IDEOLOGÍA, DEMOCRACIA, MUERTE
Por Wilson Tapia Villalobos

Hoy muchos se preguntan ¿cuál era la razón de la popularidad de Chávez? ¿Cómo un líder de formación militar, con pasado golpista, pudo transformarse en un caudillo democrático que venció en catorce de las quince consultas populares en que participó? ¿Qué atractivo pudo tener un personaje de talante tosco, de arenga belicosa y plagada de exabruptos? Preguntas que no se responden con facilidad. No basta con escudarse en el carácter venezolano. No es suficiente hablar de un supuesto escaso desarrollo de las instituciones democráticas en ese país. En el trasfondo parece existir algo más. Algo que siempre ha acompañado a los verdaderos líderes. Una sintonía fina con el alma popular. Con ser capaz de hacer recuperar la fe. De dar alas nuevamente a los sueños, aunque sean descabellados. Como los sueños. Tal vez por poseer esa osadía que hace que los seres humanos sientan justificada su vida al mostrarse coherentes entre el decir y el hacer. Una característica nada fácil de encontrar en la política actual.

Hoy que el personaje se ha ido, bien vale revisar, aunque sea someramente, su desempeño. Su forma de ver la política. Su manera de entender la relación de ésta con los ciudadanos. Ideológicamente, Chávez estaba en lo que antiguamente se llamaba la izquierda. Uno de sus ídolos era el presidente Salvador Allende. Sí, ese mismo que hoy la mayoría de los progresistas chilenos -ya no izquierdistas- considera que se equivocó al enfrentarse al poder económico. Que más hubiera valido una democracia de los acuerdos que intentar una revolución democrática con empanadas y vino tinto.
La diferencia entre la visión chavista y la de nuestros progresistas quedó de manifiesto el 11 de abril de 2002. Ese día, un grupo de militares dio un golpe de Estado en Caracas. Impuso, en reemplazo de Chávez, al presidente de la unión de empresarios de Venezuela (Fedecámaras), Pedro Carmona Stanga. El gobierno chileno se apresuró a darle su apoyo. Luego, el presidente de la época, Ricardo Lagos, se excusaría diciendo que había sido una decisión inconsulta de su embajador, el radical Marcos Álvarez. Esta misma versión la dio la canciller de entonces, Soledad Alvear. Todo ello después de que Chávez retomara el mando de la nación al contar con el apoyo del grueso de las FF.AA.
En la batalla ideológica, Chávez lleva ventaja. Al menos hizo lo que dijo. Fue coherente. Condenó al imperialismo, luchó contra él en el terreno político y se hizo respetar en lo económico. En eso superó a nuestra conservadora Unión Demócrata Independiente (UDI). Los diputados de esa colectividad se negaron a compartir el minuto de silencio que la Cámara guardó por la muerte del presidente venezolano. La justificación: era un dictador. Justificación que proviene de una organización que resultó crucial en el apoyo a la dictadura del general Pinochet. Jaime Guzmán, su fundador y referente, fue factótum del dictador.
La desaparición de Chávez sigue planteando contradicciones. Y no serán las últimas. Pese a lo que piensan nuestros progresistas, las ideas bolivarianas del Socialismo del Siglo XXI parecen haber calado hondo en América Latina. Daniel Ortega está en Nicaragua; Rafael Correa acaba de ser reelecto en Ecuador; Evo Morales sigue al mando de Bolivia; José Mujica honra la democracia en Uruguay; Cristina Fernández lucha contra el poder económico en Argentina; en Brasil, ni Lula ni Dilma Rousseff fueron indiferentes a los esfuerzos de Chávez.
Ahora, el tiempo dirá si el proyecto chavista era sustentable. Mientras tanto, allí estarán los logros que hoy disfrutan los millones de venezolanos que lo lloran. No en vano, durante sus mandatos, la pobreza bajó de más del 60% de la población a un 30%. Cifras que demuestran claramente que el neoliberalismo no es sustentable. Venezuela es uno de los países más ricos del continente.
Siempre presente en mi formación, mi querido Wilson Tapia... ,muy buen artículo!
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