A la gente ocupada, esto de “A otra cosa, mariposa”, le viene como anillo al dedo. No tienen tiempo para perderlo. De allí que entiendo al Presidente de la República. Él es un hombre esencialmente ejecutivo. Por eso de pronto anda por los cielos pilotando un helicóptero. Por eso, de improviso, baja en medio de un camino. Se disfraza de huaso y va al rodeo. Apenas se baja del caballo y ya está inaugurando una maratón. ¡A otra cosa, mariposa!, y felicita a Obama por políticas de George Bush. ¡A otra cosa, mariposa!, y en Alemania, rasca la epidermis democrática, escribiendo una cita exaltada por el nazismo. Y en medio de la vorágine, obviamente, puede hablar del maremoto. O transformar en personaje real a Robinson Crusoe. Lo que le costó dejar de lado fue el papelito que escribieron los mineros atrapados en el socavón de San José. Su esposa, doña Cecilia Morel, tuvo que decirle, muy femeninamente: “Ya, Seba, córtala ¡a otra cosa, mariposa!”.
Pero yo lo entiendo. Es atarantado, no tiene sentido del ridículo, cree poseer el don de la ubicuidad y está convencido que si uno quiere ser bien servido, tiene que servirse a sí mismo. Por eso no cree que nadie puede hacer las cosas mejor que él. Si ahora son los ministros los que pagan los platos rotos, antes fueron mandos medios en sus empresas. Para él pareciera que nada ha cambiado.
Pero alguien le tiene que decir que las cosas son distintas. El tatán, que rima con Superman, ahora es presidente de una República. Sus actos afectan a millones de personas. Y si bien a su intendenta de la región del Bío Bío, la puede cambiar y decir, suelto de cuerpo: “¡A otra cosa, mariposa!”, hay cuestiones que deben seguir por un carril más sereno.
Pero, insisto, lo entiendo. El caso de Jacqueline van Rysselberghe debe haberlo tenido fuera de foco. Además, con todos sus acólitos peleándose, porque Jacqueline también tiene su carácter, es atrabiliaria y acelerada como su ex jefe. Sin embargo, lo que viene es más complejo.
En estos días, ha entrado en roces verbales que no le corresponden. Los peruanos tienen su elección presidencial y son ellos los llamados a dirimir preferencias. Si no le gusta Ollanta Humala, el candidato que encabeza las encuestas y que es nacionalista, allá él. Pero no puede anunciar que el tipo de relaciones entre los dos países cambiaría si Humala resulta vencedor. Por mucho que el programa de éste considere un trato diferente a las inversiones extranjeras, y eso pudiera afectar sus arcas personales.
Con razón, el político peruano le dijo que no se metiera donde no le corresponde. Es cierto que Piñera, a veces, resulta un poco desorbitado. Y si se analiza con detenimiento su postura frente a Perú, se llega a conclusiones difíciles de digerir. Con el país vecino las relaciones se han visto enturbiadas desde que Lima recurrió a La Haya para demarcar nuevas fronteras marítimas. Y, con cierta asiduidad, el presidente Alan García enfiló sus cañones hacia Santiago. Ahora la beligerancia ha bajado. El período de García ya termina y él no tiene que mejorar su imagen en las encuestas. Ya se va. Pero frente a aquellas agresiones verbales, su colega chileno tuvo reacciones menores y continuó manteniendo con García una relación que parece ser excelente a nivel personal. Tal vez sea el reflejo de que la política globalizada está regida por los negocios, no por los intereses nacionales, la dignidad patria, el derecho inalienable que dan los tratados, etc.
Recientemente, el presidente de Bolivia, Evo Morales, anunció que recurrirá a la justicia internacional para plantear su reclamo de una salida al mar soberana. La justificación del líder boliviano fue que pese a las conversaciones sostenidas con Chile, la solución no avanza. Algo así como que lo de los 13 puntos en discusión no era más que una nueva artimaña para dilatar una respuesta categórica. El presidente Piñera se apresuró a responder que había tratados vigentes. Y, me imagino ¡a otra cosa, mariposa! Pero en este caso la situación no es simple. El gas boliviano es un elemento de presión que no puede desconocerse. Como, tampoco, los negocios que empresarios chilenos mantienen en Bolivia.
Y si se miran con cierta imparcialidad las cosas, se puede llegar a la conclusión que la actitud chilena efectivamente ha sido sólo dilatoria. Es cierto que Bolivia perdió la salida al mar luego de una guerra. Es cierto que hay tratado vigentes. ¿Pero por qué si las cosas son tan claras, se abren conversaciones para arreglar tal situación? Esto no es sólo imputable a la administración actual. Incluso en la dictadura del general Pinochet se dice que habría estado muy cerca de alcanzarse una solución. Pero todo quedó en nada. Por ello, que Morales crea que las propuestas chilenas no son más que voladores de luces, es comprensible. Y más vale que a nuestro presidente no se le ocurra lanzar una de sus frases -con errores o sin ellos- y agregar ¡A otra cosa, mariposa!
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