El senador designado Carlos Larraín no se dejó fotografiar junto al monumento a Ho Chi Minh en Vietnam. Era previsible. Lo malo fue que empañó el mensaje de fondo de esta visita del Presidente Piñera: la vigorosa recuperación del país asiático luego de una guerra brutal contra Estados Unidos, una de las dos superpotencias del siglo pasado.
Este hecho era ya una realidad en tiempos de Eduardo Frei Ruiz Tagle, cuando abrió la ruta chilena hacia Vietnam. Pero desde entonces, ese país, tan larga y amargamente dividido, mejoró sustancialmente su economía y se abrió al mundo globalizado.
En noviembre, Chile y Vietnam firmaron un tratado de libre comercio.
Estados Unidos es hoy el mayor importador de productos de Vietnam. Los dos países tienen contactos de todo tipo, incluyendo militares y ya se firmó un pacto en materia de medicina militar. En abril del año pasado, el ministro de Relaciones Exteriores vietnamita, Pham Vinh Minh, comentó que “nadie puede imaginar cuán rápidamente se han desarrollado las relaciones entre Estados Unidos y Vietnam”.
El senador designado Carlos Larraín en Vietnam (Foto de La Tercera) |
Vietnam es una dictadura de partido único, el comunista Y en ese sentido el senador Larraín tiene razón al rechazar su culto a Ho Chi Minh, su histórico líder comunista. Pero él mismo y la comitiva presidencial, igual que todos los chilenos, deberíamos valorar la subyacente gran lección.
Vietnam primero libró y tras Dien Bien Phu, en 1954, ganó la guerra contra el poder colonial de Francia. Más tarde, cuando Estados Unidos, en el fragor de la Guerra Fría, asumió la tarea de “salvar” al país del comunismo, siguió luchando ferozmente. Hasta hoy los filmes y las teleseries sobre esa guerra muestran, muchas veces de manera unilateral (desde el punto de vista estadounidense, claro), el desesperado heroísmo de los vietnamitas.
En materia tecnológica, sus recursos eran infinitamente inferiores a los que desplegaron los estadounidenses. Pero defendieron tenazmente su territorio instalando trampas simples (“prehistóricas” se dijo) pero de mortal efectividad y luchando desde una red de túneles de cientos de kilómetros. Fue un durísimo conflicto por lado y lado. La peor derrota estadounidense fue la crisis moral que sufrieron sus tropas, que se tradujo en actos de irracional violencia.
Los vietnamitas también cometieron actos bárbaros, pero demostraron la profunda convicción patriótica que hasta hoy los llena de orgullo. La gran debilidad de franceses y estadounidenses fue su ciego apoyo a regímenes corruptos cuya única justificación era su rechazo declarado al comunismo.
Esa es parte de la explicación del persistente dominio comunista. Falta mucho en materia de derechos humanos en Vietnam. Pero hay progresos significativos.
No hace mucho, un visitante estadounidense, el senador demócrata Jim Webb, aseguró que hay grandes avances en distintas áreas, especialmente en materia religiosa. Más, por cierto, que en China que asoma, sintomáticamente, como un rival no declarado para los vietnamitas.
Hay aquí una lección que deberíamos haber aprendido: ni la fuerza militar más poderosa del mundo, allá, ni la dictadura, acá, pudieron imponer su limitado modelo de democracia.
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