Columna de opinión de un sociólogo economista
Caribdis y Escila: las amenazas monstruosas
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Chile está atravesado por una expectativa tenebrosa: la de cruzar hacia el futuro entre dos monstruos igualmente nefandos.
Una, que fue hija de los dioses y transformada
en monstruo por su ambición de pretender invadir la tierra con las
profundidades abismales de los océanos. El otro monstruo escolla como una mole voraz que se alimenta de todo cuanto
se aproxima.
Chile, como Odiseo, cruza en su tránsito histórico entre estas opciones
tremendamente peligrosas: o el remolino del caos que todo lo succiona o el monstruo
mole, que todo lo devora.
En esta estrecha tierra nos vemos atrapados por los dos flancos, por
un lado las moles cordilleranas por el otro el océano invasivo; entre
terremotos y maremotos; entre la riqueza y la miseria; entre la violencia y la
avaricia; entre la seducción y el engaño; entre la lisonja y la ofensa; entre
el disimulo y el descaro; entre la envidia y la indiferencia; entre la agresión
y la cobardía; entre la ley y la trampa; entre el discurso y la realidad; entre
la ideología y el pragmatismo; entre el presente y el pasado; entre los sueños
y el desencanto; entre lo ofertado y lo escamoteado.
No tenemos la ayuda de una Tetis para que nos
guíe en este paso fatal. Nuestras Nereidas son ineptas o frívolas y los costos
se van sumando, como los argonautas devorados por Escila, cuando los sacrificó Ulises para evitar a Caribdis.
Chile está atrapado en un espacio estrecho con
profundidades abismales que separan a los pocos inmensamente ricos de la gran
mayoría de gente menesterosa. No hay espacios para cruzar este abismo, pues los
puentes ya están rotos.
Chile va avanzando entre la violencia y la avaricia. Los
poderosos tienen que ser violentos para contener a quienes pretenden. La
violencia, siempre en la historia, ha sido el sustituto de la justicia. La
seducción es el arma con que se inaugura la lucha, el engaño es su manifestación
segunda y la agresión cobarde es la terminal respuesta de la trampa.
Pero la inocencia de las víctimas, seducidas
por los cantos de las sirenas, poco a poco va siendo reemplazada por la
sospecha, luego transita hacia el disimulo, pronto se encarama en la toma de
posiciones y finalmente en la respuesta defensiva y finalmente la expresión
ofensiva.
La confrontación es inevitable; el choque de
intereses es lo que debe venir. Se debe ser muy inocente para pensar que se
logrará la conciliación de clases, como lo soñaron un día los socialdemócratas
o los socialcristianos. El capitalismo de pos-crisis y pos-guerra, etapa en que
se construyeron esos puentes, que, por
demás, nunca fueron acabadamente concluidos, terminó, con su crisis,
derrumbando esos enlaces tentativos y dejó expuesta la cima, perfilada contra la
sima, en toda su brutal separación.
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Ellos creyeron que con y desde la acumulación
monumental de riqueza se podría luego rellenar por derrame el abismo social que
separa a quienes están en la sima profunda de quienes disfrutan de las alturas
cada vez más encumbradas.
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Pero la mole de riqueza ha resultado ser
suficientemente fría y no se derrama; más bien se aprieta en el hielo de su
mole central y crece y crece, indiferente a los abismos que la rodean. Lo que
puede constituir una amenaza es-como en la fenomenología climática- un
calentamiento atmosférico que la puede llevar al derrumbe formidable de su
estructura feble, pero de monumental apariencia.
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Este “calentamiento global” ya está
introduciéndose entre las variables medibles, mensurables y cuantificables. La
avaricia displicente de una ideología pervertida en su ensimismamiento, es lo
único que puede explicar la ceguera actual de los plutócratas prepotentes. Sus
derrotas son enormes al lado de sus pírricas victorias, y sin embargo no se
atreven a pronunciar la célebre frase de ese general visionario que se llamó
Pirro: “Otra victoria como ésta y estaré aniquilado”.
.
Los síntomas son preocupantes. No hay guías ni
conductores medianamente advertidos del proceso que transitamos; no hay un
Ulises que desee arribar al puerto de su Itaca; simplemente se conforman con
flotar por donde y hacia donde las corrientes nos arrastren; por tanto tampoco
hay voluntad de buscar con astucia o temeridad las salidas ante las amenazas
monstruosas que ya todos visualizan.
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Cuando las situaciones se hacen más
desesperadas y los liderazgos confunden las vías de salidas con callejones
ciegos, entonces es la desesperación la que prevalecerá, es decir el caos y la
confrontación de todos contra todos.
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Este poco deseable destino, ya lo vemos asomar
en ciertos países o regiones: veamos Africa o ciertos países de América Latina,
donde el “caos inorgánico” impone su anárquica violencia. Violencia producida
por la marginación pertinaz, por el envilecimiento, por la indiferencia larga
de sus conductores, por la corrupción de las alturas del poder, por la anomia
moral que desata la descomposición orgánica de la institucionalidad.
Los dirigentes que fiaron de los pueblos sus
preferencias, fueron defraudados tempranamente por el discurso engañoso y con
el pragmatismo lesivo. Ya no creyeron en la reconstrucción de esos puentes
sociales rotos por las crisis del capitalismo y prefirieron arrimarse a la mole
indiferente del capital. Una vez instalados en ese territorio, quedaron
absorbidos y confundidos en su paisaje, borrándose toda especificidad o
diferencia.
Se da la curiosidad que el pueblo no tiene
quién le represente, no tiene guías que lo dirijan ni claridades para iluminar
un tiempo cargado de sombras y tinieblas. Esto es peligroso, pues la confusión
y la desesperación van comúnmente de la mano y en estas corrientes traicioneras
de los flujos oceánicos del capital globalizado. Los monstruos están a la caza
de su oportunidad.
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