EL PAPA
FRANCISCO ESTÁ REVOLUCIONANDO EL PENSAMIENTO DE LA IGLESIA
Por Leonardo Boff
El eje que estructura los discursos del
Papa Francisco no son las doctrinas y los dogmas de la Iglesia católica.
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No es
que no las aprecie, sabe que son elaboraciones teológicas creadas en diferentes
momentos de la historia. Ellas provocaron guerras de religión, cismas,
excomuniones, quema de teólogos y mujeres (como Juana de Arco y las que
consideraban brujas) en la hoguera de la inquisición. Esto duró varios siglos y
el autor de estas líneas tuvo una amarga experiencia en el cubículo donde se
interrogaba a los acusados en el adusto edificio de la ex-Inquisición, situado
a la izquierda de la basílica de San Pedro.
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El Papa Francisco está revolucionando
el pensamiento de la Iglesia remitiéndose a la práctica del Jesús histórico.
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Él
recupera lo que hoy en día se llama “la Tradición de Jesús” que es anterior a
los evangelios actuales, escritos 30-40 años después de su ejecución en la
cruz. La Tradición de Jesús o también, como se llama en los Hechos de los
Apóstoles “el camino de Jesús”, se funda más en valores e ideales que en
doctrinas. Son esenciales el amor incondicional, la misericordia, el perdón, la
justicia y la preferencia por los pobres y marginados y la total apertura a
Dios Padre. Jesús, a decir verdad, no pretendió fundar una nueva religión. Él
quiso enseñarnos a vivir. A vivir con fraternidad, solidaridad y cuidado de
unos a otros.
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Lo que más resalta en Jesús es su buen
sentido. Decimos que alguien tiene buen sentido cuando tiene la palabra
oportuna para cada situación, un comportamiento adecuado y cuando atina
rápidamente con el meollo de la cuestión. El buen sentido está ligado a la
sabiduría concreta de la vida. Es distinguir lo esencial de lo secundario. Es
la capacidad de ver y de poner las cosas en su debido lugar. El buen sentido es
lo opuesto a la exageración. Por eso, el loco y el genio que en muchos puntos
se aproximan, se distinguen aquí fundamentalmente. El genio es aquel que
radicaliza el buen sentido. El loco radicaliza la exageración.
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Jesús, como nos dan testimonio los
evangelios, se manifestó como un genio del buen sentido. Un frescor sin
analogías atraviesa todo lo que dice y hace. Dios en su bondad, el ser humano
con su fragilidad, la sociedad con sus contradicciones y la naturaleza con su
esplendor aparecen con una inmediatez cristalina. No hace teología ni apela a
principios morales superiores. Ni se pierde en una casuística tediosa y sin
corazón. Sus palabras y actitudes muerden de lleno en lo concreto donde la
realidad sangra y debe tomar una decisión ante sí mismo y ante Dios.
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Sus amonestaciones son incisivas y
directas: “reconcíliate con tu hermano” (Mt 5,24). “No juréis de ninguna
manera” (Mt 5,34). “No resistáis a los malos y, si alguien te abofetea la
mejilla derecha, muéstrale también la otra” (Mt 5,39). Amad a vuestros enemigos
y orad por los que os persiguen” (Mt 5,34). “Cuando des limosna, que tu mano
izquierda no sepa lo que da tu derecha” (Mt 6,3).
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Este buen sentido le ha faltado a la
Iglesia institucional (papas, obispos y curas), no a la Iglesia de la base,
especialmente en cuestiones morales. Aquí es dura e implacable. Las personas
con su dolor son sacrificadas a los principios abstractos. Se rige antes por el
poder que por la misericordia. Y los santos y sabios nos advierten: donde
impera el poder, se desvanece el amor y desaparece la misericordia.
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Qué diferente es el Papa Francisco. La
cualidad principal de Dios, nos dice, es la misericordia. A menudo repite: “Sed
misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6,36). Y
explica el sentido etimológico de la misericordia: miseris cor dare: «dar el
corazón a los míseros», a los que padecen. En la charla del Ángelus del 6 de
abril de 2014 dijo con voz alterada: «Escuchad bien: no existe límite alguno
para la misericordia divina ofrecida a todos». Y pide a la muchedumbre que
repita con él: «No existe ningún límite para la misericordia divina ofrecida a
todos».
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Como un teólogo nos recuerda que Santo
Tomás de Aquino afirma que, en lo que se refiere a la práctica, la misericordia
es la mayor de las virtudes «porque se derrama hacia los otros y además los
socorre en sus debilidades».
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Lleno de misericordia ante los peligros
de la epidemia de virus zika abre espacio al uso de anticonceptivos. Se trata
de salvar vidas: «evitar el embarazo no es un mal absoluto», dijo en su visita
a México en febrero de este año. A los nuevos cardenales les dice con todas las
palabras: «La Iglesia no condena para siempre. El castigo del infierno con el
cual atormentaba a los fieles no es eterno». Dios es un misterio de inclusión y
de comunión, nunca de exclusión. La misericordia siempre triunfa.
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Esto significa que tenemos que
interpretar las referencias de la Biblia al infierno no fundamentalísticamente,
sino pedagógicamente, como una forma de llevarnos a hacer el bien. Lógicamente
no se entra de cualquier manera en el Reino de la Trinidad. Hay que pasar por
la clínica purificadora de Dios hasta irrumpir, purificados, dentro de la
eternidad bienaventurada.
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Tal mensaje es verdaderamente
liberador. Y confirma su exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”.
Esta alegría es ofrecida a todos, también a los no cristianos, porque es un
camino de humanización y de liberación.
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