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lunes, 26 de julio de 2010

Colombia-Venezuela: cuánto de crisis, cuánto de juego político


Por Iván Witker
Diario "El Mostrador" de Chile


La crisis desatada por Caracas en su relación con Colombia a propósito de una denuncia ante la OEA sobre campamentos de las FARC en suelo venezolano, obliga a reflexionar sobre ciertos aspectos de la retórica del Presidente Chávez y sus implicancias en la política regional, especialmente en lo relativo a la seguridad.

 
En efecto, a estas alturas ya muy pocos dudan que la violencia en Colombia sea producto de algo distinto a la alianza entre remanentes de las FARC y el ELN con el crimen organizado. En consecuencia, parece enteramente legítimo que el gobierno de aquel país pretenda reforzar la cooperación internacional en este punto de tanta conflictividad. Es algo que cualquier gobierno ante semejantes niveles de violencia, amén de cierto sentimiento de responsabilidad sobre su misión, haría.

Es en ese marco que la diplomacia colombiana resolvió entregar a los 32 países de la OEA antecedentes sobre una hipótesis bastante plausible. Que estos grupos tengan bases de apoyo en los países vecinos, específicamente en Venezuela. El embajador colombiano Luis Alfonso Hoyos señala en su informe que habría alrededor de 1.500 integrantes de las FARC y el ELN en varios campamentos a 23 kilómetros de la frontera, con nombres tales como: Bolivariano, Berta, Santrich, Ernesto y otros. Incluso entrega “evidencias” de que líderes guerrilleros como “Pablito” (ELN) y “Pablo Márquez” (FARC) estarían allí, y pide que se tomen medidas “urgentes y sin dilaciones”.

Sin embargo, la respuesta de Caracas resulta, a lo menos, curiosa. Ruptura de relaciones diplomáticas, movilización de efectivos militares, argumentación ad hominem sobre la decisión colombiana y una desmesurada teatralidad en los anuncios (Maradona incluido).

Desde luego que ningún analista ni político involucrado, o interesado en el caso, hubiese esperado respuestas inmediatas como exige la parte colombiana. En todo caso, sí un cierto nivel de interés en la materia planteada (toda vez que se trata de un país vecino e igualmente bolivariano), o bien alguna condena genérica a la violencia (se supone que el socialismo del siglo 21 aspira a la paz), o quizás alguna palabrita de buena crianza de esas que los diplomáticos diestros suelen usar para dilatar decisiones, o haber exteriorizado una opinión neutra que los políticos sagaces usan para desviar la atención. También se pudo haber esperado algún recurso sacado de un estudio comparado, o, por último, un malabarismo acrobático que desconcertara al denunciante. Pero nada de eso ocurrió.

Churchill decía que si alguien se cree volcán (y lo más probable es que Chávez sí se crea), lo menos que puede hacer es echar humo. El gran heredero de Cipriano Castro optó por una belicosidad sugerente y un poco fuera de contexto. Entonces, cabe preguntarse, ¿qué razones habrá tenido? Algunas pistas podrían ser las siguientes:

Primero, es probable que busque trasladar una discrepancia político-diplomática al ámbito militar, donde se siente más seguro, al menos en cuanto a la retórica. Además, con relaciones diplomáticas rotas no hay límites en el lenguaje.

Segundo, ignorar por completo lo señalado en el informe Hoyos. La argumentación ad hominem le permite evitar referencias eidéticas y conceptuales, que lo llevarían a un territorio completamente desconocido. El hombre sabe que el pensamiento abstracto no es lo suyo y lo más probable es que, siguiendo su notable instinto, encuentre que la única manera de enfrentar la situación es descalificando todo y a todos. La descalificación brutal ya le ha redituado éxitos no menores en el pasado.

Tercero, la beligerancia retórica le permite retomar protagonismo, aunque sea momentáneamente, justo antes de unos importantes comicios y de grandes decisiones en el diferendo que mantiene con medios de comunicación, algo que le ha traído más de un dolor de cabeza en los últimos años. Por lo demás, aprovechar un desafío externo con fines domésticos es relativamente frecuente, especialmente en América Latina.

Cuarto, y quizás aquí esté la razón de tanta teatralidad, el hombre busca, desde hace ya varios meses, dar un “golpe de timón” en el enrarecido clima interno. Los medios nos informan a diario de la tensa situación doméstica, que parece acercarse cada vez más a una convulsión; Lenin ya la habría calificado de “situación pre-revolucionaria”.

Ahora bien, la reacción de Chávez hay que comprenderla en el marco del delicado momento que vive la parte norte de Sudamérica. Delicado por los ajustes que traerá consigo la asunción del Presidente Santos en Colombia, tras un triunfo electoral cuya magnitud dejó más de un sorprendido y que le da un enorme espacio de maniobra.

En efecto, la democracia colombiana vive un momento de cierta complejidad con este tránsito de Uribe a Santos. Por un lado, la posible captura del líder de las FARC, Guillermo León Sanz (alias Alfonso Cano), dentro del escaso tiempo que le queda al Presidente Uribe, cambiaría el tenor de los desafíos que se le avecinan al Presidente Santos. Lo más probable es que la captura de Cano atomice definitivamente a las FARC, y con ello la relación colombo-venezolana debería tomar un curso distinto al actual. Por el contrario, si no se encuentra a Cano en las próximas semanas, ese desafío será heredado al Presidente Santos, lo que necesariamente atenuará las energías que éste quiere poner en un nuevo entendimiento regional; un interés que se visualiza en su apretada gira por México, Panamá, Chile, Perú y Argentina, y que parece del todo necesario. Si Cano cae, y si se logra remecer las estructuras multilaterales para que se clarifique de una vez por todas si las FARC utilizan o no suelo de países vecinos, las posibilidades que se le abren al Presidente Santos para ocupar con energía escenarios regionales no son menores.

Por eso, el actual diferendo debe verse de manera matizada. Tiene visos de crisis, sin duda. Que llegue a entreveros armados, imposible de descartar a priori. Pero que ambos países opten por dirimir sus diferencias en las selvas y pantanos que cruzan sus límites, resulta casi imposible de concluir.

Churchill decía que si alguien se cree volcán (y lo más probable es que Chávez sí se crea), lo menos que puede hacer es echar humo. Puestas esas palabras en el caso que nos ocupa, la retórica con que ha contestado a esta necesidad colombiana de cambiar de capítulo en su historia de violencia interna, obedece, más que a afanes belicistas, a un nuevo juego político, donde los protagonistas ya han empezado a cambiar y el espacio para la política vociferante tiende a reducirse.

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