INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA
CHILENOS SIN VERGÜENZA
El Transantiago
muestra una realidad innegable: el individualismo, la falta de solidaridad y
los bajos estándares éticos de casi el tercio de sus pasajeros.
Por Hernán Ávalos
Los “colados” que no pagan sus pasajes en el Transantiago
alcanzan el 28,7% promedio, según el último registro del Ministerio de
Transporte. Esto significa que de 100 pasajeros, al menos 28 son pillos,
caraduras o sinvergüenzas, como quiera llamárseles. Y por cierto no viajan
gratis, pues las empresas concesionarias de buses tienen contratos garantizados
por una cantidad determinada de boletos que asegura sus utilidades. Por
consiguiente, el Estado debe subsidiar esta evasión para cumplir sus
compromisos y así mantener el transporte colectivo funcionando, a pesar de las
falencias que presenta.
Esta no es una estadística más sobre el ranking de
popularidad de las autoridades con que nos anestesian semana a semana los
medios de prensa tradicionales. Es la constatación de una conducta reiterada,
de un comportamiento de un conjunto de usuarios santiaguinos del transporte, el
cual refleja su profundo individualismo, una carencia absoluta de solidaridad y
respeto por el prójimo, como también su falta de educación y civilidad. Sin temor
a equivocarnos, podríamos apostar que ninguno de éstos “pillines” cede el
asiento a las mujeres o ancianos, ni está interesado en participar en los
encuentros locales para debatir por una nueva Constitución Política para su
país.
Según el reportaje que emitió TVN el martes 17 último, la
frescura de los que no pagan en los buses capitalinos cruza todo el espectro
socioeconómico. Fue observado en servicios que atienden comunas como Puente
Alto, Lo Espejo, Ñuñoa, Huechuraba, Vitacura y Las Condes. Y lo más llamativo
es que los infractores en su mayoría son estudiantes, profesionales o
trabajadores jóvenes de ambos sexos. Cuando son sorprendidos por los
fiscalizadores del transporte intentan justificarse con excusas risibles, o
agravan su falta con una mentira recurrente: “! El amigo que me pagó ya bajó
del bus ¡”.
Lo más probable es que los “colados de los buses” sean
los mismos que copian en las pruebas, o presentan documentos o textos como
propios en sus centros de estudio o trabajo, apropiándose de la autoría
intelectual de otros; “roban puestos” en
la fila del banco, el supermercado o los servicios; van a misa el domingo,
piden perdón, hacen promesas de enmendarse y cuando salen de la iglesia vuelven
a la actitud prepotente con sus semejantes que los caracteriza. Cuando son adultos
buscan el lucro a ultranza y maximizar sus ganancias. Luego evaden los
impuestos sin remordimientos y mientras el sistema lo permite, pagan el sueldo
mínimo a sus empleados.
Este numeroso universo de pillos que escamotea el pasaje
del Transantiago, no necesariamente resulta comparable con el grupo de
políticos, empresarios o funcionarios corruptos que desfilan por los tribunales.
Tampoco está entre los cobardes que golpean a las mujeres por celos, o para
quitarle sus carteras o robarle sus vehículos. Aunque algunos si podrían ser
los mismos encapuchados que arruinan las protestas y manifestaciones públicas
haciendo desmanes, o rompiendo los escaños en los estadios del fútbol. No
obstante, todos ellos tienen en común una falta de cultura cívica y de
solidaridad, carencia de principios y valores morales, como también bajos
estándares éticos.
Para evitar la evasión en los pasajes de buses
santiaguinos, el Gobierno estudia una reforma legal para transformar la falta
en “hurto-falta” aumentando su penalidad y haciéndola equivalente con la
apropiación de mercaderías desde supermercados, tiendas o comercio en general.
Y aunque el “hurto-falta” sólo contempla penas remitidas, nunca cárcel, faculta
a las policías para detener a los infractores, ponerlos a disposición del Ministerio Público
y ser llevados a las audiencias de control de detención ante los Tribunales de
Garantía. También están siendo aumentados el número de fiscalizadores de
pasajeros y serán colocados un millar de torniquetes, similares a los que tiene
el Metro, en los paraderos que soportan mayor demanda.
Los medios de comunicación masivos sin contenidos
críticos, especialmente la TV, ofrecen una falsa sensación de integración
social en las personas y consiguen aislarlas, disgregarlas de su entorno. Las
redes sociales y especialmente las aplicaciones entregadas por la telefonía,
tan demandadas por los jóvenes (es cuestión de observar el tiempo que le
dedican en buses, metro, salas de espera, plazas y parques) también contribuyen
a darles la sensación de formar parte activa del cuerpo social. Pero la verdad
es que no dejan de ser un intercambio de imágenes o contenidos frívolos e
intrascendentes entre pequeños grupos de iguales, en definitiva el espejismo de
una auténtica participación en comunidad, anulando en ellos la energía y el
esfuerzo requerido para comprender la realidad y comprometerse con los cambios
que de tanto en tanto requiere la sociedad.
¿Cuántos años deberán transcurrir para que las nuevas
generaciones de jóvenes cambien de actitud y comprendan que necesitamos unos de
otros para que nuestra sociedad dé un salto cualitativo en progreso material,
cultural y espiritual? Difícil calcularlo.
.
No obstante visualizamos cuál sería
la senda para romper el círculo perverso de la formación valórica deficitaria
en los hogares donde creemos está el germen del individualismo y el entorno
carenciado que lo mantiene: amor sin reservas en el seno familiar, desarrollo
económico sustentable, distribución equitativa del producto y de los ingresos,
educación gratuita y de calidad, reposición del civismo y la ética en los
currículos educacionales, estímulo y fomento de la participación ciudadana en
organizaciones intermedias como los partidos políticos, los colegios
profesionales, las juntas de vecinos, los sindicatos, las cooperativas, los centros
de padres y apoderados, y todas aquellas entidades comunitarias que contribuyan
a generar auténticos líderes políticos y crear vínculos solidarios entre las
personas. Esta sería la base social deseable para un país integrado que podría
ofrecer a sus ciudadanos oportunidades de progreso (a cada cual según sus
talentos y capacidades) bienestar y felicidad, sin exclusiones ni
discriminaciones de ninguna naturaleza.
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