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SI FUERAMOS EMPRENDEDORES
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Juan Andrés Fontaine, economista de la derecha
tradicional y ex ministro de Piñera, ha señalado que subir la carga tributaria
de las empresas no es el acabo de mundo, pero sí afecta a los emprendedores,
que verán disminuidas sus posibilidades.
Esta postura ha sido tradicional en la derecha económica
y política (que más bien se confunden casi siempre). Para ellos el Estado es un
estorbo, es un peso que hay que tolerar a desgano y tratar de reducirlo hasta
la miseria, como de hecho lo hicieron durante la experiencia de gobierno
compartido con los militares. Casi nadie sabe que durante la experiencia dictatorial, el Estado chileno
desinvirtió en infraestructura física y social en el equivalente al 9% del PIB
de esos años.
Como casi no pagaban impuestos, no había recursos para la
inversión. Claro que el gasto militar no
se redujo, sino que se incrementó enormemente, hasta ser un 9% del PIB. Ahí
fueron a parar los fondos del 10% del cobre. Chile llegó a ser el país con más
gasto militar en América Latina, por los años del pinochetismo, aunado con el
más mísero gasto social.
Con todo, hay que reconocer, los militares no quisieron
privatizar masivamente el sector minero, pues eso era el tesoro al que echaban
mano para solventar su elevado gasto sectorial.
Curiosamente, el mayor gasto del sector uniformado en
Chile no era tanto en armas nuevas (Perú gastó mucho más que Chile en
adquisición de armas), sino que el mayor gasto se ejercía en la planta
burocrática de las FF.AA., es decir en pensiones, sueldos y gasto corriente.
Eso quiere decir que los militares jubilados entraron
todos a la planta burocrática del Estado y se incrementó el gasto por esa vía;
también se implementaron beneficios en salarios y pensiones hasta el nivel de
escándalo, que son hoy.
Lo mismo que hizo el presidente Reagan en EE.UU.- que
apretó el freno en el gasto social y el acelerador en el gasto militar,
reduciendo la tasa tributaria de los ricos y las empresas- se hizo en Chile.
Allá se desató un enorme déficit del presupuesto fiscal, que elevó al cielo las
tasas de interés a nivel mundial, y en Chile se produjo la devaluación de
1982-83 y un gran desempleo y recesión económica.
Es decir, el que las empresas no paguen impuestos no es
ninguna garantía de que no se desaten crisis de antología.
Un diputado concertacionista argumentó, en un foro radial que cuando
llegaron al poder en 1990 se dio la
discusión acerca de las alternativas de política económica para Chile. Ahí se
tomó la decisión de no variar la política económica neoliberal pues se
necesitaban dos cosas: 1) desarrollar una estrategia de acuerdos de libre
comercio con la mayor cantidad de países; y 2) para lo cual se necesitaba
acrecentar el tamaño de las empresas chilenas, que eran todas de tamaño pequeño
y mediano, para hacerlas de esa forma más competitivas con los empresarios del
resto del mundo que accederían al mercado nacional.
Es por eso que se dejó una legislación tributaria y de
inversión de “engorda”. Es decir para que los empresarios nacionales se
enriquecieran (crecieran) rápido.
Lo que no previeron los economistas y estrategas de la
Concertación, fue que al dejar una política de estímulos empresariales sin
discriminar las áreas a fortalecer, se produjo lo que necesariamente resultas
de esas políticas: una carrera de atajos.
Los que pueden acumular más fácilmente, es decir los que
parten con ventajas iniciales, son los que se consolidan y crecen, el resto va
quedando rezagado hasta terminar siendo un perdedor histórico.
Pero lo complicado de esta falta de estrategia, con
facilitación indiscriminada de
acumulación, está en que no siempre crecen los más necesarios para una
estrategia de competitividad a largo plazo. Si hasta los agricultores saben que cuando se
lanzan las semillas se debe luego ir desenraizando la maleza, que tiende a
crecer con más fuerza y pertinacia que el grano deseado.
Y eso ocurrió en Chile. Con la llegada de capitales a la
inversión minera y las privatizaciones de grandes empresas del Estado, se crea
una masa de dinero que prontamente se invierte en la bolsa, que crece como bola
de nieve. Los capitales que se activan desde el ahorro forzado a través de las
AFP, pasan a alimentar el crédito barato para la banca nacional, la que cobra
elevados intereses por sus servicios prestados a los mismos trabajadores que
les originaron el dinero que ellos intermedian.
De esta forma, la reproducción fue financiera (bancos),
especulativa (bolsa) e inmobiliaria, los mismos tres factores que causaron las
crisis “subprime” en EE.UU. y la crisis actual de Europa.
Acá, podemos superar esas crisis gracias al alto precio
del cobre, pero no debido a la genialidad de nuestras políticas económicas. De
hecho, si el cobre cayera bajo los 2 dólares la libra, en sus precios
internacionales, seguramente entraríamos en una crisis similar a la de Grecia o
España.
Lo cierto es que
esta estrategia de 40 años no nos ha generado ningún tipo de ventajas en
el área de la producción. Fuera de los salmones y la fruta, que son materia
prima, no tenemos nada más que representar al mundo de la competencia
globalizada. Por el contrario, nuestras PYMES están cada día más acorraladas
por la competencia asiática y la empresa minera no está dejando los retornos
que debería dado su auge.
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Tampoco hemos sido capaces de sembrar el cobre, pues no
hemos desarrollado tecnologías ni industria derivada de esa actividad
portentosa. Nos hemos quedado con el oficio extractivo y de tomadores de
precios, o podríamos decir ironizando, tomadores de desprecios, pues como les dijo a los empresarios chilenos el
famoso economista de Harvard Ricardo Hausmann: “Ustedes ni siquiera saben de
política minera, y debería ser su primera obligación”.
En fin, los riesgos que señala el economista Fontaine,
respecto a la tributación, no cuadran en el caso chileno, pues el aporte del
empresariado al desarrollo ha sido periférico y concéntrico, no se han dado los
encadenamientos productivos de un auténtico desarrollo y nos han mantenido
sometidos con la ilusión de un consumo
incremental que ni siquiera merecemos, si se mira el desarrollo de las propias
capacidades de generar riqueza.
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