LA MÁQUINA DEL TIEMPO
Por Wilson Tapia Villalobos
Periódicamente tenemos demostraciones de que el tiempo es sólo una convención. Un acuerdo sin otro sentido que el de darnos la sensación de que avanzamos, aunque no sepamos hacia adónde. Y lo que debería ser nuestro verdadero objetivo de alcanzar la felicidad, queda obnubilado por la hojarasca del día a día y las necesidades, siempre crecientes, de la existencia consumista. Así es el modelo en que estamos. En él, tenemos todo separado y, aparentemente, ejerce supremacía, con gran fuerza, la razón. Las emociones, el instinto, quedan relegados a un plano muy secundario.
Esta visión positivista del mundo ha derivado en que la política la hagan los economistas. Y, como resultado de ello -o tal vez como un corolario ineludible-, la impronta humanista que tenía este arte de hacer posible la vida en sociedad ha devenido en una especie de “filosofía” basada en el pragmatismo. Lo que, en definitiva, es una simple contradicción.
Es lo que se ve en el proceder de las personas y en los cambios que van asumiendo las ideologías que animan o animaban a las entidades políticas. Porque el pragmatismo posiblemente ha llevado a los dirigentes políticos a asegurarse un espacio de poder, sin importar que el beneficio sea personal y no en aras del interés general.
En los últimos años esto ha sido mucho más patente. El acercamiento de la izquierda socialista -muchas veces marxista-, a la Socialdemocracia liberal o a la conservadora Democracia Cristiana, es una constante que vivimos desde los ochenta del siglo pasado. Y la confusión entre la Socialdemocracia y el liberalismo más ortodoxo, es otra realidad inocultable.
Esto también se traduce en marchas y contramarchas en el plano del hacer. La reciente decisión argentina de reestatizar Yacimiento Petrolíferos Fiscales (YPF) recuperándola del poder de Repsol, la transnacional energética española, es una demostración de ello. Si hasta el propio artífice de la privatización de YPF, el ex presidente Carlos Menem, se mostró de acuerdo. Muchos pueden pensar que se trata de una estratagema política para recuperar un capital que Menem había perdido. Pero tal vez más cercano a la realidad sea que los vientos que soplan hoy son otros.
Cualquiera sea la razón, la actitud de Argentina parece traer un nuevo punto de atención para una América Latina y el Caribe que se encontraban más a trasmano que nunca. Me refiero a trasmano de la historia. Parecía que aquí estaba permitido hacer cualquier cosa. El llamado de atención de Cristina Fernández puede haber comenzado sólo como un gesto de dignidad. Sobre todo para un país que ha sido vapuleado en Las Malvinas y altivamente Europa cerró filas detrás del colonialismo inglés, actitud que siempre compartió Estados Unidos. Aquí, como patio trasero, podían venir las trasnacionales y hacer lo que quisieran.
Como lo hacen en Chile, con la anuencia de nuestra legislación, otra herencia de la dictadura que la recuperada democracia no ha sido capaz -o no ha querido- enmendar. Y para justificar todas estas trapacerías, el capital local, asociado con el transnacional, enarbola el fantasma de la huida de los inversionistas. Cuando se produjo la recuperación de petróleo a nivel mundial, nada de eso pasó, porque el petróleo era necesario. Estoy hablando de finales de la década de los 70. Después, claro, vino el neoliberalismo, la derrota de la alternativa socialista, y hasta los propios socialistas se subieron al carro de las privatizaciones. Como el líder local, el ex presidente Ricardo Lagos.
Pero es evidente que el tiempo no pasa en vano y las medidas que se adoptaron en un momento, ya muestran sus resultados. En Chile la entrega de las riquezas básicas ha generado una de las economías que peor reparte la riqueza en el mundo. Y hoy aún pareciera que eso no es suficiente para revisar lo obrado. Al menos al otro lado de la cordillera la señora Fernández ha dado un paso.
La atribulada España amenaza con municiones de grueso calibre. Era lo que podía esperarse. La derecha española no puede dejar pasar este exabrupto argentino. Pese a que Repsol haya hecho muy mal su tarea y el daño al país vecino sea tan grande o más que las inversiones que reclama. El problema es si el escenario mundial está como para que los Estados confundan su misión y sus intereses con los de las empresas privadas. Y ese es un tema no menor. Un tema que tradicionalmente ha generado grandes enfrentamientos, muchas guerras y tremendas injusticias. Aquí se verá si los tiempos nuevos que soplan tienen la fuerza de las tempestades.
En Europa, a medida que la crisis económica aumenta la ultra derecha crece. En Austria ya ha llegado al 28,2% del electorado. En Suiza, se empina hasta el 26,6% y en Noruega alcanza al 24%. Y estoy hablando de la derecha más dura. Aquella que no esconde su racismo, que quiere cerrar sus fronteras y que ni siquiera desea mantener la mancomunidad de naciones. Y, en Francia, posiblemente el próximo presidente sea electo con el voto determinante de la ultra derecha del Frente Nacional. En los sufragios del domingo último, Marine Le Pen alcanzó el 17,9%.
Es la realidad de un continente en que la crisis crece y sólo en España la cesantía llega al 24%, y a 40% entre los más jóvenes. Los problemas no son nuevos, las novedades deben traerlas las soluciones, que tendrán que traer un contenido ético refrescante.
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