Opinión de un teólogo
EL
BRASIL REAL Y EL BRASIL VIRTUAL
Por Leonardo Boff
Hay dos Brasiles que
corren paralelos y que poseen lógicas y dinámicas diferentes. Uno es el Brasil
dominante, profundamente desigual y por eso injusto, que reproduce una sociedad
malvada que no tiene compasión ni misericordia con las grandes mayorías. Según
el IPEA son 71 multimillonarios o cinco mil familias extensas los que detentan
gran parte de la riqueza nacional y muestran escasísimo sentido social,
insensibles a la desgracia de los millones de personas que viven en los
centenares de favelas que rodean casi todas nuestras ciudades. En ellos se
origina, en gran parte, el odio y la discriminación que sienten por los pobres
y por los hijos e hijas de la esclavitud, cosas que llegan todavía hasta los
días actuales.
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Me alejo
decididamente del pesimismo de Paulo Prado en su ironizado libro de 1928 “Retrato
de Brasil: ensayo sobre la tristeza brasilera”, para quien la tristeza, la
pereza, la lujuria y la codicia constituyen los rasgos distintivos del
brasilero. Hay gente que todavía piensa así a pesar de todo lo que se ha hecho
en el campo social.
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Junto a estas
distorsiones, existe otra cara del mismo Brasil, la de los pobres que luchan
valientemente para sobrevivir, que en medio de la miseria traslucen una alegría
que viene de adentro, que danzan y veneran a sus santos y santas poderosos y
que no necesitan creer en Dios porque lo sienten en la piel y en cada paso de
su vida. Es el Brasil de los menospreciados por los sectores conservadores que
se orientan por el PIB y por el consumo, considerados buenos para nada e
inservibles para el sistema porque producen poco y consumen menos todavía.
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Ese Brasil escindido,
con caras contrapuestas, constituye una contradicción viva y escandalosa. Posee
una herencia una sombría que nos viene del etnocidio indígena que persiste
todavía, del colonialismo que nos dejó el complejo de buenos para nada, y que
penetró en forma de arquetipo psicológico en la estructura de la Casa Grande
del señor blanco y de la Senzala de los esclavos negros. Se manifiesta
en el foso que escinde al país de arriba abajo y nos hace herederos de una
república con una democracia más farsa que realidad, pues está compuesta, como
actualmente, en su gran mayoría, por corruptos que se benefician del bien
público para obtener su bien privado (patrimonialismo).
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El pueblo brasilero,
hecho de la amalgama de representantes de 60 países diferentes que vinieron
para acá, todavía no ha acabado de nacer. Está en proceso de hechura. A pesar
de las contradicciones, apunta hacia un mestizaje exitoso que podrá configurar
un rostro singular de Brasil como una potencia en los trópicos. El Brasil que
acabo de describir parece ser el real, repleto de injusticias y
contradicciones.
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Pero hay otro Brasil.
Es el Brasil del imaginario, que está en los sueños del pueblo, el Brasil
grande, el Brasil patria amada, bendecido por Dios, el Brasil de la humanidad
cálida, de la música popular y de los ritmos africanos, del futbol, del
carnaval, de las playas y de gente bonita. Esto mueve los sentimientos del
pueblo.
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Es la utopía Brasil,
utopía como nos enseñó el maestro Celso Furtado “que es fruto de dimensiones
secretas de la realidad, un afloramiento de energías contenidas que anticipa la
ampliación del horizonte de posibilidades abierto a una sociedad” que queremos
justa, fraterna y feliz (cf. En busca de nuevo modelo: reflexiones sobre la
crisis contemporánea, 2002 p.37).
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Este Brasil sólo
existe como sueño pero está en estado naciente; él da energía para soportar las
amarguras del presente. El sueño y la utopía son parte del carácter potencial y
virtual de la realidad. El dato es hecho y no agota las virtualidades de lo
real. Esas virtualidades que entrevemos como realidades futuras nos mantienen
la jovialidad y nos alimentan la esperanza de que los corruptos de hoy, los
enemigos de la democracia que votan el impeachment de la presidenta
Dilma, no triunfarán. Serán borrados de la memoria colectiva. Estigmatizados,
ceniza y polvo cubrirán sus nombres.
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Nuestro desafío es
hacer que se encuentren el Brasil real con el Brasil virtual de modo que el
virtual, que contiene más verdad que el otro, moldee la figura verdadera de
nuestro país.
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