Yo sostengo que estos principios pueden ser de origen religioso, pero son válidos para quienes profesan una creencia de este tipo, lo cual no lo hace de por sí universalizables. Entonces hay que tratar de argumentar desde otro principio, cual es la ética humana, es decir racional.
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Por Hugo Latorre Fuenzalida
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Por Hugo Latorre Fuenzalida
El presidente Sebastián Piñera ha escrito una carta pública relativa al tema del aborto. El mandatario plantea su negativa al aborto y da las razones de tipo jurídico, religioso y personal para oponerse.
Indudablemente el debate se está abriendo ante los distintos proyectos que sobre esta materia se han propuesto a la discusión. Es difícil saber quién tiene la razón y tal vez es lo que menos importe, pues no se trata de un torneo. Lo que sí importa es que en Chile, un tema tan serio, se defina en una forma democrática y elevada.
Todos debemos fundamentar nuestras posiciones y contribuir a la búsqueda aproximada de una verdad que es siempre superior a los hombres, pero que la deben resolver, necesariamente las instituciones humanas.
La parte central del tema del aborto pasa por el establecimiento de ciertos principios. Sin principios no hay norma universal. La sociedad humana es una comunidad de acuerdos, sin la prevalencia de los mismos, en términos básicos y fundamentadores (por eso se les llama principios) no hay comunidad, sólo es dable a reconocer una montonera.
Hay quienes plantean sobre estos principios una postura de fundamento religioso y otros de fundamento puramente laico. Ambos fundamentos pueden postular a la vida como un derecho sagrado.
También hay quienes desde unos principios puramente racionales (la razón es ambivalente, nunca es unidimensional, como algunos creen) plantean la legitimidad de intervenir sobre la vida cuando hay razones sociales que la justifican.
Derecho de la mujer
En Chile se da toda la gama de principios, pero pocos llegan a defender el derecho de la mujer a disponer de su cuerpo sin ciertas restricciones. “Disponer de su cuerpo” es un eufemismo para designar la libertad de abortar o tener hijos sin que medie más que la voluntad personal.
Las posturas más comunes están entre los que postulan el aborto terapéutico y quienes postulan la negativa a cualquier tipo de aborto.
Estas posturas contienen una serie de matices, pues hay quienes plantean un “aborto terapéutico” restringido a ciertas condiciones extremas: peligro vital de la madre, feto inviable, violación, embarazo entre oligofrénicos, dementes, entre otros).
Dentro de estos hay quienes consideran que una violación no es mérito para un aborto, tampoco cualquier estado de gravidez donde la vida se haya iniciado y el embarazo sea viable.
Se sostiene, como parte de la discusión, que los embarazos no deseados pueden prevenirse con la pastilla del día después, los preservativos y políticas de información.
Pero lo que no se termina de considerar en estos juicios es que a pesar de las prevenciones que un Estado o sociedad pueda implementar, siempre acontecerán casos en que se tendrá que poner a prueba los principios excepcionales y rayan la cancha sobre lo que la sociedad autoriza y lo que considera delito. Y es sobre esas situaciones que se debe tener claro los principios que sustentan la vida del hombre y la mujer en esa comunidad.
No es posible universalizar principios religiosos
Yo sostengo que estos principios pueden ser de origen religioso, pero son válidos para quienes profesan una creencia de este tipo, lo cual no lo hace de por sí universalizables. Entonces hay que tratar de argumentar desde otro principio, cual es la ética humana, es decir racional.
La ética humana no tiene porqué contradecir a la ética religiosa, y muchas veces la una ha derivado de la otra, sobre todo en Occidente; pero se tratará entonces de una ética controversial.
La ética humana ha reconocido en la historia distintas valoraciones de la vida, al igual que las éticas religiosas. Recordemos solamente que se han dado creencias religiosas que exigían sacrificios humanos, y no tan lejana, pues se ha dado en nuestra propia cultura americana. Hubo legislaciones humanas que valoraban en muy poco la vida; como ejemplo tenemos los postulados del gran legislador Licurgo en Esparta que se deshacía de los infantes deformes o con estructura física débil.
El asesinato en la sociedad humana
Debemos señalar igualmente que muchas sociedades modernas permiten asesinar a hombres por delitos de dudosa comprobación; también en casos de rechazo a las guerras por problemas de fe o de conciencia. En el mismo Chile se asesinó a miles de personas por razones ideológicas, en el pasado reciente y se autoriza el uso de las armas a una policía adoctrinada sobre prejuicios raciales, ideológicos o de clase, lo que les hace tremendamente peligrosa.
Entonces el tema del “asesinato burocrático”, que define el aborto para algunos, representa una postura que dentro del esquema universal de violaciones al derecho a la vida puede pasar como uno más de los horrores que acompañan al hombre, llegando a considerarse un horror inevitable.
Dilema Social
Cuando la vida se relativiza hasta asimilarla a “un dilema social”, entonces se puede legislar como se ha hecho con la pena de muerte y los tribunales de guerra, es decir de conceder por necesidad del Estado licencia para actuar sobre la vida o la muerte de manera puramente arbitral, es decir burocrática.
Las iglesias también condenaron a muerte por razones de herejía o simple persecución de creencias, con lo cual no se salva la blancura moral desde ese referente.
El nihilismo moderno sufre por oposición a sus horrores la némesis del dolor por la vida. Y es desde este aprendizaje en el horror que nuestros contemporáneos levantan el principio de inviolabilidad, cosa que habla desde una perspectiva humanista de un progreso ético en la humanidad, ya que estamos en capacidad de afirmar el derecho a la vida como un principio universal, incuestionable e irrenunciable.
Entonces, desde esta perspectiva, la vida se afirma como un derecho totalista y totalitario, es decir que no admite apelación a recurso ninguno en ninguna de sus vertientes ni derivaciones.
En esa línea argumental el presidente Piñera puede tener razón, pero falta un componente terrenal y de sentido común. La humanidad no se nutre solo de principios inapelables; tiene que hacerse cargo de la encarnación de esos principios en la compleja y excepcionalidad que aporta la realidad como problema.
Ley inviolable o derecho incuestionable
Entonces si se habla de ley inviolable, de derecho incuestionable, tiene que darse una salida a las aporías de los ideales, a los fracasos de los principios a la excepcionalidad inevitable y no enajenable a la condición fallida de todo lo humano.
En eso el Presidente no logra cerrar la argumentación práctica, que es por demás su deber como político. Si no lo hace, toda su argumentación quedará como un testimonio desde el ideal, pero será ocioso en sus resultados.
Hay situaciones que demandan remedios prácticos e institucionalidad viable. Por ejemplo simple: un hijo producto de una violación no puede ser abortado, pero tampoco se puede exigir a esa mujer o familia que se haga cargo de una creatura que no aman, no desean ni están en condiciones de formar de manera digna.
¿Entonces, quién se hará cargo de ese niño?
El Estado debe hacerse cargo con una institucionalidad óptima que debe derivar a una formación de excelencia para ese hijo no deseado. Puede vincularse a una política de adopción responsable o a la creación de comunidades de acogida. De esta forma se puede imponer principios justos con respuestas justas y responsables, donde toda la comunidad se involucra en elevar principios dignificantes como camino de desarrollo efectivo de la sociedad hacia una era de superioridad moral.
Dictaminar normas y principios, eludiendo las consecuencias y responsabilidades es una manera vacía de operar sobre la pura postura o el simulacro de verdad, de justicia y de decencia.
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