Historia de una crisis profunda
Tres años después de la bancarrota, Islandia ha desafiado los pronósticos retomando el control sobre sus finanzas. Sin embargo, montañas de deuda privada han dejado a miles de personas sin esperanza y escépticas ante una salvación que podría llegar con la adhesión a la Unión Europea y la adopción del euro.
El supuesto culpable de todo el desastre lleva una chaqueta a cuadros y la cabeza gacha. Geir Haarde era primer ministro de Islandia cuando ésta sufrió una experiencia cercana a la desaparición hace casi 3 años. En el transcurso de unos días, los tres mayores bancos del país colapsaron, el valor de la corona islandesa cayó en picada y el país se encontró al borde de la bancarrota.
El ex-primer ministro es ahora el primer político en toda Europa que será juzgado por el desastre financiero. La Constitución islandesa de 1905 hace posible condenar a figuras políticas por un delito en caso de no actuar (o no actuar los suficientemente rápido) en una situación que suponga un riesgo para el Estado. Haarde podría enfrentarse a 2 años de prisión.
“Por supuesto, desde la perspectiva actual”, afirma Haarde, “en aquel momento habría hecho varias cosas de manera distinta”. Ni siquiera ha podido mantener su propio despacho. Sin embargo, varios amigos le han ofrecido un cargo nuevo en un bufete de abogados y están costeando sus gastos legales.
“Soy el chivo expiatorio de todos y sin embargo no he cometido ningún delito”, denuncia Haarde. “Por el contrario, rescatamos a Islandia en su momento. Y lo hicimos sin que los contribuyentes tuvieran que hacer frente a las cuenta de los bancos”.
Un futuro mejor
Haarde también tiene pruebas para respaldar su demanda. Islandia ha vuelto al mercado monetario internacional en tiempo récord. Este verano, el gobierno emitió bonos por primera vez desde la crisis. El déficit presupuestario islandés es del 2,7% de su Producto Interior Bruto (PIB). La tasa de desempleo ha caído al 6 por ciento, se espera que la economía islandesa crezca este año un 2,2 % y la corona se encuentra relativamente estable, con una inflación del 2,7 %. Sin embargo, decenas de miles de islandeses están aún profundamente endeudados y pagarán los excesos de los años del boom durante las próximas décadas.
En la actualidad, el gobierno de coalición de Reykjavik, compuesto por la Alianza Socialdemócrata y el Movimiento de Izquierda Verde, intenta dejar atrás el trauma del colapso de una vez por todas. Busca adherirse a la Unión Europea y, a pesar de la crisis del euro, introducir la moneda común lo antes posible.
De la desesperación al optimismo
Haarde personifica el tipo de político que ha gobernado Islandia durante décadas: discreto, conservador y armado con unas ideas sobre política económica que encajan dentro de la corriente neoliberal. En los 90, Haarde apoyó el levantamiento de restricciones sobre las transacciones de capital y la privatización de bancos. Era ministro de Exteriores cuando los bancos islandeses se atiborraban de capital extranjero. Los activos totales combinados de los tres mayores bancos finalmente sobrepasaron en más de 10 veces el PIB nacional y los islandeses se iban de compras compulsivamente y pagaban con dinero prestado.
Haarde ya era primer ministro en 2008, cuando las repercusiones de la quiebra de Lehman Brothers agitaron la isla volcánica, que impulsó a los extranjeros a retirar su dinero del país de la noche a la mañana. El tribunal le acusa de ignorar las señales de advertencia.
Haarde se defiende a sí mismo señalando: “antes de la crisis, nadie anticipaba el tipo de tsunami que se nos venía encima”. Califica el juicio en su contra de “farsa política” instigada por sus rivales y los partidos de la coalición del gobierno. Según él, muchos partidos son culpables de la catástrofe, incluyendo a los banqueros islandeses, que actuaron de forma negligente, y a los extranjeros que les dieron demasiado dinero.
Antes de que la ira popular obligara a Haarde a abandonar en enero de 2009, su gabinete aprobó leyes de emergencia que impedían la bancarrota del gobierno. Los tres bancos principales de Islandia fueron nacionalizados y declarados en bancarrota. “Tenemos suerte”, añade Haarde, “porque sencillamente éramos demasiado pequeños para rescatarles”. Aunque el gobierno garantizara los ahorros de sus ciudadanos, éste optó por cumplir con las reclamaciones de los acreedores extranjeros.
Entonces, el Fondo Monetario Internacional (FMI) proporcionó al país insular un préstamo de emergencia de 1.600 millones de euros. Hoy, alaba al país que en su momento estuvo al borde de la bancarrota. Incluso Joseph Stiglitz, el estadounidense que ganó el Premio Nobel de Economía en 2001, considera que Islandia hizo “lo correcto”.
Señales de recuperación y desesperación
La recuperación es evidente en Reykjavik. Las calles empiezan a llenarse otra vez de flamantes Land Rovers y deportivos y el sushi ha sustituido al bacalao seco como plato principal. Se ha inaugurado la nueva sala de conciertos en el puerto, que hace tan sólo dos años se mantenía como un esqueleto de hormigón. No hace mucho, el viento de occidente aullaba a través de las ventanas abiertas de las torres de oficinas medio acabadas en la carretera de la costa. Pero ahora todas las fachadas están acristaladas.
No obstante, las consecuencias de la crisis todavía pueden verse en suburbios como Ulfarsfell. Aquí, algunas familias viven en la planta baja de sus casas nuevas, cuyas segundas plantas están formadas sólo por la estructura de acero. Todas las casas están sin terminar pero no hay ningún trabajador de la construcción a la vista.
En los años del boom, decenas de miles de islandeses contrataban hipotecas. Cuando la corona islandesa cayó en picado perdiendo hasta el 70% de su valor frente al euro, de repente muchos islandeses no fueron capaces de hacer frente a los pagos de sus hipotecas. Los bancos, al haber protegido sus préstamos contra la inflación, las hipotecas se encarecían cada vez que la divisa se devaluaba mientras que los sueldos y salarios de aquellos que las contrataban permanecían invariables.
Actualmente, la tasa de endeudamiento de los hogares islandeses en relación con los ingresos disponibles asciende a un sorprendente 225%. En términos absolutos, esto significa que cada hogar debe liquidar una hipoteca superior a los dos años de ingresos. Por el contrario, la tasa de endeudamiento de los hogares alemanes es del 95 por ciento.
A la espera de la salvación europea
Para el ministro de Exteriores Ossur Skarphendinsson, que lleva negociando la adhesión de Islandia a la Unión Europea desde 2010, la fuga de cerebros es un motivo más para avanzar las negociaciones. Skarphedinsson, biólogo marino de formación y aficionado al rapé, es un hombre de un optimismo sorprendente. A pesar de los informes desesperanzadores de la inminente desaparición de la moneda común, ve a la UE como “una zona de estabilidad” y cree que la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy “nunca abandonarán el euro”. De hecho, asegura que con que la UE consiga simplemente hacer un seguimiento de los presupuestos de sus miembros de manera más efectiva, “el euro saldrá de la crisis como una moneda más fuerte”.
Del mismo modo, a Skarphedinsson no le preocupa que las encuestas indiquen que una mayoría de sus compatriotas está en contra de adherirse a la UE y adoptar el euro. “Una vez que la moneda se haya rescatado, los islandeses estarán a favor”, replica apuntando que el trauma de la crisis acabará cuando la gente tenga euros en sus carteras y en el banco.
“Somos un país pequeño con una micro-divisa”, explica Skarphedinsson. En su opinión, esto significa que cada inversión y cada fracaso empresarial tiene un efecto perceptible en el tipo de cambio de la corona. Además, añade, los islandeses no deberían exponerse de nuevo al riesgo de convertirse en pobres de la noche a la mañana.
(*) Tomado y traducido por el blogg "La traducción es la Lengua de Europa" - Publicado en Spiegel Online el 8 de diciembre de 2011
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