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viernes, 10 de mayo de 2013

10-5-13-N°852

Columna de opinión de un sociólogo economista

Caribdis y Escila: las amenazas monstruosas


Por Hugo Latorre Fuenzalida
 

Chile está atravesado por una expectativa tenebrosa: la de cruzar hacia el futuro entre dos monstruos igualmente nefandos.
Una, que fue hija de los dioses y transformada en monstruo por su ambición de pretender invadir la tierra con las profundidades abismales de los océanos. El otro monstruo escolla como  una mole voraz que se alimenta de todo cuanto se aproxima.

Chile, como Odiseo, cruza  en su tránsito histórico entre estas opciones tremendamente peligrosas: o el remolino  del caos que todo lo succiona o el monstruo mole, que todo lo devora.

En esta estrecha tierra  nos vemos atrapados por los dos flancos, por un lado las moles cordilleranas por el otro el océano invasivo; entre terremotos y maremotos; entre la riqueza y la miseria; entre la violencia y la avaricia; entre la seducción y el engaño; entre la lisonja y la ofensa; entre el disimulo y el descaro; entre la envidia y la indiferencia; entre la agresión y la cobardía; entre la ley y la trampa; entre el discurso y la realidad; entre la ideología y el pragmatismo; entre el presente y el pasado; entre los sueños y el desencanto; entre lo ofertado y lo escamoteado.
No tenemos la ayuda de una Tetis para que nos guíe en este paso fatal. Nuestras Nereidas son ineptas o frívolas y los costos se van sumando, como los argonautas devorados por Escila, cuando  los sacrificó Ulises para evitar a Caribdis.

Chile está atrapado en un espacio estrecho con profundidades abismales que separan a los pocos inmensamente ricos de la gran mayoría de gente menesterosa. No hay espacios para cruzar este abismo, pues los puentes ya están rotos.
Chile va avanzando  entre la violencia y la avaricia. Los poderosos tienen que ser violentos para contener a quienes pretenden. La violencia, siempre en la historia, ha sido el sustituto de la justicia. La seducción es el arma con que se inaugura la lucha, el engaño es su manifestación segunda y la agresión cobarde es la terminal respuesta de la trampa.

Pero la inocencia de las víctimas, seducidas por los cantos de las sirenas, poco a poco va siendo reemplazada por la sospecha, luego transita hacia el disimulo, pronto se encarama en la toma de posiciones y finalmente en la respuesta defensiva y finalmente la expresión ofensiva.
La confrontación es inevitable; el choque de intereses es lo que debe venir. Se debe ser muy inocente para pensar que se logrará la conciliación de clases, como lo soñaron un día los socialdemócratas o los socialcristianos. El capitalismo de pos-crisis y pos-guerra, etapa en que se construyeron esos puentes,  que, por demás, nunca fueron acabadamente concluidos, terminó, con su crisis, derrumbando esos enlaces tentativos y dejó expuesta la cima, perfilada contra la sima, en toda su brutal separación.
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Ellos creyeron que con y desde la acumulación monumental de riqueza se podría luego rellenar por derrame el abismo social que separa a quienes están en la sima profunda de quienes disfrutan de las alturas cada vez más encumbradas.
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Pero la mole de riqueza ha resultado ser suficientemente fría y no se derrama; más bien se aprieta en el hielo de su mole central y crece y crece, indiferente a los abismos que la rodean. Lo que puede constituir una amenaza es-como en la fenomenología climática- un calentamiento atmosférico que la puede llevar al derrumbe formidable de su estructura feble, pero de monumental apariencia.
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Este “calentamiento global” ya está introduciéndose entre las variables medibles, mensurables y cuantificables. La avaricia displicente de una ideología pervertida en su ensimismamiento, es lo único que puede explicar la ceguera actual de los plutócratas prepotentes. Sus derrotas son enormes al lado de sus pírricas victorias, y sin embargo no se atreven a pronunciar la célebre frase de ese general visionario que se llamó Pirro: “Otra victoria como ésta y estaré aniquilado”.
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Los síntomas son preocupantes. No hay guías ni conductores medianamente advertidos del proceso que transitamos; no hay un Ulises que desee arribar al puerto de su Itaca; simplemente se conforman con flotar por donde y hacia donde las corrientes nos arrastren; por tanto tampoco hay voluntad de buscar  con astucia  o temeridad las salidas ante las amenazas monstruosas que  ya todos visualizan.
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Cuando las situaciones se hacen más desesperadas y los liderazgos confunden las vías de salidas con callejones ciegos, entonces es la desesperación la que prevalecerá, es decir el caos y la confrontación de todos contra todos.
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Este poco deseable destino, ya lo vemos asomar en ciertos países o regiones: veamos Africa o ciertos países de América Latina, donde el “caos inorgánico” impone su anárquica violencia. Violencia producida por la marginación pertinaz, por el envilecimiento, por la indiferencia larga de sus conductores, por la corrupción de las alturas del poder, por la anomia moral que desata la descomposición orgánica de la institucionalidad.

Los dirigentes que fiaron de los pueblos sus preferencias, fueron defraudados tempranamente por el discurso engañoso y con el pragmatismo lesivo. Ya no creyeron en la reconstrucción de esos puentes sociales rotos por las crisis del capitalismo y prefirieron arrimarse a la mole indiferente del capital. Una vez instalados en ese territorio, quedaron absorbidos y confundidos en su paisaje, borrándose toda especificidad o diferencia.
Se da la curiosidad que el pueblo no tiene quién le represente, no tiene guías que lo dirijan ni claridades para iluminar un tiempo cargado de sombras y tinieblas. Esto es peligroso, pues la confusión y la desesperación van comúnmente de la mano y en estas corrientes traicioneras de los flujos oceánicos del capital globalizado. Los monstruos están a la caza de su oportunidad.    

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