Las “anchas alamedas” comienzan a abrirse para Chile, y lo hacen de manera inesperada. Ya no son las vanguardias iluminadas de las izquierdas dogmatizadas ni las mascaradas revolucionarias de unos señoritos con poses revolucionarias pero incapaces de ocultar una frivolidad de cortesanos del poder. Tampoco por las ínfulas soberbias de una oligarquía militarizada y corrompida.
La historia da sorpresas, haciendo saltar la liebre por las espaldas del cazador. Es así como el nuevo espíritu democrático de Chile emerge desde las espaldas del mundo político: desde los olvidados, desde los territorios extremos, desde los sin voz, desde los insatisfechos, desde los no invitados al banquete, desde el atrevimiento de esos jóvenes postergados, desde las profundidades de una raza que recupera su dignidad atropellada por el huinca avaricioso y de un Estado cómplice.
Iván Fuentes |
Esta historia reciente de Aysén, puede y debe ser vista y evaluada como un triunfo del nuevo espíritu que anima a Chile. Es la emergencia del sentido, del instinto democrático que no encarna aún en doctrina, pero que da sus primeros pasos, tal cual como el impulso que mueve al bebé a alzarse del suelo e intentar erigirse y desafiar la gravedad.
Hay un nuevo aliento, una nueva brisa que recorre a Chile; esa nueva brisa comienza a mover los árboles y disemina las semillas de una primavera feraz y prometedora. Este nuevo aire democrático surge desde todos los puntos cardinales que enmarcan a nuestro territorio: desde el norte minero, desde el extremo sur, desde el centro, desde los pescadores, desde las profundidades del suelo indígena, desde las aulas escolares, desde las universidades.
Son ya tantas las luces que se encienden y tan ampliamente distribuidas, que es impensable que no cumplan la promesa de alumbrar un nuevo tiempo.
Pero todo tiempo nuevo demanda hombres nuevos. No sólo otros, de distinto rostro, que simplemente reemplazan a los viejos y desgastados, sino de distinto calibre moral y con otra visión del mundo y del país. Rostros frescos para nuevos aires, una nueva lucidez y otro carisma.
Quien haya seguido a los dirigentes del movimiento en Aysén, encontrarán en la figura de Iván Fuentes a un hombre transparente, empático, simple pero contundente. Ahí se percibe una mirada diáfana, una voz que sin estridencia habla al rostro de los otros, a la razón elemental de aliados y de las autoridades; sin malicia, sin doble sentido, sin puñales bajo el poncho, sin odios, sin perder la compostura, sin alzar la voz en estertores de histeria, sin recurrir a la demagogia tan habitual y encarnada en nuestros dirigentes.
Esta persona, que se ha revelado todo un personaje, viene a animar las esperanzas de una nueva democracia, de un nuevo Chile. Nacido desde el campo, con educación formal promedio, aislado en el extremo sur, el sur del largo olvido; sometido al duro esfuerzo diario de la supervivencia; desde esa posición, como uno más de los millones de chilenos que sufren esa misma o semejante condición, emerge este hombre común, este hijo del anonimato, este desheredado, pero que asume el desafío como su herencia, este rostro de chileno, de pueblo forjado en la tierra y en la lluvia, en el frío y la precariedad.
Este hombre sin lenguaje relamido, sin retórica engañosa, sin desplantes de exhibicionista, sin egos mal disimulados, sin ansias de protagonismo desmadrado, pero con una voluntad de hierro, con un temple de guerrero, con el coraje de los no violentos y con esa ponderación propia de los que se paran ante la vida dirigiendo la vista hacia los horizontes del tiempo; ese hombre es quien viene a plantarse en el centro del Chile empoderado para decirle: nosotros, el pueblo, también existimos. Chile no son los capitales. El capital más precioso somos nosotros.
Iván es un alma altiva y exigente, como todo corazón que actúa desde el espíritu. No pertenece al gremio abundante de los tímidos ni de los vacilantes, de los temerosos ni los mitómanos, ni de esos efebos de los poderosos. No acepta renuncias ni hipocresías. Es hombre de acción, pero conciente de este accionar, por eso no pierde la alegría, pues quienes en el accionar pierden la alegría de actuar, terminan perdiendo el centro y la razón.
Giorgio Jackson, Camila Vallejos, Gabriel Boric, los mineros de Atacama, los indígenas en Temuco, los ecologistas, los de Magallanes y los de Aysén; en fin los rebeldes de todo el territorio nacional, vienen a develar a ese Chile que no es pura metáfora del exitismo, sino ese país real que limita con la exclusión y aloja en su centro a la injusticia.
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