Opinión de un sociólogo
LAS MANOS EN LA MASA
Por Hugo Latorre Fuenzalida
La corrupción en la sociedad chilena se ha ido haciendo
parte del lenguaje y de la anti-ética nacional.
Cuando eso acontece, es como aceptar que
en el matrimonio (la convivencia) de las personas se toleran los
defectos que acompañan a todas las formas organizadas de interacción entre los
hombres. Es decir, lo que es una falta se transforma en algo natural….y ahí
radica lo peligroso.
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Porque esta corrupción masificada, que nace con la dictadura
pinochetista y el régimen neoliberal, se viene extendiendo al mundo de la
política, de manera transversal y también a la Iglesia (que se degenera
éticamente por la vía de la inmoralidad carnal y por la corrupción económica en
la jerarquía, que se adscribe preferencialmente a los poderosos (ya no a los
pobres, como lo demanda su doctrina), poderosos que están manchados por el
pecado de prevaricación, avaricia, sevicia y dolo.
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Los políticos de estos tiempos han adolecido de inocencia
oligofrénica o de mala intención rayana a la perversión, pues han dejado en
manos de los militares una cantidad de riqueza, destinada supuestamente a la
compra de armamentos, sin ningún control, con la disculpa del secreto
estratégico en la adquisición de armas por el Estado chileno. Como si los
sistemas de espionajes en el comercio armamentista no diera la información
suficiente para que los supuestos “enemigos” se enteren de manera expeditiva,
al siguiente día, cada vez que se adquiere alguna chatarra de esas que sirven
para justificar los “juegos de guerra” entre naciones periféricas y
subalternas, como somos las de América Latina.
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Sabemos todos que las guerras de estos días duran poco, pues
el “controlador imperial” que normalmente tiene el registro de lo que poseemos,
también posee los repuestos y las reposiciones. Sabemos también que nos venden
armas sofisticadas pero las municiones que entregan para tales aparatos son muy
limitadas y si se les antoja parar la guerra lo hacen el día que quieran.
Finalmente sabemos que en las guerras de hoy, lo que se pueda ganar en terreno
se pierde luego en secretaría, porque las potencias y los organismos
internacionales optan ahora por la conservación de lo que hay antes que
introducir conflictos que nunca se sabe
cuándo acaban. La historia de Europa está preñada de esos conflictos generados en
las fronteras movidas por guerras nacionales.
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Sabemos también que el camino del entendimiento es mucho más
digno del género humano que el del enguerrillamiento feroz y contumaz; que es
también más barato y que promueve actitudes de largo plazo que benefician a
todos. Pero parece que siempre existen esas mentes delirantes de nacionalismo
que hacen, de pasada, muy buenos negocios a expensas de la vida de los demás y
de la ruina de muchos. El juego militarista es un lujo demasiado caro para los
países pobres como los nuestros, más cuando es un juego sin ganadores y sí
muchos perdedores.
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Para volver al tema de la corrupción militar en Chile,
tenemos que admirarnos de que se persista en mantener en manos de hombres que
se han mostrado tan corrompidos como los demás una cantidad de recursos que el
país necesita con urgencia para inversiones mucho más reales y beneficiosas.
Esos montos tan abultados de dinero se administra en secreto por una
institución que –hemos visto- es incapaz de ejercer un control efectivo sobre
su gente; que es procesada por una justicia militar que es, lo hemos visto, un
aval para la impunidad de sus efectivos, hagan lo que hagan.
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Lo que queda demostrado con todos los años que se ha
permitido este derroche absurdo, es que tenemos un Estado alfeñique y un
liderazgo poco confiable, incapaz de sacar adelante las reformas que se
debieron hacer hace mucho tiempo y arrancar de las manos cleptómanas esos
recursos que los enfermos necesitan, que los niños y jóvenes reclaman para su
educación, que los viejos requieren para su bienestar, que la economía precisa
para dar el salto al desarrollo, que los científicos suplican para contribuir a
que Chile emerja de este foso inmoral y estúpido en que lo mantienen.
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Esa ley que Ibáñez propuso, como buen militar, que Pinochet reactivó y que la democracia
anterior la mantuvo congelada, debe volver a su hibernación por el bien de
Chile. El “cuco” a los militares y a las presunciones belicistas de nuestros
vecinos, deben ser desestimadas y reconducir nuestra estrategia de convivencia
por el camino de la integración y no de la tontera del “gallito” armamentista.
Se trata de miles de millones de dólares que se destinan cada año, que
literalmente se bota al basurero de chatarras cada cierto tiempo, tiempo de
caducidad que es cada día más corto y
más costoso. ¿Cómo no hemos podido sacar enseñanza de países como Costa Rica,
que decidió no ser un país belicista y
deshizo su aparato militar? Eso explica su gran desarrollo desde los años 50
del pasado siglo. Y como Costa Rica hay más de 50 naciones del mundo que han
decidido no jugar el juego de la guerra y, que se sepa, nadie los ha invadido o
atacado.
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Entonces la explicación de esta tozudez tendenciosa no es
otra que la de intereses creados, que no de las razones de Estado.
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Muchos dirán que decir estas cosas es una irresponsabilidad;
yo les digo que es más irresponsable no atender las necesidades urgentes de un
pueblo sufriente en el día a día de la vida, y gastarse una fortuna en prestar
oídos a un sufrimiento presunto en caso posible de un conflicto que, además, es
probable que nunca se dé.
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Creo que las evidencias de descomposición en las Fuerzas
Armadas deben alertar a un cambio drástico, que lleve al retiro de los
recursos depositados en sus manos y
reasignarlos a un gasto por el desarrollo integral que Chile reclama en tiempos
de escasez. No hacerlo es cobardía, desidia y obcecación morbosa. Sería otro
signo de una decadencia del cuerpo político, cuyo síntoma psíquico es la incapacidad
de reaccionar, incluso ante lo obvio.
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