Por Mirko Lauer (*)
Parafraseando al poeta W. B. Yeats, el centro no se pudo sostener. La cuerda tensa entre dos maneras de ver la tarea de gobierno terminó por romperse. Salomón Lerner encarnaba ese centro político surgido de la urgencia electoral, y que luego demostró tener problemas operativos. Afuera en la realidad, los electorados de Ollanta Humala tampoco se pudieron poner de acuerdo.
¿Significa esto que la izquierda sale del gobierno? No necesariamente, o al menos no toda. Pero la que se quede estará haciéndolo bajo nuevo contrato, en una suerte de inquilinato precario. Es notorio que una parte de los conflictos que debilitaron aceleradamente al gabinete Lerner tuvieron que ver con lealtades ideológicas, pero también hubo temas paralelos de eficiencia sobre el terreno.
Humala demoró cuatro meses en comprender que a su gobierno le ha tocado un problema de autoridad. Las vacilaciones y ambivalencias frente al paro de Cajamarca volvieron a esa protesta intransigente. Además abrieron la posibilidad de que ese modelo de confrontación asimétrica se repita en otros lugares. Humala debe haber sentido que la primera línea de protesta está entre sus ministros.
¿Cómo llamar a la situación resultante con el nombramiento de Óscar Valdés? Alejandro Toledo (que ha puesto a otro militar retirado en el gabinete) la ha llamado un avance del militarismo. Algunos analistas la ven como antesala de un giro hacia la derecha. Sin duda ambas cosas están presentes, pero hasta el momento ninguna de las dos define realmente la situación.
Quizás más definidor hacia adelante es el obvio paso que ha dado Humala hacia una voluntad de presidencia ejecutiva. Es muy poco probable que, a pesar de su pasado castrense y su buena performance ministerial, Valdés de premier tenga la autonomía que tuvo Lerner. Todo sugiere que Humala ha decidido aumentar su capacidad de decisión en el Ejecutivo, con un premier sin otro socio político que Humala mismo.
Lo que se acaba de hacer, pues, es blindar la hoja de ruta, en el sentido de protegerla de las presiones que vienen desde la izquierda. En lo personal Lerner era salomónico: no formaba parte de esas presiones, pero sí era un garante de su legitimidad dentro del gobierno. Pero ahora lo que va a empezar a entrar en el debate no es tanto el papel de la izquierda, sino el del liberalismo político, léase la institucionalidad democrática.
Una primera lección de todo esto es que los líderes de la protesta no lograron empujar al gobierno hacia la izquierda (un propósito que les atribuyeron informes de inteligencia), sino más bien depurarlo de buena parte de sus figuras de izquierda. Todavía lo pueden empujar más hacia la derecha.
(*) Comentarista del diario La República de Lima
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