que
viven de la especulación a costa de la desestabilización de otros países y la
desesperación de sus poblaciones, no es también un signo del Espíritu Santo?
Esta es una señal de advertencia de que la perversidad tiene límites y que
sobre ellos puede venir un juicio severo de Dios: su colapso total.
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En contrapartida al signo negativo anterior está el signo
positivo de los movimientos de víctimas que se organizaron en Europa, como el
de los «Indignados» en España e Inglaterra y los «Ocupas de Wall Street» en
Estados Unidos. Ambos revelan una fuerza de protesta y de búsqueda de nuevas
formas de democracia y de organización de la producción, cuya fuente última, en
la lectura de la fe, es el Espíritu.
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Otro signo del Espíritu ha tomado forma en la conciencia
ecológica de un número cada vez mayor de personas en todo el mundo. Los hechos
no pueden ser negados: hemos tocado los límites de la Tierra, los ecosistemas
se están agotando cada vez más, la energía fósil, motor secreto de todo nuestro
proceso industrial, tiene sus días contados, y el calentamiento global, que no
para de aumentar, en algunas décadas podría poner en peligro toda la
biodiversidad.
Somos los principales responsables de este caos ecológico.
Es urgente otro paradigma de civilización que esté en línea con las visiones ya
probadas en la humanidad como son el «buen vivir» y «el buen convivir» (sumak
kawsay) de los pueblos andinos, el «Índice de felicidad bruta» de Bután, el
ecosocialismo, la economía biocentrada y solidaria, una economía verde bien
entendida o proyectos cuya centralidad se pone en la vida, la humanidad y la
Tierra viva.
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Por último, un gran signo del Espíritu en el mundo es el
surgimiento del movimiento feminista y del ecofeminismo. Las mujeres no sólo
han denunciado la secular dominación de los hombres sobre las mujeres (cuestión
de género), sino especialmente toda la cultura patriarcal. La irrupción de las
mujeres en todos los ámbitos de la actividad humana, en el mundo del trabajo,
en los centros de saber, en el campo de la política y de las artes, pero
especialmente su vigorosa reflexión desde la condición femenina sobre toda la
realidad, deben ser vistos como una manifestación de gran alcance del Espíritu
en la historia.
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La vida en el planeta está amenazada. La mujer es connatural
a la vida, pues la genera y la cuida durante todo el tiempo. El siglo XXI, creo
yo, será el siglo de las mujeres, quienes, junto con los hombres, van a asumir
cada vez más responsabilidades colectivas. Gracias a ellas, los valores que más
las distinguen como el cuidado, la cooperación, la solidaridad, la compasión y
el amor incondicional serán la base de la nueva civilización planetaria.
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