Director del diario Crónica Viva de Lima
No me cabe duda. Este es un país donde la mayoría de los políticos o de quienes fungen como tales, son sordos cuando quieren, mudos cuando les conviene y ciegos cuando les da la gana. Si no fuera así, no estaríamos viviendo estos momentos de preocupación e incertidumbre. Allí está lo que ocurre en Cajamarca en su más peligrosa dimensión; en Andahuaylas con una calentura en descenso; en Cañete, danzando macabramente sobre la carretera, y en Madre de Dios, rindiendo pleitesía rentista a ese vil metal, llamado oro.
Pero qué se puede esperar de esa mayoría de farsantes, que en los momentos más difíciles para el país, prefieren hacer lo del avestruz, esconder la cabeza bajo tierra, esperando que pase la levantísca. O en todo caso, meciendo sus posaderas en los cómodos sillones del Congreso o en las sillas reclinables de los gobiernos regionales, matando el tiempo en asuntos banales, mientras los del Ejecutivo, claman por el diálogo ante quienes no les quieren escuchar.
Al lado de aquellos caminan, en la misma ruta, los gonfaloneros de la perversidad, los infames que aun se lamen las heridas de su derrota electoral. A ellos como a los otros, les importa un pepino la democracia. Más les interesa que siga frágil y que se venga abajo. Piensan que así se cobrarían la soñada revancha. Y, también, la demostración elocuente de un gobierno que ha sido tal por error ciudadano. Por eso se ponen al margen de los problemas y no hacen uso de la iniciativa política para proponer respuestas, sin cartas bajo la mesa, que pongan fin a estos enredos, verdaderas sopas de intransigencias, contradicciones, agitación y demagogia.
Y también escribidores a sueldo que de demócratas tienen solo la máscara. Son esos que tienen ojos extraviados. Por eso ven oscuro donde todo está claro. Para ellos les resulta cómodo tirar la piedra y esconder la mano. Hablan de intolerancia y beligerancia. De zozobra y desconcierto.Y allí nomás, de inacción gubernamental, de falta de garantías, de debilidad para restaurar el orden. Todo en el mismo puka picante, como si la solución de este desencuentro, que viene desde muy atrás, fuera tan fácil como despacharse al vuelo una cachanga de vendedor ambulante.
No hemos escuchado palabra alguna que haga recordar que estos problemas, no son otra cosa que la continuación de otros muy añejos. Con el mismo tono, con la misma intensidad. No hemos leído a alguien que diga que nunca antes hubo quien les diera verdadera solución. Que nos refresque la memoria, haciendo ver que, en el mejor de los casos, se trató de curar el mal con una infusión de mate. No es que los campesinos protesten por protestar, ni que los comuneros se muestren desafiantes, porque el aguardiente está muy malo. No, no es así. El problema revienta y seguirá reventando en tanto no se actúe con la verdad. Y esa verdad nos dice que mientras hayan explotaciones de los recursos naturales, que incluyen el despojo a la vida, siempre habrá quien o quienes levanten la voz.
Por ahora dejemos que el gobierno accione con los criterios que ya tiene formados. Los más recientes acontecimientos indican que no está con los brazos cruzados y que, siempre, es mejor hacer bien las cosas, sin que nos gane la precipitación. De por medio está el reto de no perder la oportunidad de las inversiones, pero sin exponer el respeto que se merecen aquellos ciudadanos de poncho, sombreros de paja y hojotas. Este es un país minero, es cierto. Pero también es un país agrario y esto es más que cierto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario