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viernes, 8 de abril de 2011

FUKUSHIMA: Y ESE MAR QUE TRANQUILO CONTAMINAN

Por Gabriel Sanhueza Suárez

La cadena de errores no se detiene en Fukushima. En los últimos días comenzaron a contaminar el océano Pacífico, lo que se suma al peligro aún existente de la fusión total de los reactores 2 y 3 y a la radiactividad atmosférica.

La radiactividad afectará los ecosistemas marinos, con efectos difíciles de evaluar, ya que no existen precedentes de este tipo de vertidos al mar. La extensión de la contaminación dependerá de las corrientes marinas en la zona y probablemente alcance cientos de kilómetros cuadrados. Hay que añadir el hecho de que los peces se desplazan, lo que extenderá la radiactividad mucho más allá de la zona del vertido inicial.

La contaminación del Pacífico y de los bancos pesqueros de la zona introduce una nueva variable en la tragedia de Fukushima. Ya está claro que no será posible el consumo del pescado procedente de Japón. La contaminación obligará a una veda de la pesca en la zona por tiempo indefinido. Incluso, cuando en el futuro la radiactividad haya disminuido, será necesario controlar por años el pescado capturado para ver si es apto para el consumo humano.

La catástrofe tiene una cara doble: afecta la economía pesquera no sólo del Japón, sino de otros países que explotan los bancos de peces de la zona y, por otro, infringe un daño aún desconocido a los ecosistemas marinos.

Los expertos coinciden en que no se puede calcular el efecto del agua radiactiva vertida al Pacífico hasta no tener datos exactos. No obstante, está claro que los isótopos llegarán a la cadena alimentaria. Su dimensión no se conoce aún, pues los datos de TEPCO (empresa operadora de la central de Fukushima) y del Gobierno japonés son contradictorios y, en parte, escasos.

Lo que sí reconocen es que 11.500 toneladas de agua radiactiva fueron lanzadas voluntariamente al océano Pacífico, a las que se suma el vertido accidental, por más de dos días, a razón de 7.000 mil litros por hora procedentes del reactor número 2. O sea unas 400 toneladas más.

El agua vertida voluntariamente viene del intento de enfriamiento de los reactores y está contaminada con yodo, que emitirá radiactividad durante unos 160 días, y por cesio, que será radio tóxico por más de 100 años. Según mediciones de TEPCO, el nivel de yodo radiactivo en el agua de mar llegó a superar 7,5 millones de veces el límite legalmente permitido. Con partículas de estroncio y plutonio también hay que contar. Dependiendo de su volumen, su difusión será mayor o menor.

Este derrame se hizo para habilitar espacio para líquidos aún más radiactivos como el agua que se escapaba del reactor dos. TEPCO, siguiendo con su política de parche, intentó controlar esa fuga gravísima mediante la inyección de hormigón, lo que no funcionó. Un día después trataron de inyectar polímeros absorbentes, lo que tampoco funcionó. Finalmente, se logró controlar la fuga con un compuesto de silicato sódico. Si esto es un éxito, nadie lo puede asegurar. No se sabe si resistirá otro sismo o si no hay otras fugas en la planta nuclear.

Esta agua está altamente contaminada, porque ha estado en contacto con el núcleo o con el combustible utilizado. Si ha arrastrado consigo compuestos procedentes del combustible gastado, la radiactividad podría persistir durante miles de años.

La falta de previsión de TEPCO sigue siendo escalofriante. El vertido voluntario de 11.500 toneladas es porque refrigeró los reactores con agua de mar sin haber habilitado suficiente espacio para almacenarla. Esta agua debería haber sido tratada como un residuo radiactivo y almacenada como tal. Pero el vertido accidental y la falta de espacio obligaron a la evacuación. El bombear el agua al mar es un reconocimiento de que no tenía otra alternativa. Pero estamos casi a un mes del accidente. Se habrían podido construir reservorios para almacenar temporalmente el agua. La variante de echarla al mar fue la peor de todas.

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