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viernes, 8 de noviembre de 2013

8-11-13-KRADIARIO-877
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PASAR A OTRO CONCEPTO DE ESTADO Y DE SOCIEDAD

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Cuando los candidatos  que sostienen propuestas de cambios hablan de una “revolución”, la mayoría de la gente de derecha, de la Concertación y la mayoría que poco profundiza en las cosas de  la ciencia política, piensan que se está pensando en reeditar la experiencia  de Cuba o de los socialismos reales (incluyendo el fantasma de la Unidad Popular).

Para comenzar a introducir el tema del Estado, debemos señalar que se dan varios tipos de Estado, pero para simplificar diremos que hay dos versiones en la modernidad: el Estado oligárquico y el Estado democrático.

El Estado oligárquico o autoritario se da preferentemente en los países del Oriente, mientras que el Estado democrático  ha tenido mayor presencia en los países de Occidente.
Con todo, en el Occidente subdesarrollado (América Latina), se han dado formas intermedias de Estado, que van en tránsito a ser democráticos pero que no pasan de ser oligárquicos o, también se dan los populistas, ambos con fuerte sesgo autoritario.

El Estado moderno occidental, que se da preferentemente en los países más desarrollados, se caracteriza por contener en su estructura social una fuerte y nutrida institucionalidad participativa, es decir integrada de tal manera que las decisiones vitales del poder son autorizadas por una gran mayoría de la sociedad organizada.

El Estado semi-moderno (subdesarrollado), presenta una corta extensión organizativa en su institucionalidad, la que es sobrepasada por una reducida capa de poder (cupular-fáctica o formal) capaz de abarcar en sus decisiones los fundamentos del poder político, económico, cultural y social.

El Estado autoritario de Oriente, carece absolutamente de poder intermedio y lo concentra en  una autoridad absoluta y, las más de las veces, tiránica.  Son sistemas  llamados de “dominación”, mientras que en el Occidente desarrollado se les denominas sistemas de “participación”. El primero funciona por la aplicación vertical de la autoridad represiva (Lenin), mientras que en el segundo por el mecanismo de la “hegemonía cultural”(Gramsci).

Otro punto a aclarar sobre la estructura del Estado moderno, radica en que el Estado no es sólo el “Fisco” o el aparato central de “gobierno”. El Estado está compuesto por todos los poderes organizado que toman decisiones en mayor o menor medida (o contribuyen intelectualmente a tomarlas). Entre las instituciones que constituyen el Estado moderno están las tradicionales: ejecutivo, legislativo, judicial; pero también están las iglesias, las universidades, la prensa, la televisión, el empresariado, los sindicatos, los gremios profesionales, los intelectuales, los militares, los partidos políticos, etc.

Todos estos forman el Estado moderno, pues van participando en las grandes decisiones que afectan al funcionamiento de la sociedad. Por eso, entre más densa es la red de organizaciones que participan en las decisiones, más democrática, estable y consensuada es esa sociedad.

Dicho todo lo anterior sobre el Estado y la sociedad, debemos entender que cuando Marcel Claude, Meo, Sfeir o Roxana Miranda hablan de una Asamblea Constituyente para refundar democráticamente  a la sociedad chilena, se está pensando en el modelo de institucionalidad de Estado democrático moderno y no en un modelo autoritario-populista, al estilo Oriental.

Lo que sucede es que Chile pertenece a una clasificación “rara”, puesto que bajo un manto de formalidad democrática, se instala un esquema de dominación oligárquica, y el Estado está apropiado y secuestrado por poderes fácticos que  poseen, de manera exclusiva y excluyente, la mayoría de las instituciones antes nombradas,  institucionalidad que deberían integrar  representativamente a la sociedad toda.  Las dominan de manera absoluta y sesgada, pero manteniendo un esquema de legitimación espurio, pero tremendamente eficaz para sus propósitos.

La vertiente idealista de los movimientos sociales y los partidos  alternativos se dirige  a una propuesta esencialmente reestructurativa de la institucionalidad de la sociedad y, por ende, del Estado, pero siempre girando sobre el eje de democratización, es decir un eje que repudia el  centralismo y la  concentración del poder. Por tanto, quienes temen por el futuro de la economía, la libertad de empresas, la competencia de mercados y la libertad de pensamiento y diversidad de culturas, están temiendo  por nada, pues de lo que se trata es,  justamente, de superar la fase de dominación oligárquica que se impuso desde la dictadura y que se ha sostenido invariable durante los ejercicios formalmente “democráticos” en los últimos  24 años.

La dominación que hoy tenemos es tan insana y peligrosa, que si no se reemplaza pronto por un sistema de inclusión participativa, el Estado de dominación central será sometido a una agudización de la represión y del conflicto, lo que , ya sabemos, terminará echando por tierra cualquier logro alcanzado en esta frágil institucionalidad que tenemos.

En definitiva, el peligro no está en los cambios, sino en la inmovilidad; no en reestructurar y reformular al Estado, sino en dejarlo momificado en el actual esquema constitucional.


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