Opinión
LOS FALSOS DIOSES
LOS FALSOS DIOSES
Por Camilo Escalona
Estamos a 50
años de la revolución cultural, convocada un 16 de mayo por decisión unilateral
de Mao Zedong, fue la máxima expresión del culto a la personalidad y del poder
absoluto en China, pero su impacto desató procesos que fracturaron la nación y
escaparon al control del propio Mao, desembocando en cruentos enfrentamientos
armados y una dura represión que en las zonas rurales provocaron millones de
víctimas y la ruina del país.
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En el presente, el maoísmo ya no es el nervio rector del Estado y tampoco es el núcleo ideológico del Partido Comunista de China, su nombre ya no está revestido del carácter místico de la época del culto a su persona, ahora el legado del "gran timonel" se refiere a su indudable rol en la formación de la República, que reemplazó una anacrónica monarquía en el país más poblado de la tierra.
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En el presente, el maoísmo ya no es el nervio rector del Estado y tampoco es el núcleo ideológico del Partido Comunista de China, su nombre ya no está revestido del carácter místico de la época del culto a su persona, ahora el legado del "gran timonel" se refiere a su indudable rol en la formación de la República, que reemplazó una anacrónica monarquía en el país más poblado de la tierra.
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Mao coincidió un trecho decisivo de su lucha y de su vida con el régimen
de Stalin, el mismo que en Rusia se sostenía en el terror y el culto a la
personalidad, lo que probablemente influyó en que pretendiera la pronta
instalación del comunismo en un país campesino, atrasado como era China,
recurriendo al mismo tipo de instrumentos represivos que Stalin, al que
consideró su maestro, postulando que el movimiento comunista internacional,
tomara como guía las "infalibles" ideas del
"marxismo-leninismo-estalinismo".
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En Chile hubiese sido imposible que estas teorías no encontrasen
también algunos adeptos, ultrones, excitados con la retórica infantil del
maoísmo, que decía, "el
imperialismo es un tigre de papel", los que fueron defraudados cuando
desde China, en 1973, reconocieron a Pinochet, mantuvieron relaciones
diplomáticas con la dictadura y se negó el asilo a muchos perseguidos.Ante ello
tales grupos se disolvieron de vergüenza.
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Los falsos dioses del culto al propio y desmesurado yo, duraron
tanto como vivieron. Cuando les llegó la muerte, comenzó a decaer el
sistema de exasperada y neurótica adulación personal que les ungía y
perpetuaba.No fueron el único caso, otros que lo intentaron, como Ceausescu en
Rumania, tuvieron un muy similar o incluso peor resultado.
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En el caso de Stalin, muerto en 1953, fue poco el tiempo que
transcurrió hasta 1956, año en que su servil subalterno, Nikita Krushov,
fungido ya como sucesor, denunciara sus crímenes de Estado ante el XX Congreso
del hoy disuelto Partido Comunista de la Unión Soviética.
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En el caso de Mao, apenas ocurrido su deceso en 1976, se desató
la lucha total, siendo derrotados los principales ejecutores de la revolución
cultural, Chiang Ching, su viuda legal y la llamada "banda de los
cuatro", los que fueron destituidos y apresados. Así comenzó una nueva
etapa que, a pesar de la conocida paciencia china, ya en el Congreso de 1978,
consolidó un nuevo rumbo.
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La democracia no es un capricho ni un accidente en la historia
de la humanidad. El respeto a la dignidad del ser humano y de los derechos de
cada comunidad es condición necesaria para el progreso. El abuso del poder como sistema, así
como, imponer sacrificios o inenarrables acciones contra la población
indefensa, no llevará jamás a la construcción de una sociedad más justa,
libertaria e igualitaria como es el sueño del ideal socialista.
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El llamado comunismo de guerra, o la colectivización forzosa del
agro y el control burocrático de las fuerzas productivas, coaccionando su
crecimiento a la industria de armamentos, condenaron al fracaso a tales
regímenes. No entregaron libertad, seguridad ni prosperidad.
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Endiosados sembraron la idea de una progresiva agudización del
choque de fuerzas a escala internacional y de una inevitable confrontación a
gran escala que les impedía ejercer la democracia, paradojalmente, al final
quedaron atrapados en esa neurosis, presos de sus propios vaticinios, mientras
el mundo seguía su camino y portentosos avances civilizacionales entraban en
escena.
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Su ceguera redujo su capacidad de competencia científica y
tecnológica, sólo a la industria de guerra y limito la aplicación de la ciencia
avanzada al ámbito castrense. Incluso, en ese terreno, el burocratismo
autoritario quedo rezagado, como se comprobó en los años 80, en lo referente a la
producción y, especialmente, propulsión y dirección de la nueva generación de
misiles estratégicos y de alcance medio.
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Al no incorporar la informática, no innovar en la electrónica y
retrasarse en la producción de artículos de consumo para la población y de
bienes durables para el hogar, junto a la incapacidad de acelerar la industria
de diseño, vestuario y alimentación, esos Estados, atendiendo en forma limitada
las necesidades básicas, sólo unidos en la exclusiva adoración al líder
mesiánico y providencial, quedaron atrás.
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El culto a la personalidad resultó opuesto, en su esencia, a la
comprensión científica del desarrollo social que se pregonaba oficialmente,
luego del término del estalinismo, la teoría oficial que le sucedió propició
agruparse en torno al criterio que el partido único debía ser la solución,
infalible y jamás equivocarse, pero que sin pluralismo ni diversidad, y tampoco
alternancia en el liderazgo, carecían de respuesta a los nuevos desafíos, y no
lograron formular opciones viables, justas y eficaces para sus países.
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Mao comenzó a desdecirse de su retórica ultrona antes de morir,
en plena guerra de Estados Unidos contra Vietnam, entablando desde 1971 en
adelante, conversaciones primero y un pacto después con Nixon y Kissinger, poco
antes de ello odiados representantes del "tigre de papel", apuntando
a derrotar a quienes llamaba "camarilla
social imperialista soviética" que
había pasado a odiar en primerísimo lugar.
No obstante, el viraje político e ideológico definitivo ocurrió
en China, después de la muerte de Mao; con vistas a una economía socialista de
mercado, ideada por el ya fallecido líder Deng Xiaoping, le ha permitido
a esa nación un crecimiento sostenido y una activa presencia internacional que
le ha dado estabilidad y una economía, situada entre las mayores del planeta.
En sus desafíos está pendiente, como han reconocido sus propios líderes, la
derrota de la corrupción y la democratización de su institucionalidad.
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La herencia ideológica del culto a la personalidad y la inercia
burocrática fue una carga nefasta para el grupo de Estados del fenecido Pacto
de Varsovia, que cubría parte decisiva de Europa. Sin democracia, sin un
pensamiento alternativo, que hubiese sido crítico pero avanzado, con una
inflexible retórica discursiva y la rigidez autoritaria de sus estructuras, no
tuvieron otro destino que no fuera colapsar, así se generó el escenario para la
rauda irrupción de la teoría neoliberal a escala global, en la última parte del
siglo pasado.
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Que las cosas ocurrieran de esa manera no era una fatalidad. El
proyecto socialista debía fundarse y defenderse con ideas libertarias, con
relaciones sociales humanistas, justas y solidarias; lejos de avanzar el
socialismo retrocedía detrás de una retórica guerrerista, de confrontación, tal
como el campo de los halcones imperialistas lo deseaba. Los falsos ídolos del
culto comprimían esas sociedades a los límites del espejismo y la paranoia
oficial. El sentido libertario del socialismo se ahogaba sin que al
autoritarismo burocrático le temblara la mano.
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El culto desde Stalin a Mao fue un delirio estatal. Cuando los sueños de grandeza nublan
la conciencia de las personas que ejercen el poder, las consecuencias para sus
pueblos y naciones puede llegar a situaciones escalofriantes, como las que
ocurrieron con la colectivización forzosa del agro en la ex Unión Soviética y
en la llamada Revolución cultural del maoísmo en China.
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El desprecio de la voluntad de las mayorías nacionales,
expresada en la adoración al líder, generó una ramificada burocracia
fuertemente corrompida, el despilfarro de los recursos humanos y materiales, el
enriquecimiento de grupos y sectas de inescrupulosos y el completo abandono de
principios esenciales como la transparencia y los derechos humanos. Esa carga
incalculable les terminó por hundir inevitablemente.
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La conclusión es clara, la fortaleza institucional de los
Estados es lo fundamental. Los falsos dioses a nada conducen. Aun si las
tentaciones son gigantescas no se debe olvidar que con el uso del poder
no se puede hacer cualquier cosa.
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De modo que el proyecto socialista no puede avanzar sino que a
través del progreso de la democracia y de la economía; generando condiciones de
bienestar y dignidad a la población, que aseguren y enriquezcan el valor de la
persona humana, el respeto a su integridad e inviolabilidad en cuanto sujeto
autónomo, cuya sóla naturaleza le hace poseedor de tal carácter de manera
inaliena
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