Por Hugo Latorre Fuenzalida
Hace unos años se exhibió una película, que hizo fama: “Los puentes de Maddison”. En esa cinta trabajaron magníficamente dos estrellas del cine: Eastwood y Meryl Streep.
La trama era romántica, pero de esos romanticismos no empalagosos, con todo termina en una separación dolorosa y desastrosa para ambas vidas; pero no más desastrosas que lo que hubiera acontecido de plasmarse ese encuentro fortuito en una relación permanente.
El relato es de esas historias que no pueden terminar bien, sea cual sea la opción que se tome; es decir, se deslizan para el lado de destinos tragediosos, más que de comedia.
Hay otros relatos famosos acerca de puentes, como “El puente sobre el río White”…Una historia épica que termina con el pobre puente hecho una ruina, producto de la acción belicosa del hombre.
Quiero hablar de otro puente que parece será igualmente famoso: “El puente del Chacao”, obra anunciada de manera bombástica por el entonces ministro de Obras Públicas y hoy precandidato de la Alianza por Chile, señor Golborne.
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Esta iniciativa monumental pretendía ser “la obra” de Golborne. Con este puente pretendía exponer la mente desafiante de un político que desea demostrar las potencialidades de la tecnocracia en el poder; algo así como emulando el otro desafío de su patrón, que levantó la torre más alta de Chile (y dicen que de América Latina), esa especie de “apéndice gozoso” que se eleva ventajosamente por sobre las demás edificaciones de la ciudad, adoptando una postura sospechosamente desafiante a la fatalidad telúrica de nuestro suelo y proyectar la visión de las imágenes subliminales que pretenden decirnos, secretamente, quién es el más macho, el más viril, el más poderoso.
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Esta iniciativa monumental pretendía ser “la obra” de Golborne. Con este puente pretendía exponer la mente desafiante de un político que desea demostrar las potencialidades de la tecnocracia en el poder; algo así como emulando el otro desafío de su patrón, que levantó la torre más alta de Chile (y dicen que de América Latina), esa especie de “apéndice gozoso” que se eleva ventajosamente por sobre las demás edificaciones de la ciudad, adoptando una postura sospechosamente desafiante a la fatalidad telúrica de nuestro suelo y proyectar la visión de las imágenes subliminales que pretenden decirnos, secretamente, quién es el más macho, el más viril, el más poderoso.
Pero nuestro emérito candidato, Golborne, además de anunciar con bombos y platillos de restaurante la construcción de ese puente, que el esperaba inaugurar ya siendo presidente, no se conformó con anuncios y banquetes, sino que se fue directo a China a parlamentar con ciertas empresas que se decía eran expertas en construcción de puentes tan complejos y largos como este que ideó a menor costo el candidato.
Pero, como en las películas, hay puentes que están signados por la fatalidad: o destruyen los amores humanos, o los destruyen los odios humanos. En este caso, vino en suceder que a poco de la visita a China, por parte de nuestro mentado candidato del puente, a la empresa constructora se le empezaron a caer las obras hechas en China, con lo cual se fue al agua la iniciativa del candidato.
Entonces el pobre de Golborne no ha podido afirmar su candidatura en el esperado y prometido puente de Chacao, y ha tenido, entonces, que esbozar una de esas sonrisas poco convencidas, a las que ya nos tiene algo acostumbrados, para salir del paso y comenzar a buscar nuevos “puentes” mediáticos con los cuales reestablecer la conexión con el electorado.
Yo sugeriría a los candidatos no sustentar sus aspiraciones en puentes, porque este país goza de una larga historia de puentes rotos, cortados, derrumbados, ya sea por la furia del subsuelo o por la ineptitud de los constructores. Pero lo cierto que esas obras no son de fiar.
Es preferible construir hospitales, siempre y cuando los inauguren con enfermos reales y no de mentirillas, como de hecho ha acontecido. También pueden mejorar el transporte colectivo, siempre y cuando no firmen contratos que permite tener los buses parados o extraviados en el firmamento, pero cobrando igual del erario público una buena y garantizada suma. También podría ofrecer carreteras nuevas, ya que entran tantos vehículos nuevos al mercado todos los días; pero deben cuidarse de concesionar cobros de peajes con tarifas topes en menos de 10 kilómetros de distancia, uno de otro, o cobrar $ 3.500 por atravesar un túnel, porque eso a la gente le huele a chanchullo, a matraca, a corruptela, y eso termina excitando la inquina, la odiosidad y el desprecio contra los políticos.
Entonces, amigos candidato, levantad campañas más simples pero reales. No desvariéis con ensoñaciones tecnocráticas ni regulaciones libremercadistas, que no funcionan ni en la perfección paradisiaca del Edén. Convenceros que el ser humano requiere límites, pues es extralimitado por naturaleza. Ni la teología o la filosofía han podido dar con la fórmula de domesticar a esta fiera; las guerras sólo logran aplacar por desgaste, pero no enmiendan a la naturaleza. Tampoco la ciencia psiquiátrica ha alcanzado éxitos duraderos en este desafío, por tanto, tampoco debe confiar en las virtudes del cálculo ingenieril, que hasta el más pintado de los puentes se vienen abajo, al igual que las candidaturas, incluso aunque se ponga mucha voluntad en ellas y mucho dinero sobre la mesa.
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