La ceremonia del adiós
Por Carlos Peña (*)
Sin duda Piñera siente que el reconocimiento que alcanza
está por debajo de sus logros ¿Es verdad?
Para saberlo hay que evaluar el mensaje presidencial y, al
mismo tiempo, la totalidad de su gestión.
Y es que este fue el último mensaje: el de los balances, cuando se
contabiliza el debe y el haber y se dejan caer algunas gotas de sentimentalismo
y de nostalgia. Saludos a la familia, invocaciones a Dios y cosas así. Y
estuvo, además, adornado con una rareza: esta vez no hubo tics.
¿Qué fue lo más notorio desde el punto de vista político?
Desde luego, llamó la atención, en la primera parte del
discurso, la defensa que el Presidente hizo de la modernización capitalista y
de la expansión del consumo. Lo
llamativo no es, por supuesto, que un Presidente de derecha manifieste su
contento con ese proceso. Lo llamativo es que es Piñera lo hace cuando el
gobierno ya languidece y después de haber sido, en esa materia, más bien tibio
¿Demasiado tarde? No, nunca es tarde para decidirse a ser fiel a si mismo.
Es probable que el contexto social y político hubiera sido
distinto si, desde el comienzo, el gobierno hubiera mostrado la convicción que
el Presidente mostró hoy, al inicio de su discurso, acerca de la modernización
de Chile.
Pero el Presidente no sólo hizo vagas sugestiones numéricas
relativas a la modernización. Se refirió también a aspectos de fondo.
Especialmente en la educación. La educación ha dejado de ser una cuestión
técnica o sectorial, para estar en el centro de la política. No hay otro tema
de mayor relevancia política que la educación.
¿Algo digno de destacar en esa materia? Sin duda.
Por una parte, el gobierno logró (de nuevo algo tardíamente)
organizar su punto de vista en materia educativa en torno al concepto de
“sociedad docente” (un concepto que planteó hace tiempo, pero el que recién
ahora usa para presentar un punto de vista sistemático). Una sociedad docente,
a su juicio, es una sociedad donde hay proveedores de toda índole e igualdad de
acceso y de elección para los estudiantes mediante un fuerte sistema de
subsidios. Se sumó a ello un anuncio cuya importancia es difícil de exagerar: un proyecto de educación preescolar
obligatoria. Si Piñera logra aprobar este proyecto se asegurará un puesto al
menos en la historia de la educación, junto a Sanfuentes, Frei Montalva y
Lagos. No es poco; pero, de nuevo, es algo tarde.
Nada de eso satisfará al movimiento estudiantil. Pero al
menos se alcanzó, por fin, cierta
claridad intelectual: cada uno sabe de aquí en adelante a qué atenerse. En
materia educativa no hay diferencias técnicas o de conocimiento. Simplemente
hay diferencias políticas de fondo.
El tinte liberal del gobierno se mostró, de nuevo, en
materia de antidiscriminación. El anuncio de una ley para la unión de parejas
hetero y homosexuales; la ley para permitir el acceso a técnicas de
fertilización; el uso de subsidios para promover la maternidad, muestra, de nuevo, la decisión de Piñera de
tomar distancia de los sectores más conservadores. La cámara no mostró,
desgraciadamente, la manera en que Monseñor Ezatti apretaba el mentón.
En lo demás el Mensaje presidencial fue más o menos
formulario y pareció a veces un intento de llenar con palabras importantes
vacíos: energía (donde se olvida que la
incertidumbre en esa materia la promovió el propio Presidente); los abusos del
mercado (donde, salvo el tema del Sernac financiero, la institucionalidad sigue
pendiente); la carencia regulatoria de la relación entre los negocios y la
política (que persiguió al gobierno desde sus inicios y cuya puntada final
será, parece, el caso de Corpesca).
Hacia el final –y como si quisiera cerrar el discurso con un
asunto que enfatizó al inicio- se
refirió al problema central que afronta Chile: el revés de la modernización (la
expansión del consumo que principió aplaudiendo) es la crisis en las pautas de
comportamiento, las transformaciones de la familia y la subjetividad. Este es
un desafío tienen delante importante que suyo las políticas públicas; pero de
nuevo vale poco mencionarlo al final, a la hora casi de la despedida. Lo mismo
vale para el eslogan de la sociedad de seguridades: demasiado tarde ya para
tranquilizar a quienes la modernización puso inseguros.
¿Es injusta la vida con el Presidente? ¿Tuvo razón al
observarle eso a Moreira, mientras le golpeaba la espalda, al inicio de la
ceremonia?
No. La medianía con que terminará el gobierno de Piñera es
justa y hasta cierto punto inevitable. No era posible otra cosa para un
gobierno que se propuso (aunque sólo ahora lo reconoce explícitamente)
continuar el proyecto de modernización que Chile inició en los ochenta. El
problema de Piñera (la razón de su aprobación más bien modesta) no deriva de lo
que hizo, o no hizo, sino de las expectativas que él mismo sembró. Y es que no
se puede pretender estar en la cima cuando uno se propone caminar por una tranquila
meseta, hollar por enésima vez el camino que todos quienes le antecedieron
venían, por más de dos décadas,
transitando.
La tibieza cortés, sin entusiasmo y sin oposición con que se
recibió al Presidente retrata de manera inmejorable el momento: ni la Alianza
gasta entusiasmo, ni la Concertación críticas u oposiciones, con quien se sabe
ya está comenzando la vieja y repetida ceremonia del adiós.
(*) Carlos Peña,
Rector de la Universidad Diego Portales y columnista de El Mercurio
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