Por Jessika Krohne
Así transcurrieron milenios, hasta que comenzó el período de la liberación femenina que obtiene sus mayores logros durante el siglo pasado.
En la actualidad, si bien quedan metas por alcanzar, como la equidad salarial, por ejemplo, la mujer se ha emancipado del rol tradicional que mantuvo durante generaciones, y su participación laboral en todos los aspectos de la vida económica ya son más comunes; incluso en algunas empresas o en ciertas legislaciones de diversos países, ya se marca una cuota mínima de mujeres en los rangos directivos.
Este nuevo papel femenino también se ha visto reflejado en muchos países latinoamericanos. En Chile, la feminización de la fuerza laboral ha sido uno de los fenómenos importantes ocurridos en las últimas décadas. En este país desde los años ochenta se aprecia con claridad un importante aumento de las tasas de participación laboral femenina: 28% en 1992 y 35,5% en 2002. Hoy, ya estamos sobre el 40%.
Además, al igual que en el resto de la región, la tasa de crecimiento de la población femenina económicamente activa supera la tasa de crecimiento masculina.
En tan poco tiempo tenemos mujeres presidentes como Michelle Bachelet y Cristina Kirchner; una canciller en Alemania, como Angela Merkel, en uno de los países más desarrollados del mundo; pero también en altos cargos vinculados a la actividad militar o protagonistas en las ciencias, las artes, los deportes y los negocios a nivel mundial.
Por lo anteriormente escrito, se puede decir, que el papel de la mujer en la sociedad se ha ido modificando a partir del ingreso masivo femenino al mercado laboral. Esto ha traído también sus aristas negativas, ya que las tasas de depresión y estrés también han aumentado en la población femenina, junto a las tasas de fracaso matrimonial. Todos estos factores negativos se deben muchas veces a los múltiples papeles que tiene que asumir la mujer hoy en día.
La mujer del siglo XXI está sobrepasada, ya que a sus roles antiguos, de madre, dueña de casa y esposa, se agregan muchas veces también la mujer trabajadora que trata de sobrevivir en un mundo laboral muy competitivo, para poder aportar en el hogar y así poder costear los gastos de un nivel de vida que es cada vez más difícil sobrellevar con un solo ingreso familiar.
Sin embargo, se ve enfrentada a un mundo laboral hostil, donde alcanzar un buen puesto de trabajo y un salario digno se hacen cada vez más difícil frente a la mayor competencia, lo que la obliga a capacitarse cada vez más y tener que seguir formándose. Sumando estos nuevos roles a los antiguos la hace entrar en un verdadero desequilibrio, lo que puede traer muchas veces consecuencias negativas en su salud física y mental.
Estos cambios han provocado además transformaciones psicológicas. De una mujer sumisa, obediente y dependiente pasó a ser libre, independiente y autónoma. La mujer asumió poder en su casa, en el trabajo, en la política, en el compromiso dentro de la sociedad, la carga y la exigencia que ello implica, ya mencionados antes.


No hay comentarios.:
Publicar un comentario