Por Rogelio Núñez (*)
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) verá la luz hoy o mañana en Caracas con el gran objetivo de transformarse en el más importante mecanismo de concertación política en la región en los últimos 200 años.
En realidad, Iberamérica lleva esos 200 años tratando de unirse infructuosamente pues ni liderazgos carismáticos como el de Simón Bolívar, ni intereses comunes de tipo económico o comercial han conseguido dar unidad a este conjunto de naciones con muchos puntos en común, pero también con grandes diferencias geopolíticas y profundos sentimientos nacionalistas.
En la cumbre de esta semana se van a poner sobre la mesa diferentes estrategias y todo apunta a que, si bien se llegará a un mínimo común denominador, no se alcanzará el objetivo siempre reiterado de la unidad, en lo que más empeño ha puesto Chávez ("Caracas, sede de la histórica cumbre de la unidad de América Latina").
Ese mínimo común denominador solo se logrará si se siguen las recomendaciones del canciller panameño Roberto Henríquez ("si en una etapa tan inicial comenzamos a ver temas polémicos o muy discrepantes, quizás nosotros mismos estemos matando a la criatura en la cuna") o de Abelardo Moreno, viceministro de Relaciones Exteriores de Cuba: "creemos que en este momento hay que dejar de lado los temas que nos dividan o que puedan dividir y hay que buscar aquellos que nos unen".
La Celac tiene muchos retos (políticos, económico-sociales) y también de seguridad, pues el primer objetivo que se ha marcado es la búsqueda de la paz y justicia, garantizando la paz y la seguridad continentales, previniendo las posibles causas de dificultades y asegurar la solución pacífica de las controversias que surjan entre sus miembros; u organizando la acción solidaria de estos en caso de agresión. Todo indica que en la cumbre de Caracas se añadirá el tema de la futura seguridad energética.
El alegato antiestadounidense
¿A qué se debe esta necesidad? A que los países acuden con objetivos diferentes. Hugo Chávez, en horas bajas por su enfermedad, como anfitrión tendrá el mayor protagonismo y tratará de explotarlo a su favor de cara a las elecciones presidenciales de 2012 ("esta será una cumbre histórica. Tenía que ser Caracas la cuna del nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños").
Y explotarlo a su favor no es ni más ni menos que convertir la cumbre en un alegato antiestadounidense: "queremos dejar atrás esa página terrible de las imposiciones del Gobierno de Estados Unidos y de la Organización de Estados Americanos".
Y no será el único que se atreva por ese camino. Por esa senda seguirán Daniel Ortega, Evo Morales y, sobre todo, el presidente ecuatoriano Rafael Correa quien ha acusado a la OEA de estar en manos de Estados Unidos para imponer una visión anglosajona.
Por ello, aspira a que la Celac acabe con "el peso determinante que tiene Estados Unidos en la OEA y que la OEA ha sido un instrumento de política exterior de Estados Unidos, más que un instrumento y un foro para la resolución de conflictos en forma objetiva".
Los límites de Chávez
Pero el protagonismo de la Venezuela de Hugo Chávez y sus aliados del ALBA tendrá un claro límite, el que le impongan los dos gigantes regionales, México y Brasil. Dos gigantes que no actuarán en coordinación, pues su rivalidad geoestratégica, siempre soterrada pero muy presente, les aleja e impide la conformación de un eje México DF-Brasilia que podría funcionar como en su día el eje París-Bonn lo hizo para Europa.
Será un buen momento para ver cuál es el papel que desea jugar e interpretar Dilma Rousseff en el escenario latinoamericano, si es capaz de encauzar las tendencias radicales del chavismo, como siempre hizo Lula, y ofrecer un proyecto viable y creíble de liderazgo brasileño para la región.
Felipe Calderón llega con fuerzas mermadas, como un "pato cojo", pues ha entrado en la recta final de su gestión, aunque podría hacer valer su condición de presidente del G-20, lo cual le da una gran relevancia en su último año de gobierno.
El otro posible contrapeso a Chávez, el eje moderado, formado en teoría por el Chile de Sebastián Piñera, y la Colombia de Juan Manuel Santos, no podrá cumplir ese rol porque los intereses y situación interior de cada país lo impedirán. Santos ha apostado por estrechar la alianza con Chávez, más ahora que el nuevo líder de las FARC, Timoschenko, se sabe que reside en territorio venezolano.
Piñera por su lado, ha mantenido un perfil muy bajo en su agenda internacional debido en gran parte a los problemas internos que afronta (con solo un 35% de apoyo popular) y los externos (sobre todo la demanda peruana en La Haya por los límites marítimos entre ambos países).
Muy interesante será ver qué papel cumple Ollanta Humala en esta cumbre: sobre todo si su moderación interna tendrá un correlato exterior o se alineará con su antiguo aliado Hugo Chávez. O si Argentina de Cristina Kirchner seguirá su lineamiento antiestadounidense tradicional o tratará de cimentar la reciente cercanía con Estados Unidos no uniéndose al discurso antiimperialista que entonarán los miembros del ALBA.
Para que la CELAC sea un verdadero proyecto de unidad y no una nueva sigla más en el universo iberooamericano debe construirse no contra alguien (Estados Unidos, en este caso) sino en torno a un proyecto que aúne voluntades. Además, necesita imperiosamente un liderazgo compartido y coordinado (México y Brasil como mínimo deberían serlos motores de esta unidad) que genere iniciativas pragmáticas y promueva amplios consensos en torno a temas de interés general.
Esa es la teoría. Ahora queda por ver si los países iberoamericanos son capaces de llevarlo a la práctica. Por desgracia, la historia y la experiencia reciente están en contra de esos deseos de unidad e integración.
(*) Es Doctor en Historia de Iberoamérica. Miembro del Observatorio de Seguridad y Defensa de América Latina (OSAL)
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