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miércoles, 6 de noviembre de 2013

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SI  FUERAMOS  EMPRENDEDORES

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Juan Andrés Fontaine, economista de la derecha tradicional y ex ministro de Piñera, ha señalado que subir la carga tributaria de las empresas no es el acabo de mundo, pero sí afecta a los emprendedores, que verán disminuidas sus posibilidades.

Esta postura ha sido tradicional en la derecha económica y política (que más bien se confunden casi siempre). Para ellos el Estado es un estorbo, es un peso que hay que tolerar a desgano y tratar de reducirlo hasta la miseria, como de hecho lo hicieron durante la experiencia de gobierno compartido con los militares. Casi nadie sabe que durante  la experiencia dictatorial, el Estado chileno desinvirtió en infraestructura física y social en el equivalente al 9% del PIB de esos años.

Como casi no pagaban impuestos, no había recursos para la inversión. Claro que  el gasto militar no se redujo, sino que se incrementó enormemente, hasta ser un 9% del PIB. Ahí fueron a parar los fondos del 10% del cobre. Chile llegó a ser el país con más gasto militar en América Latina, por los años del pinochetismo, aunado con el más mísero gasto social.

Con todo, hay que reconocer, los militares no quisieron privatizar masivamente el sector minero, pues eso era el tesoro al que echaban mano para solventar su elevado gasto sectorial.

Curiosamente, el mayor gasto del sector uniformado en Chile no era tanto en armas nuevas (Perú gastó mucho más que Chile en adquisición de armas), sino que el mayor gasto se ejercía en la planta burocrática de las FF.AA., es decir en pensiones, sueldos y gasto corriente.

Eso quiere decir que los militares jubilados entraron todos a la planta burocrática del Estado y se incrementó el gasto por esa vía; también se implementaron beneficios en salarios y pensiones hasta el nivel de escándalo, que son hoy.

Lo mismo que hizo el presidente Reagan en EE.UU.- que apretó el freno en el gasto social y el acelerador en el gasto militar, reduciendo la tasa tributaria de los ricos y las empresas- se hizo en Chile. Allá se desató un enorme déficit del presupuesto fiscal, que elevó al cielo las tasas de interés a nivel mundial, y en Chile se produjo la devaluación de 1982-83 y un gran desempleo y recesión económica.

Es decir, el que las empresas no paguen impuestos no es ninguna garantía de que no se desaten crisis de antología.

Un diputado concertacionista  argumentó, en un foro radial que cuando llegaron  al poder en 1990 se dio la discusión acerca de las alternativas de política económica para Chile. Ahí se tomó la decisión de no variar la política económica neoliberal pues se necesitaban dos cosas: 1) desarrollar una estrategia de acuerdos de libre comercio con la mayor cantidad de países; y 2) para lo cual se necesitaba acrecentar el tamaño de las empresas chilenas, que eran todas de tamaño pequeño y mediano, para hacerlas de esa forma más competitivas con los empresarios del resto del mundo que accederían al mercado nacional.

Es por eso que se dejó una legislación tributaria y de inversión de “engorda”. Es decir para que los empresarios nacionales se enriquecieran (crecieran) rápido.

Lo que no previeron los economistas y estrategas de la Concertación, fue que al dejar una política de estímulos empresariales sin discriminar las áreas a fortalecer, se produjo lo que necesariamente resultas de esas políticas: una carrera de atajos.

Los que pueden acumular más fácilmente, es decir los que parten con ventajas iniciales, son los que se consolidan y crecen, el resto va quedando rezagado hasta terminar siendo un perdedor histórico.

Pero lo complicado de esta falta de estrategia, con facilitación  indiscriminada de acumulación, está en que no siempre crecen los más necesarios para una estrategia de competitividad a largo plazo.  Si hasta los agricultores saben que cuando se lanzan las semillas se debe luego ir desenraizando la maleza, que tiende a crecer con más fuerza y pertinacia que el grano deseado.

Y eso ocurrió en Chile. Con la llegada de capitales a la inversión minera y las privatizaciones de grandes empresas del Estado, se crea una masa de dinero que prontamente se invierte en la bolsa, que crece como bola de nieve. Los capitales que se activan desde el ahorro forzado a través de las AFP, pasan a alimentar el crédito barato para la banca nacional, la que cobra elevados intereses por sus servicios prestados a los mismos trabajadores que les originaron el dinero que ellos intermedian.

De esta forma, la reproducción fue financiera (bancos), especulativa (bolsa) e inmobiliaria, los mismos tres factores que causaron las crisis “subprime” en EE.UU. y la crisis actual de Europa.

Acá, podemos superar esas crisis gracias al alto precio del cobre, pero no debido a la genialidad de nuestras políticas económicas. De hecho, si el cobre cayera bajo los 2 dólares la libra, en sus precios internacionales, seguramente entraríamos en una crisis similar a la de Grecia o España.

Lo cierto es que  esta estrategia de 40 años no nos ha generado ningún tipo de ventajas en el área de la producción. Fuera de los salmones y la fruta, que son materia prima, no tenemos nada más que representar al mundo de la competencia globalizada. Por el contrario, nuestras PYMES están cada día más acorraladas por la competencia asiática y la empresa minera no está dejando los retornos que debería dado su auge.
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Tampoco hemos sido capaces de sembrar el cobre, pues no hemos desarrollado tecnologías ni industria derivada de esa actividad portentosa. Nos hemos quedado con el oficio extractivo y de tomadores de precios, o podríamos decir ironizando, tomadores de desprecios, pues  como les dijo a los empresarios chilenos el famoso economista de Harvard Ricardo Hausmann: “Ustedes ni siquiera saben de política minera, y debería ser su primera obligación”.

En fin, los riesgos que señala el economista Fontaine, respecto a la tributación, no cuadran en el caso chileno, pues el aporte del empresariado al desarrollo ha sido periférico y concéntrico, no se han dado los encadenamientos productivos de un auténtico desarrollo y nos han mantenido sometidos  con la ilusión de un consumo incremental que ni siquiera merecemos, si se mira el desarrollo de las propias capacidades de generar riqueza.

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