¿Qué es un pequeñoburgués?
Es un ser con espíritu de burgués, es decir de rico, pero que aún no logra el estatus, aunque lo ansía rabiosamente, por tanto exagera los defectos de esta clase burguesa para poder ganarse la posibilidad de escalar y no quedarse en la periferia maldita de la pobreza.
Quiere el pequeñoburgués, romper el círculo encantado de la dulzura que protege a los burgueses. Ellos también desean la tranquilidad gruesa, mediocre y harta, con los efectos dulces de la serenidad. Pero en un mundo rodeado de abismos y cimas es muy difícil mantenerse recto, el pequeñoburgués es necesariamente de alma retorcida e inquieta; no le es fácil alcanzar segundos para estar consigo y su conciencia.
La conciencia está fuera de él, reside en el otro barrio, en los otros objetos, en las otras personas. La vida para el pequeñoburgués es necesariamente trágica, es un huerto de los Olivos, pues debe cargar con el sacrificio para que el hombre rico, el burgués entero mantenga su gracia y su privilegio. Al pequeño burgués le persiguen las Moiras (diosas pasionales) de la Mentira y la Envidia, dos defectos, dos males que enturbiarán su alma, su conducta y su destino.
Todo en el pequeñoburgués está centrado en la avaricia lucrativa; ha sido poseído por el “espíritu burgués”, que viene descendiendo como pesada capa, desde los comandantes del sistema hasta las masas populares, generando lo que llama Péguy una total “desmoralización”.
Se ha perdido el sentido del ser, del amor, de la aventura y del sufrimiento; seguridad y ascenso conforman las divisas del pequeñoburgués como valores espirituales. Ascender y empujar a sus hijos para conquistar un espacio de consideración social o aumentar su provecho en la dura lucha de las competencias en desventaja.
Pero como la riqueza material de la burguesía es ascendente y geométrica, mientras que la acumulación pequeñoburguesa será siempre aritmética, y la más de las veces con suma cero, entonces el pequeño burgués es un personaje que sufre el estrés creciente de la impotencia.
Si miramos nuestra realidad, podemos fácilmente identificar a la clase pequeñoburguesa con la clase media aspiracional, que es aquella parte de la clase intermedia que tiene como norte el llegar a imitar a la clase burguesa en todas sus dimensiones, aún cuando caiga en la pura comedia.
Porque también existe la clase media que defiende su condición sin mirar hacia arriba y sin despreciar al de abajo. Simplemente se siente puesta en esa ubicación como una oportunidad para abarcar la existencia desde una perspectiva de centralidad universal, que las otras clases no pueden alcanzar.
Pero el pequeñoburgués es ese típico funcionario del acomodo, del ascenso y el reconocimiento. Su mente y espíritu es esencialmente rastrera, con lo cual se hace actor culposo de las peores indignidades y canalladas. Es un castrado afectivo; no reconoce más amor que el propio y veneración hacia aquél que está por sobre él. Para los que están bajo su nivel, sólo conoce el desprecio, la indiferencia y hasta la crueldad. Sufre el síndrome del “pobre hombre” que tan bien describe Erich Fromm en “Miedo a la libertad”.
Doña Gabriela Mistral, ya lo decíamos, en una carta a Frei Montalva describe nuestra clase media “chilensis” como portadora de vicios, hábitos y defectos que es necesario revisar cada cierto tiempo, dado la actualidad de sus observaciones. El pequeñoburgués chileno es de un fundamentalismo conservador que produce estupor a quienes lo observan con ojo afuerino; es ultramontano, beato y ritualista, clasista y puntilloso, apegado a las normas de manera boba y respetuoso de las jerarquías casi con rigor militar.
El progreso material, que puede ser a veces importante, no le abre las más de las veces las puertas a los estamentos herméticos de la burguesía histórica, lo que le deja en estado de postrada frustración y rabiosa postura para con quienes puede ejercer poder. Nunca abrirá su espíritu y mente hacia una alternativa constructiva de integración y universalidad. Su única mirada está puesta en el ascenso personal, y en este empeño se convierte en un ser unidimensional.
La miseria de su espíritu está también expuesta por Péguy y Mounier, en textos dignos de ser citados, puesto que en nuestros tiempos de crecimiento de las posibilidades de consumo, nuestra burguesía pequeña desarrolla la más furiosa compulsión por “ser a través de los objetos”, diferenciarse a costa de lo que sea, también de la impostura, del fraude o la mitomanía. Nadie es más ostentoso que un “parvenu”, un recién llegado, un aparecido, un advenedizo.
El modernismo, dice Péguy, ha conducido al relajamiento intelectual, a la cobardía de las componendas temporales. Graves hipocresías que revelan los fallos de un alma indiferente a ese afán de pureza que hace la mirada clara”. “El modernismo es la virtud de las personas del gran mundo. La libertad es la virtud de los pobres”.
El piojo que pica más fuerte es el resucitado, decían las abuelas cuando aparecía uno de estos personajes que siempre infectan las sociedades de cualquier parte del planeta; pero pareciera que en nuestro país se hace con más seriedad y teatral disposición, es decir con desconocida e inimitable exageración. Es tan desproporcionado su defecto que deforma toda su personalidad, conformando más una caricatura de hombre que un ser humano propiamente tal. Como versa una canción de Serrat“….es esa mala gente que viene, pasa y se va”, dejando una sensación incómoda y amarga en la memoria, justamente por ser tan absurda y patética, tan digna de desprecio y tan pobre en aportes.
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