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viernes, 30 de marzo de 2012

PIÑERA: SIN REMEDIO

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Nuestro Presidente es genio y figura, hasta la sepultura. Se ha hecho célebre por sus salidas que muchas veces son de una desubicación que abisma en un hombre de su edad y su formación; unas son tan absurdas que mueven a risa; así como hay otras que ya llegan a ser comprometedoras, como ha ocurrido en su visita a Japón.

Primero confunde a Japón con China, que es como si acá confundieran a Chile con Bolivia o Perú; finalmente ningunea a los japoneses sobre la reconstrucción post terremoto y se compara con Chile, señalando que somos una maravilla, pues según él demoraremos 4 años en la reconstrucción, mientras que los dirigentes nipones se han puesto una meta de 10 años.

Para empezar el Presidente parece que no sabe que toda comparación es odiosa y peor, es contra protocolo, más cuando esta comparación se hace directamente con el anfitrión, donde éste resulta disminuido. Doble falta.

Ya sabemos que la Primera Dama ha tenido que pararlo cuando le da con un tema y se pone cargante, como fue el caso del papelito de los 33 mineros. También somos testigos que sus discursos son reiterativos hasta la fatiga, con lo cual provoca apagar la tele o cambiar el dial cada vez que aparece.

Pero en este viaje a Japón ha tenido sus "lapsus" no sólo del Presidente. El senador designado y presidente de RN, Carlos Larraín, también se mandó su gracia, pues siguiendo las pisadas de su Presidente largó la frase de que comparando a Japón con Chile, los japoneses sólo habían retirado escombros, en cambio en Chile sí se lleva casi terminada la reconstrucción.

Bueno ¿qué decir de Larraín? Si el Presidente de la República es un ser con una condición especial,  don Carlos Larraín es de esos personajes que sufren de "psicopatía de clase".

En consecuencia ninguno de los dos tiene "remedio". Son así y morirán así. Mi abuela, a quien yo quería pero no puedo desconocer su infinita capacidad de meter las patas y ser inoportuna, caía en estos despropósitos por no saber refrenarse y largar lo primero que se les viene a la cabeza.

Una vez tocó la puerta de nuestra casa una señora bajita y morena y con un notorio defecto en una pierna, esposa de un comerciante instalado desde poco tiempo pero muy renombrado en el pueblo. Preguntó por mi padre, y mi abuela le interrogó: ¿De parte de quién? La señora dio el nombre de su esposo, el comerciante; enseguida mi abuela le pregunta: ¿Usted es la sirvienta?

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