Economía-Cobre
UN ELEFANTE SE BALANCEABA SOBRE LA TELA DE UNA ARAÑA: TAMBIÉN LA ECONOMÍA CHILENA
El error maníaco es creer que el alto precio del cobre será permanente
UN ELEFANTE SE BALANCEABA SOBRE LA TELA DE UNA ARAÑA: TAMBIÉN LA ECONOMÍA CHILENA
El error maníaco es creer que el alto precio del cobre será permanente
.
Por José Gabriel Palma (*)
Por José Gabriel Palma (*)
Es realmente increíble como el gobierno, el
Banco Central y los agentes privados tienen la certeza de que esta vez el alto precio
del cobre es permanente; la subida de precio “esta vez es distinta”, dicen.
Los titulares son casi unánimes: en 2012 el
crecimiento de Chile fue de 5,6%, la inflación está baja, hay casi pleno
empleo. La mera posibilidad de que todo
eso cuelgue de un hilo se descarta de plano.
El gobierno se prepara para iniciar un año electoral afirmando que el
país está de vuelta al dinamismo de los ‘90. Los que opinamos distinto somos las
“Cassandras” habituales. De hecho, no
tengo memoria de un momento en el cual haya predominado una conciencia tan falsa
sobre la situación económica del país (la prosperidad virtual que había en 1981
sale segunda).
Lo real es que la
economía esta parada sobre la tela de una sola araña: el alto precio del cobre;
y éste no tienen su raíz en fundamentos reales, sino básicamente en
especulación. De volver ese precio a un valor
basado en fundamentos reales (y no financieros), lo cual puede pasar en
cualquier momento, el ajuste puede a ser feroz — incluso puede ser peor que el
del ‘82.
Desde este punto
de vista, el problema número uno que tiene Chile no es la incertidumbre de que si
el precio del cobre va a caer o no a niveles más normales, sino la de cuándo es que va a caer — y de cuán
brutal va a tener que ser el ajuste. El
problema número dos es que aún en una situación hipotética (y poco probable) de
que el precio del cobre se mantenga en las nubes, la situación actual de la
economía no es para nada tan favorable como la pintan las autoridades.
Partiendo por el
segundo problema, lo que tratan de minimizar las autoridades y la mayoría de
los analistas económicos es que a pesar del buen precio que tiene el cobre, en
los últimos años la cuenta corriente de la balanza de pago se ha deteriorado en
9 puntos porcentuales del PIB. Pasó de
un excedente de casi 5% del PIB a un déficit de casi 4%. Sólo en los últimos tres años (los de
crecimiento), pasó de un excedente de US$3.200 millones a un déficit de US$9.500
millones. Para los no especialistas, la
balanza de pagos incluye la balanza comercial (exportaciones menos
importaciones), la balanza de rentas (intereses y dividendos) y la de
transferencias (donaciones y remesas). La
cuenta corriente es el indicador más importante de la sustentabilidad del crecimiento.
Y lo que no se dice es que, aunque siga alto
el precio del cobre, estamos en una situación en la cual este déficit creciente
puede volverse difícil de financiar. La
crisis del ‘82 ocurrió precisamente por eso, pues, de repente, a raíz de la
moratoria mexicana, el déficit que había no se pudo financiar más. El ajuste que vino significó que el PIB cayó
en 20% entre el tercer trimestre de 1981 y el de 1983, el desempleo llegó al
30% y el porcentaje de la población bajo el nivel de pobreza se duplicó al 55%. Además el rescate del sistema bancario costó un
monto equivalente a más de la mitad del PIB.
Si en 2012 el precio del cobre hubiese vuelto abruptamente a su nivel
pre-boom (el que tenía en 2003), la cuenta corriente habría llegado a un
déficit del 18% del PIB; esto es, a
un nivel de déficit mayor que el que hubo en 1981 (13%), o en 1982 (9%). En otras palabras, en 2012 el país gastó
(esto es, consumió e invirtió — especialmente lo primero) casi US$10.000 millones
más de lo que tenía; y si los términos del intercambio (precios de las
importaciones y precios de las exportaciones, incluido el cobre) en 2012
hubiesen sido los del 2003 (todo lo demás igual), a esa cifra habría que
sumarle casi otros US$ 40.000 millones.
Aun aceptando el
argumento que quizás cuando el precio del cobre baje no va a llegar de vuelta
al precio del 2003, esta caída puede fácilmente crear un déficit de dos
dígitos. Hay que recordar que el precio del
cobre ya cayó en el 2009 a menos de US$1,5 ¢/lb. También hay que recordar que el precio del
cobre en los mercados internacionales nunca se ha determinado como el de los
autos o televisores (esto es, ‘mark-up’, o un margen, sobre costos de
producción). Por tanto, la subida del
costo de producción en Chile — y bastante menos en el resto del mundo — puede
ser bastante menos relevante de lo que se cree.
Simplificando, en los mercados de commodities, especialmente en el de
los minerales como el cobre, son los costos de producción los que se tienen que
ajustar a los precios y no al revés. Además,
en algunas minas, como Chuquicamata, el costo de extracción ha subido por
problemas específicos, pero en varias de las otras la subida del costo es más
complejo. En algunos casos suben porque
se trata de incrementar la producción demasiado rápido; en otras, porque con
precios tan altos, hay menos presión para controlar costos; en otras por caída
de la ley del mineral; y siempre está el problema del realismo mágico contable para
pagar menos impuestos: el caso del escandalo que se destapó cuando la Anglo
American compro La Disputada de Las Condes es paradigmático — en Gran Bretaña
se acaba de descubrir que Starbucks no paga impuestos porque ‘no tiene
ganancias’; y esto porque los locales de propiedad de Starbucks, pagan a una
empresa de Starbucks (fuera del pías) una cantidad sideral por el derecho a
usar el nombre de Starbucks. En el caso
del cobre, el costo unitario de producción de cátodos era bastante constante
hasta el 2004 (alrededor de US$0,65 ¢/lb); a partir de ahí, saltan los precios
y, sorpresa, los costos mas que se duplican en cuatro años… ¡Qué coincidencia!
En relación a
nuestro déficit actual de la cuenta corriente, uno de los fenómenos económicos
que los economistas neo-liberales nunca han dado importancia es a la
elasticidad de ingreso de las importaciones.
Esto es, como crecen las importaciones cuando crece el PIB. En los tres años de crecimiento del PIB,
éstas han saltado en un 35% (tres veces más rápido que las exportaciones). Y desde que empezó la bonanza del precio del
cobre en el 2003, las importaciones de bienes se han más que cuadriplicado. Con la enorme desindustrialización que hemos
tenido desde la reforma, la elasticidad ingreso de las importaciones ha ido en constante
aumento.
Y, en el mediano plazo, a mayor
elasticidad ingreso de las importaciones, menor es la tasa de crecimiento del
PIB que es sustentable en el largo plazo.
La subida brusca de los precios de algunos commodities desde el 2004 ha
cambiado algunos parámetros en el corto plazo, pero cualquier persona que conoce
historia económica sabe que esos ciclos de los precios de los commodities son
temporales — y que en cada uno de ellos, como ahora, se inventaron cualquier
cantidad de cuentos de que esta vez los precios altos iban a ser permanente, “de
que esta vez iba a ser distinto”. Lo
característico de la situación chilena actual es que a pesar de la bonanza
exportadora, durante los tres años de crecimiento del PIB el boom de las
importaciones ha reducido el superávit comercial (exportaciones menos
importaciones) de US$16.000 millones a sólo US$3.000 millones, creándose el
déficit de cuenta corriente mencionado anteriormente (casi 4% del PIB).
Aquí, otra vez,
la experiencia asiática es fundamental para entender eso. La pregunta que hay que hacerse no es por qué
Corea crece al 7%, sino por que lo ha podido hacer por 50 años. China e India también han crecido al 9% y 7%, respectivamente,
por 30 años. La gran diferencia no es
que en América Latina no podamos crecer.
En los últimos 50 años, prácticamente todos los países de la región,
incluido Chile, tuvieron un periodo de crecimiento a nivel asiático. Sin embargo, ninguno de estos países logró sostener ese crecimiento en el
tiempo. Por eso digo que somos
corredores de corta o (cuando mucho) de media distancia. Los asiáticos son corredores de maratón. Y para entender eso, el caso de Corea es paradigmático. A mediados de los sesenta, sus dos productos
principales de exportación eran las algas marinas y la seda natural, seguido de
cerca por el hierro. Más aún, Corea
(como ahora Chile en cobre concentrado, astilla de madera, y salmón de tres
kilos) era particularmente competitivo a nivel mundial.
Sin embargo, a mediados de los sesenta, sus
líderes, poco democráticos por cierto, y su emergente elite capitalista se
dieron cuenta tempranamente de que por ese camino no iban a llegar muy lejos. Por lo tanto, se embarcaron en uno de los proyectos
más ambiciosos — y exitosos — de industrialización en la historia, para así
cambiar su especialización externa y pasar a exportar productos manufacturados de alta elasticidad de ingreso.
Como es bien
sabido, Corea recibió todo tipo de consejos y presiones en contra de su nuevo
proyecto industrializador de aquellos asociados al Consenso de Washington. Los documentos del Banco Mundial repetían ad nauseam: ¿cómo se le ocurre a Corea transformar hierro de primera calidad en
acero de segunda?. Peor aun, ¿cómo se le
ocurre transformar ese acero de segunda en autos de tercera? Sin embargo, en poco tiempo, los autos
coreanos pasaron a ser tan habituales en el mundo como el whisky escocés, el
salmón noruego, el vino francés, las pizzas italianas, o el carnaval brasileño. En resumen, lo que hizo Corea fue subir la
elasticidad ingreso de sus exportaciones y así pudo no sólo crecer al 7%, sino que
hacerlo durante 50 años. En nuestro
caso, el gran nicho para hacer eso se da en la industrialización del sector
exportador, tanto en la producción de insumos para la industria exportadora,
como en el procesamiento de sus productos.
Muy al estilo nórdico. Pero eso
no va a pasar por obra y gracia del Espíritu Santo (mercado), sino por una
implementación inteligente de políticas industriales y comerciales (incluido un
royalty minero, estructurado para eso).
Es
cierto que muchos que han intentado hacer eso y fallaron, pero la pregunta que
hay que hacerse, una y otra vez, es ¿por qué sólo los asiáticas parecen saber como
hacer ese cambio estructural? ¿Tenemos
que tirar la toalla antes de siquiera intentarlo?
Ahora
bien, volviendo al primer problema, la sustentabilidad del actual precio del
precio del cobre, analicemos la tela de araña que sostiene todo: si nuestro
crecimiento genera un creciente desajuste externo cuando el cobre esta en las
nubes, peor va a ser cuando el precio vuelva a niveles normales. Si miramos el precio histórico, la tonelada
de cobre siempre ha fluctuado, pero lo ha hecho entre US$1.500 y US$3 mil la tonelada;
hoy está a US$8 mil. Se habla de que el
dólar no es el mismo de antes, pero eso ha sido así desde el ’71 (cuando Nixon
rompió “temporalmente” la paridad oro).
También se menciona China. Pero
las importaciones chinas al momento de la crisis del 2007/2008 sólo representaba
un quinto del total; ahora es más, pero eso es porque mientras esa demanda
crece a dos dígitos, en Estados Unidos y Europa está estancado o cae (en
algunos casos fuertemente). Por tanto,
las importaciones mundiales de cobre en su conjunto sólo han crecido al 3% anual
desde el 2003 — similar al promedio de los últimos
200 años. Y la oferta no tiene problemas para responder a eso. Alguien puede realmente creer que una
situación así explica que el precio hoy día esté a un nivel más de tres veces
lo que era en el 2003? De hecho, entre
septiembre del 2002 y febrero del 2011 subió 5,8 veces.
Más aún, el stock de cobre en Londres acaba
de llegar a su nivel más alto en tres años, y en Shangai al más alto desde
2003. Miren lo que le paso al hierro; el
año pasado su precio cayó a la mitad, y en Chile todos prefirieron minimizar
ese hecho. Y todo es tan volátil que
bastó un cambio de política de exportación en India pare que en los últimos
cuatro meses haya vuelto a subir en un 66%, llegando a un nivel más de 10 veces
superior al del 2002. Lo que hay que
entender en Chile es que si los precios de los commodities pueden subir así,
también pueden bajar así. Los
especuladores del mundo financiero, simples rentistas inútiles — ¡cuando
volveremos al menos a un capitalismo en el cual para ganar plata hay que hacer
algo útil! — ganan igual apostando a que los precios suban o a que bajen.
Sin
embargo, en Chile nadie parece estar muy preocupado de que el precio vaya a
caer en el corto plazo. Se acepta el
cuento de que todo es por China, y como China (supuestamente al igual que la
ley de gravedad) siempre va a estar ahí, todo va a seguir igual. Es realmente increíble como los agentes públicos
y privados tienen la certeza de que el precio del cobre en el nivel actual es
permanente. Ese es el error maníaco
clásico del ser humano: creer que lo bueno es permanente y lo malo es pasajero.
En Chile esa actitud omnipotente ha
llegado a extremos inusitados. Pero lo
que realmente explica el precio del cobre es la enorme especulación financiera,
porque los mercados financieros internacionales están tan líquidos y con tan
pocas alternativas relativamente seguras de especulación, que los commodities que
al menos crecen al 3% pasan a ser muy atractivos. Esta gran liquidez es el resultado de las
políticas de ‘quantitative easing’ en los Estados Unidos y Europa (y ahora
Japón).
Las bolsas de comercio de Nueva York,
Londres y Frankfurt está de vuelta a los niveles más altos que tuvieron antes
de la crisis: ¿hay alguien que realmente crea que eso refleja algún fundamento,
en economías estancadas o semi-estancadas, con inversión por el suelo, sectores
públicos endeudados hasta el alma, y la zona del Euro con peligro de
implosionar? Todos los fundamentos de la
economía mundial son un desastre (salvo, para variar, el Asia), y a pesar de
eso las acciones están a niveles record. Lo mismo pasa con el cobre. Esos mercados financieros líquidos y faltos
de imaginación son los que han transformado el cobre después de la crisis
financiera global en una especie de pariente pobre del oro, en un activo
financiero contra-cíclico.
La suerte del
cobre es que pasó de ser una de las forma de especulación más atractivas en la
subida del ciclo (2003-2007), a una forma de especulación contra-cíclica luego
de la gran caída de su precio en 2009 (cuando ese ciclo se derrumbó); y eso
explica casi todo el aumento de precio desde 2004 (alto en las dos fases del
ciclo). El problema es que esas especulaciones
son siempre inestables, pasando de producto en producto, creando artificialmente
burbujas para luego reventarlas. En mi
opinión, hay una alta probabilidad que la burbuja de muchos minerales esté
cerca de reventar (un correo electrónico de un analista que recibí el 19 de
marzo traía como título “It’s Time to Sell Copper”). Y, de ser así, el ajuste que se producirá en
Chile va a ser muy doloroso. Si hoy, con
el precio del cobre en las nubes, la cuenta corriente está con un déficit tan
alto, ojalá que una caída del precio nos pille confesados (sin deudas, y con los
ahorros en dólares).
Y una baja del cobre
de esa envergadura es perfectamente factible.
Y las reservas que existen, más el fondo de Velasco, no dan ni para un
año de importaciones — menos aún para parar una estampida de ‘inversionistas’
extranjeros. Por lo menos Brasil se ha preparado
y ha acumulado reservas — en relación al nivel de importaciones de cada país,
las reservas chilenas deberían llegar a US$100.000 millones para estar
(proporcionalmente) al nivel de las brasileras. Con el tipo de cambio ‘flexible’ que tenemos y
con un Banco Central tan (ideológicamente) tímido para intervenir, no se ha
hecho lo mismo.
Por lo tanto con mala
suerte, el ajuste puede ser brutal. Si
bien es muy difícil decir cuando los especuladores van a empezar a apostar a la
caída del precio del cobre, pues esto depende de una cantidad enorme de
factores, el gran Caballo de Troya que Piñera generosamente le va a dejar al
próximo gobierno, probablemente de Bachelet, es una economía en expansión que
cuelga de un hilo.
Lo más probable es
que sea el próximo gobierno el que pague las cuentas por la falta de imaginación
de la política económica no sólo de este gobierno (que tantos llaman ‘el quinto
de la Concertación’), por la falta de inversión de los excedentes del cobre en
crear nuevas capacidades productivas que reemplacen la bonanza de los precios
del cobre cuando esta desaparezca, y por la actitud maníaca de que todo lo
bueno es permanente — maníaca en un sentido sicoanalítico: desconexión con la
realidad. Y en economía, como en tantas otras
esferas de la vida, la manía siempre se paga cara.
(*) El autor pertenece a la Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge
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