Mar para Bolivia
CHILE-BOLIVIA: CONFLICTO IRRESUELTO
Por Felipe Portales
Los conflictos –nacionales o internacionales– pueden ser de naturaleza jurídica o política. Nuestro conflicto histórico con Bolivia es político. Jurídicamente, el Tratado de 1904 resolvió el diferendo limítrofe entre ambos países. Sin embargo, aquel fue completamente insatisfactorio para el país vecino.
Para entender lo anterior tenemos que saber, en primer lugar, que Chile y Bolivia suscribieron en 1895 un Tratado por el cual Chile se comprometía a cederle a Bolivia una franja soberana de territorio entre Chile y Perú, cuya ubicación dependería del arreglo final sobre Tacna y Arica. El tratado nunca se ratificó; y una vez que Chile superó el peligro de guerra con Argentina cambió su política hacia Bolivia en 180 grados, ofreciéndole sólo “puertos libres” sin soberanía.
Es más, a través de una brutal “nota diplomática” del 13 de agosto de 1900, el ministro de Chile en La Paz, Abraham König, le señaló a Bolivia que “es un error muy esparcido y que se repite diariamente en la prensa y en la calle el opinar que Bolivia tiene derecho a exigir un puerto en compensación de su litoral. No hay tal cosa”.
Esto que en principio constituye un obstáculo puede convertirse en una gran virtud. Esto es, que a través de una negociación satisfactoria para los tres países se logren dejar atrás todas las secuelas de la Guerra del Pacífico. Es decir, acordar una salida soberana al mar para Bolivia (¿por un canje territorial?); definir textos escolares comunes respecto de nuestro pasado confrontacional (como Francia y Alemania); llegar a consensos sobre los “trofeos de guerra” (¿convertir al Huáscar en museo binacional?); hacer de nuestras efemérides celebraciones de confraternidad trinacionales; establecer polos de desarrollo económico integrados en el extremo norte; etc.
Chile ha ocupado el litoral y se ha apoderado de él con el mismo título con que Alemania anexó al Imperio la Alsacia y la Lorena, con el mismo título con que los Estados Unidos de la América del Norte han tomado a Puerto Rico.
Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones (…) En consecuencia (…) las bases de paz propuestas y aceptadas por mi país y que importan grandes concesiones a Bolivia deben considerarse, no solo como equitativas, sino como generosas” (Mario Barros.- Historia Diplomática de Chile 1541-1938; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1990; p. 583).
Dichas “bases” fueron las que originaron el texto del Tratado de 1904; que Bolivia —de acuerdo al propio Gonzalo Vial, a quien nadie podrá acusar de poco nacionalista— se vio virtualmente obligado a suscribir. Así, Vial nos dice que “Bolivia tenía dificultades limítrofes no solo con Chile, sino con todos sus otros vecinos: Paraguay (por el Chaco), Brasil (por la región de Acre), Perú y Argentina; sus finanzas, además se hallaban gravemente quebrantadas”.
Por otro lado, necesitaba inversiones extranjeras para explotar “diversos tipos de riquezas nacionales”, pero “la indefinición de una guerra perdida, pero no liquidada, era mortal para los capitalistas extranjeros”. Y por último, la tregua (existente) implicaba una apertura total de la economía boliviana a los productos chilenos (y peruanos) y “simultáneamente, diversos países que gozaban ante Bolivia de la llamada ‘cláusula de la nación más favorecida’, sostenían su derecho a ser equiparados con nosotros y los peruanos”; todo lo cual llevó al canciller boliviano a señalar en 1902 que su país se encontraba “en un verdadero estado de interdicción” (Gonzalo Vial.- Historia de Chile (1891-1973), Volumen II; Edit. Santillana, Santiago, 1983; pp. 378-9).
De este modo, a nadie puede extrañar que ya en 1910 el canciller boliviano, Daniel Sánchez, en memorándum dirigido a Chile y Perú, señalara que “Bolivia no puede vivir aislada del mar”, y que necesitaba “por lo menos un puerto cómodo sobre el Pacífico”; y que respecto de esto “no podrá resignarse jamás a la inacción” (Vial; p. 556). Ni tampoco que en 1913, Ismael Montes -¡el presidente boliviano que suscribió el Tratado de 1904!- en su paso por Chile a Bolivia para reasumir la presidencia, sugiriera en una reunión con personalidades chilenas que se le cediera Arica a Bolivia al resolver Chile su problema con Perú (Ver Manuel Rivas.- Historia Política y Parlamentaria de Chile, Tomo I; Edic. de la Biblioteca Nacional, Santiago, 1964; pp. 358-9).
Pero lo más decidor respecto a esto es que varios gobiernos chilenos en el curso del siglo XX han estado dispuestos a negociar con Bolivia una salida soberana al mar. Han sido los casos de Juan Luis Sanfuentes en 1920; de Emiliano Figueroa en 1926; de Gabriel González Videla en 1950; y de Augusto Pinochet en 1978 y 1987. Es decir, más allá del fracaso de dichos intentos o tratativas, ¡en numerosas ocasiones Chile ha reconocido que nuestro diferendo con Bolivia está políticamente sin resolver!
Por cierto, el hecho de que el Tratado de 1929 con Perú incluya una cláusula (¡propuesta por Chile, de acuerdo a lo confesado por el propio canciller chileno de la época, Conrado Ríos Gallardo!) que obliga a que una salida soberana al mar para Bolivia por territorios que antes fueron peruanos tiene que incluir a Perú en la negociación; hace que toda negociación realista (porque Chile naturalmente no aceptará dividir su territorio) tenga que ser trilateral.
Esto que en principio constituye un obstáculo puede convertirse en una gran virtud. Esto es, que a través de una negociación satisfactoria para los tres países se logren dejar atrás todas las secuelas de la Guerra del Pacífico. Es decir, acordar una salida soberana al mar para Bolivia (¿por un canje territorial?); definir textos escolares comunes respecto de nuestro pasado confrontacional (como Francia y Alemania); llegar a consensos sobre los “trofeos de guerra” (¿convertir al Huáscar en museo binacional?); hacer de nuestras efemérides celebraciones de confraternidad trinacionales; establecer polos de desarrollo económico integrados en el extremo norte; etc.
Además que una obvia consideración de nuestros intereses nacionales debiera tener en cuenta que preservar permanentemente nuestras malas relaciones con nuestros dos vecinos del norte nos significa también una permanente desventaja con Argentina, aunque este país no lo quiera.
Constituye un virtual axioma que si uno tiene tres vecinos y está siempre mal con dos de ellos el tercero (sobre todo si es más grande, populoso y poderoso que uno) tiene per se una ventaja. ¿Y no ha sido así siempre en nuestras relaciones con Argentina?
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